Traducción Gabriel Humberto García Ayala
La noche del uno de mayo de 1820, mientras lo visitaba su intermitente locura, Francisco de Goya y Lucientes, pintor y visionario, tuvo un sueño.
Soñó que estaba bajo un árbol con su amante de la juventud. Era la austera campiña de Aragón y el sol estaba en lo alto. Su amante estaba en un columpio y él estaba luchando por su vida. Su amante tenía un paraguas de encaje y reía con risas breves y nerviosas. Después su amante cayó al césped y él cayó tras ella. Subieron por la ladera de la colina, hasta llegar a una pared amarilla. Se asomaron por encima del muro y vieron a los soldados, alumbrados por una linterna, que fusilaban a unos hombres. La linterna resultaba incongruente en ese paisaje soleado, pero iluminaba la escena lívidamente. Los soldados dispararon y los hombres cayeron formando charcos con su sangre. Entonces, Francisco de Goya y Lucientes sacó del cinturón el pincel de pintor y avanzó blandiéndolo amenazadoramente. Los soldados, como por encanto, desaparecieron, espantados por aquella aparición. Y en su lugar apareció un horrible gigante que devoraba una pierna humana. Tenía los cabellos sucios y el rostro lívido, dos hilos de sangre le escurrían de las comisuras de la boca, sus ojos estaban velados, pero reía.
¿Quién eres?, le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
El gigante se limpió la boca y dijo: soy el monstruo que domina a la humanidad, la Historia es mi madre.
Francisco de Goya y Lucientes dio un pasó y blandió su pincel. El gigante desapareció y en su lugar apareció una anciana. Era una bruja desdentada, con piel de oveja y los ojos amarillos.
¿Quién eres?, le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
Soy la desilusión, dijo la anciana, y domino al mundo, porque cada sueño humano es un breve sueño.
Francisco de Goya y Lucientes dio un paso y blandió su pincel. La anciana desapareció y en su lugar apareció un perro. Era un pequeño perro enterrado en la arena, solo la cabeza estaba afuera.
¿Quién eres?, le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
El perro sacó el cuello y dijo: soy la bestia de la desesperación y me burlo de tu dolor.
Francisco de Goya y Lucientes dio un pasó y blandió su pincel. El perro desapareció y en su lugar apareció un hombre. Era un anciano obeso, el rostro flácido e infeliz.
¿Quién eres? Le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
El hombre sonrió, cansado, y dijo: soy Francisco de Goya y Lucientes, no podrás nada contra mí.
Y en aquel momento Francisco de Goya y Lucientes despertó y se encontró solo en su cama.
Francisco de Goya y Lucientes. Zaragoza, 1746 – Bordeaux, 1828. Nació pobre y murió pobre. Estudió pintura en Madrid. Viajó por Italia. En la corte de España conoció favores y desgracias, éxitos galantes y amarguras. Lo protegió la duquesa de Alba, que él inmortalizó en sus pinturas. Lo atacó una esporádica locura. Sus Caprichos, pintados en 1799, le costaron un proceso en la inquisición. Retrató las visiones terroríficas, los desastres de la guerra y las desgracias de los hombres.
En Sogni di sogni. Sellerio editore, Palermo, Italia.