El tema que me dijeron mis jefes que iba a tratar la nueva edición de Pálido, conocimientos para funcionar en el siglo XXI. me agobia, porque si de algo carezco yo es de habilidades para tener “éxito” o, cuando menos, una vida más o menos normal. Así como existe el síndrome del impostor, que la Gaceta de la UNAM del 17 de febrero de 2022, lo resume como “creencia irracional que no permite al sujeto tener confianza en sí mismo”. Sin duda, yo creo que esta es la mayor habilidad que tengo.

Mala economía

Por ejemplo, no sé cómo ganar dinero suficiente en este mundo postmoderno y, peor aún, cuando llego a obtenerlo no tengo idea de la forma de hacer que rinda. Ayer conseguí 500 pesos. Almorcé quesadillas buenísimas, a 20 pesos cada una, en un puesto cerca de la clínica del ISSSTE a la que fui a hacer trámites, compré un refresco, me tomé fotos, fui a sacar mi tarjeta del INSEN (solo para que me informaran que el trámite está suspendido hasta quién sabe cuándo, según las guardias), pagué varios transportes, comí pescaditos rebozados de a 20 pesos cada una en el mercado de San Ángel y un platito de arroz de 15. Luego, compré un litro de leche y unas pasitas con chocolate. Doy los precios para que se vea que no es que haya gastado los miles en algún restaurante caro y discriminador. Hoy que llegué al trabajo veo que me quedan como cien pesos o menos.

Conozco gente que con ese dinero hubiera sobrevivido hasta la próxima quincena y todavía hubiera podido ahorrar. Para mí eso es tan difícil como para un delfín encender una fogata en el lecho marino. Definitivamente mi antihabilidad es gastar.

Peor socialización

Mis habilidades sociales, otro aspecto que siempre se insiste como habilidad para desarrollar en este ya ni tan nuevo siglo XXI también son bastante endebles. Van desde que por mis elevadas miopía y astigmatismo nunca aprendí a reconocer los rostros de las personas, aunado a que en mi vejez veo bastante mal, incluso con lentes (por lo que muchas veces no me doy cuenta de que la persona que está frente a mí la conozco desde hace años), hasta que, como dicen algunas personas que me conocen, “no tengo filtros” y a menudo hablo de más, no siempre con mala intención, pero sí frecuentemente con resultados desastrosos.

En este caso, mi antihabilidad sería, precisamente, hacer comentarios impertinentes y totalmente fuera de lugar, en los momentos más inoportunos y en las situaciones en los que mayor daño pueden ocasionar.

Nula planeación

Tampoco soy bueno para planear las cosas. Por lo regular, todo lo voy resolviendo tal como se va presentando, a veces muy bien, otras muy mal, pero regularmente haciendo las cosas a último momento, a las carreras, con la angustia de que no me va a alcanzar el tiempo y siempre toreando la Ley de Murphy, en la que el ingeniero Edward Aloysius Murphy describe, desde 1949, que si algo puede salir mal, saldrá mal… y en el peor momento.

Así, he vivido fallas de luz o de internet antes de terminar un trabajo; que la computadora, regida por las intrincadas leyes divinas de Windows decida que debe actualizarse, o miles de absurdos del tipo “el perro se comió mi tarea”, que nadie cree, pero son muy ciertos.

Así que si me piden que escriba sobre las habilidades para el siglo XXI no me queda más remedio que tomar el tema con cierto humor, fingir que lo domino, y escribir un ensayo entre lamentoso y humorístico acerca, precisamente, de la falta