Américo se llamaba y toda su vida fue tan codo que hasta el hambre se aguantaba, prefería guardar sus pocos centavos ganados como velador del último super local que quedaba en el frío pueblito entre las montañas.
El pueblito ese se fue extinguiendo, y se convertía en esto, en una plasta de cemento lleno de hoteles y cantinas vestidas de bar. Del pueblito solo quedaron las ruinas de una iglesia saqueada que luego incendiaron para desaparecer el robo.
“Caminos de agua” Jo- vetik -se llama así, porque de las montañas bajaban cientos de arroyos y ríos y las ciénegas se llenaba de colores por el pajaraje, desde Kichne venían señores a recoger las brillantes plumas y llevar de estas aguas vivas como remedio. Pero el agua también la vendieron a una empresa extranjera que la convirtió en un lento veneno.
Los trece ríos se convirtieron en un par de drenajes, los cerros en colonias de Infonavit y mercados chinos. El centro en un complejo turístico explotador de mano de obra barata y su palacio municipal se lo llevaron al mercado. El crecido pueblo se redujo a tres andadores y en un punto de partida a caros centros de turismo alternativos de dueños extranjeros, sindicatos, líderes y ongs familiares.
El negocio del turismo comenzó a caer e invirtieron en un rockstar de la iglesia para levantar el reinting, como pólvora se regó la noticia, vendrían miles y miles de personas a ver al santo. Es aquí donde muchas familias comenzaron a soñar, unas rentaría cuartos, su casa, otros no lo dudaron e imprimieron miles de playeras con la imagen de sujeto al lado de la virgen de Sololoy.
Magnolia una pastelera muy nombrada, diseñó unas pintorescas gelatinas con la imagen del famoso ahí dentro del manjar. Las grandes tiendas de telas estamparon cobijas, toallas, pañuelos y hasta alfombras. Postales y todo tipo de souvenirs aludiendo al milagroso ser. La avanzada y la logística para la seguridad de su santidad, como un milagro transformó la ruta que recorrería el dios occidental. Volaron árboles, topes y el único lugar para los deportistas convertido en un gran set de tv. ¡La visita era un hecho!
Américo logró comprar una carretilla y sus últimos años de fuerza se dedicó tocar casas y a recoger basura. Su única plática era el origen de su nombre y sus sueños de invertir sus ahorros en una pequeña empresa subsidiada por el Estado. Pero le brillo el ojo esa afamada visita. Se imaginó de inmediato en un triciclo amarillo con canastos llenos de tortas calientes y las colas de peregrino muriendo de hambre.
“Seguro las vendo todas” pensaba a cada rato.
Pero Américo no fue el único que se fue a la quiebra, muchos como él invirtieron sus últimos pesos en una aventurado negocio, en efímeros empresarios a la banca rota y desencantados de ese dios que no trajo el milagro. El pueblo famoso en hacer el mejor pan de la región, se llenó de pequeños timadores, magos, fanáticos, enfermos y gente inoficiosa.
La muchedumbre que viajó hasta dos días, solo vieron pasar un carro donde iba el papa a 80 km por hora, se dieron la vuelta y se regresaron de donde vinieron. Américo logró vender cinco tortas en todo el día, el de las playeras deseperadamente, al medio día las ofertó al tres por una y ni así salieron.
Américo se fue a su pequeña casa después de las once de la noche, con un cerro de tortas, trató de comer una pero le supo amarga. Escuchó en sus recuerdos la voz de su padre “ Yo quería que te llamaras Américo, pero el pinche padre no le gustó y te bautizó con otro nombre, pero no importa mi hijo, tú eres Américo, Como Américo Vespucio, un gran comerciante y cosmógrafo florentino .