Desde hace tiempo, algunos grupos sociales, cansados de ser catalogados como minorías o de sufrir continuas muestras de discriminación, han exigido reconocimiento a sus características y aceptación de las mismas. Esto ha transformado el entramado que conforma nuestra sociedad.
Mientras que antes bastaba con identificar a las personas como hombre o mujer, ahora existe un amplio abanico de posibilidades que incluyen sus ideologías, sentimientos y preferencias sexuales, englobándose así una gran variedad de categorías.
La aparición de estos grupos ha causado mucha polémica no sólo porque, desde hace siglos, rompen con lo “socialmente establecido”, sino también por exigir una modificación a las conductas, valores, creencias e incluso, formas actuales de expresión.
Ante esta situación surge la pregunta: ¿la educación también debería transformarse para adaptarse a esta nueva realidad? Aunque la respuesta podría ser controversial y abrir un amplio debate con ideas muy distintas, me parece que lo más importante es centrarse en retomar la formación cívica y ética de los sujetos desde la niñez temprana.
Si lo pensamos por un momento, nos daremos cuenta que la sociedad nunca estará compuesta por individuos idénticos, ya que siempre contendrá diversas formas de pensar, ser y actuar. Debido a esta diversidad, resulta indispensable que aprendamos a vivir con valores, para lograr consolidar una sociedad donde podamos convivir armónicamente.
El problema no son los diferentes puntos de vista; efectivamente todos somos libres de creer en lo que deseemos, basándonos en religión, ciencia, tecnología u otros intereses. El conflicto real comienza cuando olvidamos que nuestra libertad termina donde inicia la del otro y entonces exigimos respeto a nuestra persona, sin detenernos a pensar si somos respetuosos con los demás.
Una de las ventajas de la sociedad es la riqueza cultural que la caracteriza; por lo que aprender a aceptar nuestras diferencias no sólo contribuirá a una convivencia armónica y agradable, sino que también nos permitirá conseguir el bienestar colectivo.
Retomando la pregunta de si la educación debe transformarse, devolviéndole la importancia a los valores, enseñando a los niños, desde pequeños, a conocerse a sí mismos para que puedan identificar sus virtudes, lo que les agrada, así como aquellas situaciones que pueden mejorar, ello conformará su manera de ser.
Pero no basta el conocimiento personal, también es importante que cada uno reconozca, acepte y respete las características del otro, para conformar una verdadera sociedad que busque el bienestar y progreso común. El comportamiento basado en la ética permitirá, necesariamente, una convivencia más sana y constructiva.