Sales como si no anduvieras buscando
como si supieras a dónde vas
como si tuvieras a dónde llegar
con el futuro arrancado
del calendario.
En el camino te tocan
los ojos de los otros
y tu mirada consiente la sonrisa,
mientras tu piel pisa
las raíces de los árboles
que rompen el asfalto.
Inevitablemente, día con día,
inhalas alegrías
y tristezas nativas,
te atrapan apariciones fortuitas
y amaneceres de lumbre
con sus llamas que gritan.
No haces más que caminar
desde que ensayaste tus alas
nada se queda en su sitio
en un lugar donde hubo agua
con llamados de caracoles.
Flotas en pretérito imperfecto
al interior del aire denso
y sabes que el cantar de aves cambia
y les hablas con la voz de tus ancestros
luciendo el poder de regeneración.
Reminiscencias pétreas
de una ciudad que ya no existe,
apiladas en los muros
y en las fiestas
con ofrendas de flores
a las puertas de la iglesia
y a las plantas de los pies.
Vienes, vas y no te quedas,
pero regresas como estrella
y sobrevives, más fuerte,
con las garras
en permanente estado de paciencia.
Porque es tu tierra,
tu centro, tu equilibrio,
ombligo,
con sus planetas visibles,
sus labios rosas
y su águila en el cenit.