Ismail Kadaré
El sucesor
Gabriel Humberto García Ayala
Cada vez que se acerca la selección de los candidatos al Premio Nobel de Literatura, durante los últimos años años ha sido el escritor albanés Ismail Kadaré mi candidato preferido. Y este año nuevamente lo es. La razón: Kadaré es un escritor comprometido. Su literatura es la denuncia de los regímenes totalitarios. Es su manera de exponer los Estados gobernados por un solo hombre. Su lucha ha sido también el exilio, y lo que provocó en sus compatriotas lo expresó de manera certera.
"Cuando me exilié, Albania era aún un país totalitario. Yo me dije: ¿qué puedo hacer como escritor para ayudar a desbloquear esta situación? ¿Qué puedo hacer que sea más fuerte que las cartas o las entrevistas? Consulté a mis amigos y pensamos que lo mejor era provocar un gran escándalo con mi exilio. De hecho, mi salida creó un terremoto. Todo el mundo se enteró en Albania. En los primeros momentos la policía tuvo el clásico reflejo dictatorial: aterraron a mi madre y mi hermana, confiscaron todos mis manuscritos, afirmaron que yo era un traidor, quisieron hacer "asarnbleas populares" para "desenmascarar" a Kadaré. Pero esta vez la gente no se tragó el cuento. Al cabo de una semana, el Gobierno se vio obligado a vender de nuevo mis libros. El pueblo comprendió que la dictadura era vulnerable, y un mes y medio después los estudiantes salieron a la calle. No quiero pecar de falta de modestia, pero me gusta pensar que mi exilio ha desempeñado un papel positivo en la emancipación del pueblo albanés".
De su inmensa obra, en esta ocasión me referiré a su novela El sucesor.
Una muerte en diciembre
Su novela se refiere a una investigación ficticia sobre la muerte, aún inexplicable, de Mehmet Shehu, el hombre que durante décadas fue designado como la figura política número dos en el régimen cada vez más paranoico y de mano de hierro del dictador comunista Enver Hoxha. En la noche del 13 de diciembre de 1981, el supuesto sucesor fue asesinado a tiros, en algún momento entre la medianoche y la madrugada. ¿Se suicidó o fue asesinado? Ésta es la cuestión candente. Hay varios posibles asesinos: el arquitecto encargado de renovar las nuevas habitaciones del sucesor, que conocía el pasaje subterráneo secreto a su casa; una figura política en ascenso, Adrian Hasobeu, que si el actual sucesor desapareciera seguramente sería nombrado Número Dos; el propio dictador -conocido por sus compatriotas como el Guía- ahora enfermo y casi ciego, incapaz de soportar ni siquiera la idea de ser reemplazado; e increíblemente, la esposa del sucesor.
Lo que se sabía sobre Albania era en su mayor parte obsoleto. Una pequeña nación cuyo nombre significa "Tierra de águilas". Un antiguo pueblo de la Península Balcánica, que había sucedido a los ilirios y perpetuado su lengua. Un nuevo estado que había surgido de las ruinas del Imperio Otomano en los albores del siglo XX. “Una tierra de tres religiones: católica, ortodoxa y musulmana, declarada monarquía bajo un príncipe alemán menor de la religión protestante -aclara Kadaré. Luego una república bajo el liderazgo de un obispo albanés, quien fue derrocado en una guerra civil liderada por el próximo rey, éste nativo. Quien a su vez fue derrocado por otro soberano, un monarca italiano, quien confiscó la corona de Albania y se proclamó ‘rey de Italia y Albania y emperador de Abisinia’. Y finalmente, luego de ese grotesco apareamiento, constituyeron un estado en igualdad con los africanos, llegó el estallido de la dictadura comunista. Con nuevas amistades y extrañas alianzas hechas solemnemente y al mismo tiempo repudiadas”.
lo largo de su larga carrera, el sucesor había sido un tipo de línea dura en todo momento, nunca un moderado. Había asumido ese papel mucho antes, y durante años la gente había sospechado que cuando el Guía quería imponer medidas duras, primero enviaba al sucesor en su nombre, como una especie de heraldo. Entonces, si la medida una vez tomada parecía excesiva, el sucesor estaba listo y dispuesto a asumir la culpa, permitiendo que el Guía actuara como moderador.
Tres entierros y un solo cadáver
El también escritor de la novela El general del ejército muerto narra una experiencia escabrosa: “Hace apenas unas semanas, Kano Zbira, un ex miembro del Politburó quien se suicidó hace bastantes años, había sido exhumado del Cementerio de los Mártires de la Patria. ¡Era su tercera exhumación! Cada viraje y giro en la línea política ejerció su efecto principal sobre los restos humanos, no sobre la economía nacional. El reumatismo póstumo de Zhbira -reumatismo post mortem, una condición que aún nos aflige- fue el mejor indicador del cambio político, que la predicción de cualquier analista. Inmediatamente después de su suicidio (junto con los rumores de que había sido asesinado, por supuesto), fue enterrado con todos los honores en el Cementerio de los Mártires. Poco después fue desenterrado, a petición de los yugoslavos, y trasladado al cementerio municipal de Tirana, la causa, se habían detectado signos de ser anti yugoslavo en su vida. Un año más tarde, después de la ruptura con Yugoslavia, fue desenterrado de nuevo para ser devuelto a su tumba original en el Cementerio Nacional, como un heraldo de los anti yugoslavos. La tercera y más reciente exhumación, que llevó su cuerpo al cementerio municipal una vez más, se había hecho casi a escondidas, pero nadie sabe aún por qué”.
Y concluye Kadaré en la voz de uno de sus personajes: “No intenté averiguar dónde nos equivocamos. No somos más que hijos de un gran desorden en el universo. Llegamos al mundo, por error, en cohortes malditas, en los faldones del otro, con uno de nosotros ahora a la cabeza, ahora en segundo lugar, ahora Guía y ahora sucesor, así comenzamos nuestra larga marcha a través de sangre y cenizas”.
En suma, es una de las obras maestras más poderosamente elaboradas y eminentemente legibles de Kadaré. El sucesor combina un misterio tentador con una novela histórica (¿Quién mató a Mehmet Shehu?), un examen psicológico (¿Cómo se vive en un mundo en el que nada es seguro?). Es el análisis de una dictadura tan represiva que sus seguidores la tratan como una fe religiosa, donde el amor, y de hecho todas las relaciones personales, están sujetas a los caprichos y demandas del Estado.