La sinrazón se pega, la estupidez agrede, la mentira enfurece. Por eso el mentiroso, el loco y el estúpido llevan cierta ventaja en toda discusión. Viven libres de dudas y titubeos, sueltan los disparates con la audacia de un niño berrinchudo y se esmeran en hacerte rabiar para que al fin sean ellos los agredidos. Pero ganar con trampas no les da la razón y el tiempo acabará por quitarles la ropa.
¿Cuántas veces, en años escolares, lidiamos con mandriles bravucones que eran en realidad alfeñiques mentales: frágiles, primitivos y claramente cortos de entendederas? ¿Cómo acabó la mayoría de ellos? ¿Verdad que se sentía uno recompensado cuando caían por su propio peso? Algo así sucedió, delante de decenas de millones de personas, a lo largo de la espectacular zurra que propínale, hace unos pocos días, la vicepresidenta Kamala Harris al frustrado golpista Donald Trump.