Una adolescente de secundaria acusa injustamente de acoso sexual a un joven profesor y éste, a su vez, se convierte en el objeto de acoso del violento hermano de la jovencita y por parte de algunos estudiantes. Cuando el docente solicita apoyo de las autoridades escolares para defenderse, el director de la escuela lo conmina a que “no haga olas”. Esta frase da título a una de las películas que se exhiben en el 28 Tour de Cine Francés, la cual aborda de manera interesante el problema del acoso escolar que afecta tanto a los estudiantes como a los maestros, prefectos, directivos y otros empleados de las instituciones educativas.
La compleja red de violencia que permea la sociedad en su conjunto también empaña las relaciones dentro de las escuelas. Se sabe de niños y adolescentes que abusan física y emocionalmente de compañeros, causando daños en la autoestima de muchos de ellos, quienes pueden llegar incluso a intentos de suicidio. Se conoce también de actitudes agresivas hacia alumnos y alumnas por parte de docentes que confunden el autoritarismo y la prepotencia con el control de la disciplina en el grupo; algunos incluso se comportan perversamente usando su posición de poder para obtener beneficios sexuales o de otro tipo de sus estudiantes. Hasta hace poco tiempo, esos problemas quedaban encubiertos por el miedo y vergüenza de las víctimas, así como por el afán de las autoridades escolares de resguardar el prestigio de las instituciones.
Actualmente, el fenómeno del acoso escolar ha empezado a tomar un lugar relevante en las políticas de las instituciones educativas, con el fin de encontrar mecanismos efectivos para detectarlo oportunamente y aplicar estrategias para resolverlo. Sin embargo, se trata de un problema con muchas aristas, multifactorial y difícil de abordar, como se observa en la película francesa.
Basándose en un caso real, los guionistas Audrey Diwan y Teddy Lussi-Modeste, recrean a Julien Keller (interpretado por François Civil) un inexperto profesor de secundaria que quiere hacer la diferencia en su salón de clases. Aspira a construir un espacio amable donde los chicos puedan expresarse libremente y encontrar el amor por la lengua y la literatura francesas, que es la asignatura que imparte. Intenta acercarse a sus estudiantes para conocerlos mejor con el fin de ayudarlos a aprender. Pero sus tácticas de aproximación resultan mal interpretadas por una jovencita que decide presentar por escrito una queja de lo que ella considera insinuaciones sexuales del maestro. Sin embargo, cuando la muchacha es llamada a aclarar la situación frente al docente y la subdirectora, no aporta evidencias para la acusación. Entonces llega el hermano mayor de la alumna y amenaza con denunciar al docente ante la policía si no lo despiden de inmediato.
A partir de ese momento, el profesor pasa a ser el sujeto del acoso y se desencadenan una serie de acontecimientos que desestabilizan la convivencia de estudiantes y docentes. La imagen del maestro empieza a deteriorarse frente a los alumnos, algunos de los cuales muestran faltas de respeto e indisciplina; también comienza a resquebrajarse la empatía de los colegas, pues no todos están de acuerdo con su manera de proceder y hay quienes desconfían de su sinceridad porque ha sido demasiado reservado y distante con ellos.
El profesor Keller intenta contrademandar a la alumna por difamación, pero los procedimientos legales no son claros sobre el establecimiento de responsabilidades de las partes en ese conflicto y su condición se revela más vulnerable de lo que se podría suponer. El director de la escuela le recomienda que “no haga olas”, porque el escándalo puede ser perjudicial para él y la escuela. Todo se complica: los colegas que habían sido solidarios, dudan de darle apoyo; varios adolescentes lo retan en clase y fuera de ella, los alumnos que parecían cercanos a él se retraen ante la presión del grupo. El anhelo del maestro de convertirse en inspiración para sus discípulos se desmorona, su vida parece sumida en un caos. El espectador puede percibir el dolor que experimenta ese hombre al sentir cuestionada su vocación.
¿Cómo es que el docente llegó a esa condición crítica? La inexperiencia lo llevó a cometer varios errores:
- No compartió sus ideas de cambio con colegas más experimentados, que podrían haberle señalado los riesgos de algunas de ellas, por ejemplo, en cuanto a la selección de materiales de lectura, el empleo de ciertos recursos para motivar a los alumnos y las formas de interacción en clase.
- Se interesó en buscar una relación amistosa con los estudiantes, pero descuidó cultivar la camaradería con sus pares. Por lo tanto, ante la acusación de acoso, se relajó su autoridad en el aula y disminuyó la solidaridad de los colegas.
- De manera involuntaria, reforzó la meritocracia en el aula. No dio atención adecuada a los estudiantes menos dedicados o con mayor rezago, pensó que premiar a los más aplicados podría incentivar a los chicos con deficiencias a esforzarse más, pero lo que generó fue una sensación de minusvalía y envidia en ellos, que se tradujo en prácticas de acoso entre compañeros y hacia su persona.
- No se informó oportunamente de sus opciones en términos laborales y legales ante la acusación de acoso, para seguir los procedimientos más adecuados a su caso.
- Mostró ambigüedad en cuanto a la aplicación de límites y reglas de convivencia en clase, por momentos parecía tolerante a lenguaje y conductas inapropiados en ciertas situaciones, pero luego exigía respeto y cortesía en otras. No resultaba del todo claro para los alumnos cuál era un comportamiento correcto y cuál era inadecuado.
La labor docente es delicada, porque se trabaja con personas jóvenes, que apenas están formando su criterio y su escala de valores. Los maestros enseñan mediante el discurso, pero educan con el ejemplo, es decir, con lo que hacen y lo que son. A su vez, lo profesores aprenden de los alumnos, si los observan y los escuchan con sincero interés. La escuela debe convertirse en una comunidad de aprendizaje basada en la colaboración, el respeto, la empatía, la tolerancia y la solidaridad de todos los que interactúan en ella.
El director de la película Pas de vagues (título original en francés), Teddy Lussi-Modeste y el competente reparto de actores logran bordar un retrato de la complejidad de la vida escolar y de las intrincadas conexiones de factores que hacen difícil determinar y resolver conflictos como el acoso. Se agrega al repertorio de cintas que intentan sensibilizarnos sobre los desafíos que enfrentan docentes y autoridades escolares para atender las necesidades educativas de niños y jóvenes en condiciones de vulnerabilidad como Un trabajo en serio, Sala de profesores, Indiferencia, La clase, Mentes peligrosas, entre otras, que ya hemos comentado en este mismo espacio. Sin duda, es un acierto haber incluido esta película entre las siete que se exhiben como parte del 28 Tour de Cine Francés.