¿Estamos anclados en principios de política exterior que fueron válidos hace 100 años, pero no responden a las necesidades de un mundo globalizado en el que, al menos en teoría, los derechos humanos están por encima de las soberanías nacionales? ¿O es una ingenuidad creer que la humanidad tiene la obligación de defender los derechos de las poblaciones que están siendo oprimidas, vejadas o masacradas? En su defensa de los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos, el gobierno mexicano actual omite señalar que uno de su principales gestores e impulsores fue nada más y nada menos que Isidro Fabela, a quien se le atribuye la creación del “Grupo Atlacomulco”.
El jurista mexiquense fue, en efecto, gobernador de su estado entre 1942 y 1945. Pero su mayor aportación a la Revolución Mexicana la hizo cuando colaboró con Venustiano Carranza como su diplomático de cabecera. Después de caer en desgracia con los gobiernos de los sonorenses, fue rescatado por Lázaro Cárdenas y los presidentes priístas siguientes. Por lo mismo, le tocó enfrentar la política abiertamente intervencionista de Estados Unidos, particularmente en la región de América Latina y el Caribe.
Carranza, como se sabe, tuvo que lidiar con varias invasiones él mismo, primero la de Veracruz, en medio de la guerra contra la dictadura de Victoriano Huerta, y después con otras intervenciones, como la expedición comandada por el general Pershing para perseguir a Villa. Los escritos de Fabela de esa época y de las décadas siguientes son una clara condena al intervencionismo norteamericano en lugares como Cuba, República Dominicana y Centroamérica. De allí que los principios de no intervención y de autodeterminación de los pueblos se hayan constituido en eje de la política exterior de los gobiernos emanados de la Revolución. Así, por ejemplo, aunque se declaraba anticomunista, Fabela defendió en los últimos años de su vida al régimen de Castro, porque defender la no intervención en Cuba era defender a México.
La pregunta que nos podemos hacer ahora es si esa doctrina que orientó al régimen de la Revolución (y del PRI) durante tantos años, no debería ser matizada, repensada y modificada en la actualidad. El mundo ya no es el mismo de antes, aun si Estados Unidos de América sigue siendo la potencia hegemónica. Pero, sobre todo, quienes nos interesamos en la política exterior, nos hemos dado cuenta que dichos principios, si bien siguen siendo importantes en un mundo dominado por Estados-Nación, no pueden ser absolutos.
La guerra en los Balcanes, en los años 90 del siglo XX, mostró que otros principios, como el de la “injerencia humanitaria”, tenían que ser tomados en cuenta para evitar masacres y violaciones masivas a los derechos humanos. El caso de Ruanda, en esos mismos años, donde una falsa interpretación del principio de no intervención (a pesar de la presencia de tropas de la ONU) produjo uno de los mayores genocidios de nuestra era, mostró la necesidad de un mayor compromiso injerencista, en favor de los derechos de los pueblos. Pretender que en estos 100 años no ha pasado nada, es querer tapar el sol con un dedo.
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