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Jueves, Noviembre 21, 2024

Tomado del diario La Republica 

Traducción Gabriel H. García Ayala

 

Introducción. Aunque ya había leído acerca de ella, descubrí completamente a Lucia Berlin a principios de este 2020, antes de que la pandemia empezara a asolar a nuestro país. Eso me permitió disfrutar cada una de las historias contenidas en el libro Manual para mujeres de la limpieza. Algunos cuentos provocan risa, otros nostalgia y unos más empatía con los personajes. Es un libro de los que uno desea que nunca acaben, a pesar de que muchas historias narran la desgracia de personas marginadas. Por esa razón vuelvo una y otra vez a leer alguna historia seleccionada al azar. Al traducir preferí dejar el encabezado del artículo con el que apareció en el diario italiano, La mujer que escribía la vida, porque Lucia Berlin es lo que hizo, describir lo cotidiano, que aunque parezca insignificante, bajo su pluma adquiere niveles de epopeya.

 

Lucia Berlin vivió. Fue profesora, señora de la limpieza, enfermera. Tuvo tres hijos de tres diferentes hombres. Habitó en un camper, en el Nueva York de los músicos de jazz, en una comuna hippie en Berkeley. Fue muy rica, también muy pobre, alcohólica y finalmente una sobria y seria profesora universitaria. ¿Pero no eran los escritores parásitos de la vida de otras personas, perdedores que se pasan el tiempo encerrados en una habitación imaginando el mundo, contándolo sólo por nostalgia y cobardía? La vida, o se vive o se la escribe, decía Pirandello. Por el contrario, Lucia Berlin vivió, y no obstante escribió de una manera maravillosa hasta el fin. Publicó en revistas y en pequeñas editoriales. En los últimos años enseñó en Boulder, en la Universidad de Colorado, fue amada por sus alumnos y por sus amigos poetas, pero desconocida por la mayor parte de sus lectores. Murió en 2004, a los 68 años y en 2016 se convirtió en una de las escritoras más importantes de los novecientos estadounidenses. Gracias al amor y la pasión de Stephen Emerson y Lydia Davis, que han querido y cuidado obstinadamente el libro Manual para mujeres de la limpieza. El volumen contiene cuarenta y tres cuentos, cuarenta y tres pequeñas obras maestras. El libro fue mimado por la crítica y amado por el público, entró en todas las listas de los libros más importantes de 2015. En Italia se publicó con el título La mujer que escribía cuentos  (ah, los departamentos de marketing ... ciertamente la idea de que es un título mejor que el original y comercialmente más efectivo comienza desde allí).

Es un libro suntuoso, superpoblado de maravillas, vale la pena tenerlo cerca de la cabecera y leerlo lentamente, una historia cada vez. Darle pequeños sorbos, como una buena bebida. Es una colección de historias. Pero sobre todo es la novela de una existencia, las batallas ganadas y perdidas, con todas sus sombras. Casi siempre poéticamente perdidas, pero precisamente esta es la fuerza de la escritura de Lucia Berlin: la cálida corriente de compasión que une a un anciano indígena alcohólico y a una joven mujer desesperada, ambos clientes de la lavandería de Ángel, en Nueva York. Lucia Berlin fue una mujer muy bella, de quien todos recuerdan los magníficos ojos azules y su voz dulcísima. Nació en Alaska en 1936 y creció en un pequeño pueblo, cerca de una mina en donde trabajaba su padre. Durante la guerra Lucia, la hermana menor y la madre se mudaron a El Paso, Texas, donde vivía el abuelo, notable dentista y alcohólico. De este periodo, como de todos los otros, Lucia escribe. Sus cuentos no son autobiográficos en estricto sentido, no es una voz narrativa exactamente idéntica al yo del escritor. Son minúsculas aventuras que tienen como protagonistas a hombrecillos y mujeres despreciados, magníficos y perdidos, una humanidad vital e insignificante que aman demasiado y un poco por casualidad, que no tienen miedo de perderlo todo. Son los otros, claro, pero se parecen a Lucía, a su hermana, a su madre, a su marido, a sus hijos. Jeffrey Berlin, uno de los hijos de Lucía, dijo en una entrevista que leer las historias de su madre nunca lo hizo sentir incómodo, a pesar de toda esa desafortunada verdad. Era más bien como poner en orden los recuerdos, atravesar nuevamente todo aquello que vivieron juntos, en el bien y en el mal. En el cuento “Doctor H. A. Moyniahn” Lucia Berlin describe a un dentista alcohólico que un día, después de estar totalmente borracho, él mismo se extrae todos los dientes para poder usar la dentadura que había hecho. En “Estrellas y santos” la protagonista es una chiquilla obligada por la escoliosis a llevar un busto de hierro, temporalmente poseída por el catolicismo, pero dispuesta a golpear a la más cariñosa de las monjas porque está enojada con su madre. En los últimos años de su vida, Lucía Berlín tuvo que convivir con un cilindro de oxígeno, debido al colapso de un pulmón, consecuencia de la escoliosis que padecía desde pequeña. En ese momento, hacia 2002, vivía en un camper, en uno de esos estacionamientos que nacen cerca de las ciudades, porque la enfermedad la había llevado a la bancarrota. Lo cuenta Elizabeth Geoghegan, escritora, que fue a visitarla y la entrevistó para The Paris Review. Cuando llegó, Lucia le preguntó si podía hacerle la cortesía de ir a comprarle un par de cigarrillos, que se vendían sueltos en la tienda del pueblo. Compra los más fuertes, le pidió. Se fumó ambos, con deleite, empujando los tubos del cilindro lejos de su nariz. Era una excelente conversadora, hablaba muchos idiomas, amaba los chismes y a Chéjov, reír y vivir al máximo, escribe Elizabeth Geoghegan. Hablando de éxitos y reconocimientos, Berlin le dijo que le habían otorgado una beca, la NEA Grant, por mérito artístico. Con ese dinero se había ido a París, se había divertido, bebido, drogado y no había escrito una línea. Luego había enviado una carta al comité para agradecerles y darles cuenta de lo que había hecho con su dinero: todo menos escribir. La posibilidad de que le concedieran otros premios dijo entre risas, se había vuelto bastante remota. Después del tiempo que pasó en Texas cuando era niña, al regreso de su padre, Lucía Berlín se trasladó a a Santiago de Chile con toda la familia. Y se convierte en una joven heredera, se mezcla con el jet set, permite que el príncipe Ali Khan le encienda su primer cigarrillo. Pero en esa época su madre comienza a beber mucho y pasa los días en la cama. Lo cuenta más adelante en las historias sobre su hermana que tiene cáncer, quien murió en 1992 en la Ciudad de México. Lucia la ayudó durante dos años. Las historias de estas dos mujeres adultas, que llegan a un acuerdo con el pasado, no renuncian a la seducción entre una sesión de quimioterapia y la siguiente y se aman ferozmente, son magníficas. Locura de llorar, por ejemplo, donde fluye una gran cantidad de amor exagerado, estropeado y conmovedor. Lucía Berlín no descarta, no cancela los momentos en que sus hijos, agotados, le quitan el dinero, esconden las botellas, le muestran todo el desprecio que se puede sentir hacia los que no pueden evitar beber. Muchas historias hablan de desintoxicación, algunas de lujosas vacaciones, otras de la simple vida y ya. Los escritores son como mejillones, se pegan a algo sólido y se alimentan de tierra, tragan y escupen, digieren y devuelven agua limpia. Y no importa si la inmundicia permanece dentro de ellos: lo que importa es siempre y solo escribir buenos libros.

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“pálido.deluz”, año 10, número 122, "Alternativas Educativas a la Modernidad: La Propuesta "Fratelli Tutti"", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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