Ugo Conti, despreciaba a la gente, porque había aprendido a conocerla(…) Evadirse era una facultad que había aprendido a desarrollar desde pequeño; podría estar en un sitio, rodeado de gente, y al mismo tiempo encontrarse en otro.
Luis Spota. Casi el Paraíso
Ugo Conti, toma el sol en un yate en la bahía de Acapulco. En otra embarcación están unas jovencitas con las que empieza a contactar. Las invita a subir al yate e inicia una fiesta improvisada, hasta que se despierta una mujer madura norteamericana, al parecer la dueña de la nave, y corre a las visitantes.
Ugo Conti, finge muy bien ser noble. Es italiano y tiene el porte de aristócrata, en la era moderna, sin llegar a ser decadente. Tendrá un poco más de treinta años, no es muy alto, guapo, diplomático y blanco. Las jovencitas desean volver a verlo y lo invitan a una fiesta de cumpleaños en el puerto. Una de ellas le advierte: “no hay mejores anfitriones que los mexicanos.”
Lo que vamos a presenciar es la seducción e irrupción de este personaje en la clase social alta de México, que está vinculada a la clase política en forma indisoluble. Ugo Conti es muy bien recibido y el ascenso e integración en ese estrato social va a ser rápido y vertiginoso. El color de la piel, la aspiración de crecimiento, la conveniencia, las corruptelas y la ambición por ocupar posiciones de poder y riqueza le van a ayudar. Y ─¿por qué no?─ si además el Conde Conti tiene una fundación ecologista, lo que le permite acceder a recursos, y lo hace distinguir como una persona social y ambientalmente responsable, y estar cerca de megaproyectos vestidos de sustentabilidad. Es decir: casi el paraíso.
Sin embargo, a través de varios flashbacks, nos vamos a ir enterando quién es en realidad Ugo Conti: de su difícil y pobre infancia en Italia; de su atropellada, amorosa y delincuencial adolescencia. Y también de su paso por la cárcel y el vínculo con Francesco de Atis, el mandamás de la prisión. Se trata de la película Casi el Paraíso (San Juan, E, México, 2024) que actualiza, una obra clásica de la literatura mexicana.
Sorprende que esta adaptación de la novela homónima, escrita por Luis Spota hace casi setenta años, siga siendo tan fiel a las características e idiosincrasia de nuestra clase en el poder. Como si en el país no hubiera dejado de gobernar el Partido Revolucionario Institucional, cuando ya han pasado dos (o más) transiciones políticas, y al parecer las condiciones de quién decide los puestos políticos, las maneras en que se resuelven los problemas, en que se copta, excluye, expulsa, se amenaza a gente o las formas en que se eliminan a los adversarios, no se hubieran transformado.
Según esta disección y actualización cinematográfica, que retoma una sociedad de los años cincuenta del siglo pasado en la novela, México no se ha modificado en esencia; es decir, los que fueron nuevos ricos en el gobierno de Miguel Alemán y los actuales de este milenio, siguen siendo los mismos en su superficialidad, banalidad, racismo y malinchismo. Y también en su ambición, violencia, autoritarismo, falsedad, negocios sucios, engaños y manipulaciones.
Los cambios notables entre ambas castas se refieren a aspectos tecnológicos: la omnipresencia de los medios de comunicación informando o tergiversando los acontecimientos; las redes sociales como vehículos para presumir, chantajear, ponderar o aniquilar las vidas personales. El mundo de los mensajes inmediatos y el trastocamiento de lo cotidiano en segundos. El universo virtual y digital.
Pero este mundo también vano, vacío y desierto, le viene muy bien a la trama y, al parecer, al país. Por ejemplo, en la cinta, se acoplan muy bien estas características con la personalidad de las chicas, más interesadas en compartir y postear con el celular permanentemente en sus manos, que en poner atención en lo que están viviendo.
En esta interesante adaptación, los guionistas (San Juan, Hipatia Arguero y Juan Curi) incorporan una faceta distinta a un personaje femenino secundario y sin mucha importancia en la novela, Frida Becker (Esmeralda Pimentel), que en el filme no será una amante sino la asistente de relaciones públicas del político Alonso Rondia (Miguel Rodarte), quién está obsesionado por ser el candidato a la presidencia, y espera ser “destapado” por el presidente en turno.
Frida Becker, en la película de San Juan, resulta ser una eficiente e inteligente promotora de las relaciones públicas de Alonso Rondía, lo que le permite conocer e ir controlando ciertos hilos del poder que ejerce el secretario, tanto en el gobierno como en su familia. De este modo, Frida Becker adquiere un papel protagónico que en el desarrollo de la historia generará una original vuelta de tuerca. El personaje femenino así, alcanza mayor fuerza y, en medio de un aparente callejón sin salida lleno de violencia, podredumbre y corrupción, emerge una figura que reivindica la esperanza. Al mismo tiempo que cuestiona las formas características del machismo y patriarcado en la sociedad mexicana.
En general, la película Casi el paraíso es una buena producción que aprovechó muy bien las sinergias internacionales con los apoyos al cine mexicano y que utilizó correctamente los talentos artísticos destacados; las actuaciones, por ejemplo.
Se nos antoja que este equipo, u otro de igual calidad, hiciera una adaptación más amplia sobre una de las novelas más conocidas, escrita por el mismo Luis Spota (1975-1980), La costumbre del poder; o adaptando en una serie las (en su momento) exitosas novelas: Retrato hablado (1975); Palabras mayores (1975); Sobre la marcha (1976); El primer día (1977); El rostro del sueño (1979); La víspera del trueno (1980) ─republicadas recientemente por la Editorial Siglo XXI─ que son otra poderosa y penetrante disección de las prácticas, usos y abusos del poder político y empresarial en México, que como vemos no se han ido del todo.