Paulo Freire habría cumplido 100 años el pasado 19 de septiembre. Fue la suya una biografía fecunda que irrumpió en muchas de nuestras biografías y colectivas para darles un viraje decisivo. Su historia personal se metió en la historia del sur global para romper con una historia neocolonial, de opresión y dominación.
Hasta ahora empieza a aquilatarse el aporte de este educador brasileño no sólo a la educación, sino a las luchas de liberación, a las causas populares en toda nuestra América y de los condenados de la tierra, como Freire diría citando a Fanon.
La pedagogía de Paulo Freire, entendida no como un método de educación, sino como una serie de actitudes básicas y una mística de trabajo con el pueblo, con los oprimidos, vinieron a enriquecer las motivaciones y las prácticas de miles de personas que, en 1968, e inmediatamente después, vimos que la revolución no se hacía en las aulas ni en las universidades, sino en las calles, en las fábricas, en los ejidos, en las colonias populares.
La oleada revolucionaria global de esos años y la represión de que fue objeto por todos lados, la motivación de los Ches Guevaras, los Camilos Torres, la naciente teología de la liberación, nos sacaron de la zona de confort de la teoría revolucionaria y nos llevaron a trabajar y a vivir con el pueblo. Ahí nos encontramos maoístas, comunistas libertarios, guevaristas, cristianos comprometidos, trotskistas, anarcohippies y demás. En aquel entonces teníamos la plena convicción de que las famosas condiciones objetivas para el proceso revolucionario estaban ya dadas, pero no le encontrábamos la cuadratura al círculo de las condiciones subjetivas. No bastaban Lenin ni Luckacs.
Fue cuando volteamos los ojos a donde deberíamos haberlo hecho: hacia América Latina. Y nos encontramos una serie de prácticas reflejadas en dos libritos –librazos– que nos cambiaron la vida a muchos: Pedagogía del oprimido y La educación como práctica de la libertad. En ellos, sin alardes, ni abstrusos planteamientos teóricos, pero con solidez, Paulo Freire nos hablaba de su práctica en Brasil y en Chile, de sus círculos de cultura, el encuentro de las personas para problematizar y cambiar su realidad. No se trataba aburridos cursos de formación política. Se partía, no de la teoría de los grandes revolucionarios, sino de la realidad inmediata, cotidiana, de cada grupo de gente del pueblo. No se trataba de beber de la cultura revolucionaria, sino de que la gente analizando su realidad dijera su propia palabra y se convenciera ella misma de su capacidad de generar cultura, no libresca, sino de transformación de su mundo. Esto daba un giro copernicano a la metodología para hacer que quienes eran clase en sí pasaran a ser clase para sí. Al poner al pueblo como el sujeto activo de su reflexión crítica y de la toma de conciencia colectiva se superaba el papel de la llamada vanguardia iluminada y el supuesto educador se convertía en educando y el educando, en educador. Este educar transformando y transformar educando, las acciones que educan, más que la educación para la acción, generaron por todos los rumbos de la patria grande y de nuestra patria chica, infinidad de luchas, movimientos, experiencias organizativas, construcción de alternativas populares, comunidades de base, sindicatos independientes, organizaciones de colonos, movimientos campesinos, que cambiaron la faz social y política de nuestro subcontinente.
De ahí surgieron en México las famosas coordinadoras de los años 70; en el Cono Sur, las resistencias populares contra las dictaduras; en Centroamérica, los núcleos que alimentaron las guerrillas de liberación. Fue un florecer de conciencia, organización y acción comunitaria libertaria, desde abajo, no centralizada; fue una acumulación de distintas fuerzas que luego desembocaría en los movimientos que derrumbaron las dictaduras y generaron las fuerzas políticas, como el PT, en Brasil, y las coaliciones que hicieron posible la primera oleada progresista en América Latina y la segunda, que ahora estamos viviendo.
No sólo eso, ese movimiento social-político-pedagógico también contribuyó a los movimientos insumisos que encarnan las diversas resistencias y buscan otro mundo donde quepan muchos mundos, seguir combatiendo por la vida, la diversidad, la diferencia, la comunidad de los seres vivos, como lo hacen el EZLN, el CNI, el Movimiento de los Sin Tierra, los movimientos indígenas del Ecuador, de Bolivia.
Es cierto que se ha ido construyendo un sujeto colectivo latinoamericano que ha llevado a varios gobernantes de izquierda al poder. Pero la burocratización, la cooptación por los poderes, la lógica capitalista, presente aun en gobiernos progresistas, la exclusión de los diferentes, son fuerzas subterráneas que pueden descarrilar, cualquier proyecto alternativo. Eso le confiere vigencia a la sencilla fórmula freiriana: aprender para poder enseñar y seguir aprendiendo, llevada a la dinámica cotidiana de transformación social, base de la revolución permanente.
Frei Betto señala al respecto: “…si queremos rescatar el legado de Paulo Freire, el camino es volver al trabajo de base con las clases populares, adoptando su método en una perspectiva histórica, abierta a las utopías libertarias y al horizonte democrático. Fuera del pueblo no hay salvación”.
Por todo esto, Paulo Freire, a sus 100 años, sigue viviendo. Y, si no, hay que revivirlo.
La Jornada 23 de septiembre 2021