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Jueves, Noviembre 21, 2024

El normalismo tiene una larga y venturosa huella. Siempre ligada a la historia de nuestro país. Eso no obsta para señalar que dicha historia ha sido construida a pesar, muchas veces, del desdén y abandono presupuestario por parte de las autoridades.

La naturaleza del normalismo se vincula a las necesidades del pueblo mexicano de acceder a la educación para equilibrar un poco las terribles diferencias económicas entre unos pequeños grupos que detentan el poder, los medios, la política y la economía, ante otros grupos mayoritarios lejanos a esa realidad, cuya salida ha sido, es y deberá ser la educación. Esta no ha resuelto dichas diferencias cuyo origen estructural demanda cambios profundos en la administración, acceso y distribución de la riqueza. Cambios que atraviesan por la construcción de un estado auténticamente democrático. La escuela debe ser un lugar en donde se aprendan lecciones profundas de democracia, en la que esta se practique y recree en diferentes oportunidades que la propia dinámica escolar ofrece desde, a pesar y aun, fuera del currículo. 

Las escuelas normales, así, han sido pilares fundamentales en la construcción de la identidad nacional, de los valores necesarios para la convivencia social y de la promoción de los saberes que promueven los aprendizajes requeridos por niños y jóvenes. Todos hemos sido educados, en algún momento de nuestra vida, por maestros y maestras normalistas. Dicha función, entonces, debe ser valorada por la sociedad y promovida por la autoridad para enriquecer la formación de los futuros maestros y maestras. Gran parte de nuestro destino se escribe ahí.

La carrera de profesor en México siempre se ha visto como una profesión de estado. A diferencia de lo que ocurre con las denominadas profesiones liberales (derecho, ingeniería, medicina, etc.,) los maestros y maestras de México hemos sido formados bajo la égida gubernamental, con todo lo que ello implica. Reproductores de currículos institucionales que, en teoría, deberían promover cambios sustanciales y equilibrios, lo cierto es que las más de las veces las políticas educativas sirven primordialmente para mantener un estatus de las clases en el poder. Esa es la tarea que quisieran muchas veces las autoridades, la de simples reproductores, aunque en los hechos, los normalistas hemos resistido y traducido los currículos oficiales -desde las aulas de las escuelas normales, hasta las aulas en las que nos desempeñamos o hemos trabajado como  maestros de educación básica- en posibilidades de allegar a nuestros estudiantes conocimientos útiles y necesarios para la formación de una masa crítica y propositiva, susceptible y promotora del cambio. Falta mucho, es cierto, han sido etapas de la historia educativa de retrocesos y avances magros, porque no toda la tarea descansa en la responsabilidad de los maestros. Uno de los cambios que se vinieron demandando –con mayor fuerza desde 2019 en el Congreso para la Transformación de las Escuelas Normales al que fuimos convocados por el gobierno entrante y al que acudimos con expectativas pero también con reservas- era el de participar en el diseño del plan y programas para nuestras instituciones; lo que parecía un desafío insalvable, porque esa tarea ha sido históricamente, potestad del gobierno, finalmente se concretó. Fuimos criticados al interior y fuera de las escuelas normales por atrevernos a semejante propuesta. Cientos de congresistas empujamos para que se diera ese primer gran paso.

Durante todo el ciclo escolar 21 – 22 bajo la mirada y líneas acordadas con las autoridades de la Dirección General de Educación Superior para el Magisterio (DGESuM) en numerosas y agotadoras reuniones virtuales, se fue co diseñando el Plan y Programas para las Escuelas Normales del 2022. Participamos maestros elegidos por las comunidades normalistas de todo el país: Normal por normal, licenciatura por licenciatura: debates intensos, democráticos, tersos o ríspidos pero siempre con el ánimo y la inteligencia de abonar saberes para la construcción del nuevo plan y programas de 2022.

Estamos en plena fase de despegue. El resultado es incierto (no es posible medirlo ahora) y, también, deberá ser diferente porque cada licenciatura o estado tiene diferentes contextos, oportunidades, experiencia y necesidades y, con base en ello, las posibilidades curriculares se fueron decantando, se concretaron de distinta manera.

Probablemente, en el curso de los semestres aparezcan las bondades de los nuevos programas, así como sus insuficiencias, reiteraciones o peligros que no hayamos sido capaces de advertir en su momento. La validación o rechazo parcial o total a los nuevos programas, finalmente, habrá de ser determinada por la propia comunidad normalista en extenso y, también, eventualmente, por la comunidad académica que investiga y trabaja sobre el quehacer y los resultados educativos. La apuesta ha sido tan grande como la responsabilidad que pesa sobre nuestros hombros, pero era el camino a seguir: no podíamos seguir tropezando con la misma piedra.

El paso, visto desde fuera, puede parecer menor: desde las normales ha sido un gran paso porque nos confirió la posibilidad de ser tratados como una comunidad académica que tiene propuesta, experiencia y preparación solvente. No somos subprofesionales, como a veces se nos juzga; somos, debemos ser, una nueva vanguardia educativa.

Algunas de las conquistas que sí es factible enunciar desde ahora, han sido la de desmontar la educación por competencias, formadora de seres acríticos, sin conciencia social, dóciles y mera mano de obra al servicio del gran capital. También, reducir significativamente las horas dedicadas al inglés (obra del infame secretario Nuño) que no formaban seres bilingües y sí restaban horas necesarias para la formación pedagógica y disciplinar de nuestros estudiantes. Así mismo la denominación de las licenciaturas que eliminan el limitante de “para la educación secundaria” (para los egresados de las Normales Superiores),  dejando la posibilidad de desempeñarse, al menos en educación media superior, aunque históricamente muchos lo hicimos, incluso a nivel superior,  con planes anteriores al del 2018 obra de Nuño.

Más allá de las insuficiencias y limitaciones inherentes a cualquier nueva propuesta pedagógica, hemos de celebrar la posibilidad de haber participado en el co diseño y cuidar de no perder esta conquista. El terreno se ha abierto. Traduzcamos efectivamente los nuevos currículos, seamos críticos y abonemos propuestas para superar sus defectos, pero sobre todo, mantengamos la mirada puesta en la superación constante para que esta situación inédita se convierta en la nueva pauta.

Faltan muchos pasos, algunos que seguimos demandando, como los salarios, el crecimiento en calidad y cantidad de las plazas de tiempo completo, la recategorización, la contratación -previos exámenes  transparentes de oposición- de nuevos maestros y maestras, los apoyos para la investigación, la difusión de lo que se hace en este terreno, la democratización de nuestros espacios. Todo habrá de llevarnos a la recuperación de la dignidad normalista pisoteada por los gobiernos de Calderón y Peña Nieto de manera destacada. No todo se gana en una sola tirada, no es un juego de dados. Falta mucho. Es otro comienzo. No es tiempo de celebrar, es momento de asumir la responsabilidad y hacer efectivos nuestros sueños y si no, que la sociedad y los normalistas nos lo demanden.

  

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“pálido.deluz”, año 10, número 144, "Número 144. Habilidades para el mundo del siglo XXI. (Septiembre, 2022)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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