Ninguna obra cinematográfica puede ser evaluada desde el parnaso del séptimo arte, considerado en abstracto. Antes bien, lo que define su sentido y carácter -opresor o liberador, estético o antiestético- es la relación que sea capaz de establecer con sus destinatarios y las consecuencias extra- cinematográficas que de ellas se desprendan.
Susana Velleggia
Una familia rural extensa, es decir, compuesta de varias células unifamiliares, que ha vivido por más de 80 años de sembrar árboles y luego cosechar frutas (melocotones e higos, principalmente) en la provincia catalana de Alcarràs se ve amenazada ante la inminente expulsión de las tierras que, si bien, no son de su propiedad, han sabido hacer florecer, productiva y culturalmente. El dueño del suelo ha decidido instalar celdillas solares en las hectáreas, no considerando el valor como generadores de energía, sino más bien, pensando en términos de rentabilidad sin considerar el avance y arraigo de esa comunidad a la región.
Se trata de la película Alcarrás (Simón, C. España, 2022), que se atreve a documentar minuciosamente este tipo de familia tradicional catalana, ahora en proceso de extinción con adversidades que se fingen sostenibles. Es la descripción etnográfica y/o documental de una comunidad familiar con todos y cada uno de los personajes. Acerquémonos a algunos.
En la familia no puede faltar el abuelo que es depositario de la sabiduría rural concentrada en historias, cantos y que reúne alrededor de él a su familia. Al principio del filme notamos cómo la familia le recrimina no haber realizado algunos trámites para evitar el despojo, pero la tendencia –como lo veremos- va más allá de la tramitología legal o burocrática. Los buenos modos y generosidad de este hombre lo llevan a jugar cartas con sus colegas de generación o a llevarle higos al dueño de la tierra.
La comunidad tiene un líder que es al mismo tiempo el sucesor del abuelo, padre, guía económico y moral, mejor trabajador, guardia y vigilante, contratante de trabajadores migrantes, ordenador y estructurador de la familia; por lo tanto, sobre el que recaen las decisiones y el que las asume con gran responsabilidad. También es el campeón a la hora del vino en las fiestas locales.
Asímismo están las mujeres mayores que sostienen en muchos sentidos la casa y los cultivos y conocen todo lo que pasa en la comunidad, para bien o para mal, siempre conteniendo los problemas.
Por otro lado, los muchachos de ambos sexos que, aunque asumen su rol familiar tratando de estudiar o ayudando en la cosecha y venta de la fruta, comienzan a tener otras prácticas culturales, enajenados por las formas modernas de educación y entretenimiento.
Las acciones de los niños son clave en esta disección de una parte del mundo rural español. En su proximidad, lejanía, juegos y diálogos retratan en mucho a su entorno. Disfrutan de estar juntos y sufren cuando los padres se alejan, por las decisiones sobre las celdas solares.
A estás alturas de la narración cinematográfica uno se tiene que preguntar cosas como: ¿Qué nos está contando está directora del contexto agrario español actual? ¿Acaso es la última generación que vivirá de una estrecha relación con la naturaleza? O mejor, buscamos otro horizonte de cuestionamientos: ¿Qué estaríamos entendiendo por sostenibilidad en el mundo? ¿Sembrar paneles captadores de energía en los lugares en donde hoy existen árboles frutales y vida comunitaria como en este ejemplo catalán? ¿O colocar miles de esas celdas en dónde aparentemente no hay nada como en las zonas áridas del desierto de Altar en México?
No se puede negar la necesidad impostergable a escala global de vivir la transición energética para reducir los gases de efecto invernadero y evitar los efectos del cambio climático ya presentes con golpes de calor, aumento de temperatura, sequias y elevación de meteoros y huracanes a nivel planetario.
Pero es necesario, en la misma medida, atender los efectos de estos cambios. Los parques solares provocarán cambios como los que se documentan en la cinta Alcarràs y otros:
estos inmensos parques solares, que tienen una vida útil de 30 a 40 años, no solo deforman el paisaje en relación con el impacto visual, sino que contribuyen a la pérdida de biodiversidad, a la creación de islas de calor y a la pérdida de identidad, patrimonio cultural e impacto social. Son proyectos prácticamente irreversibles, aunque puedan desmantelarse. (Marcos, A. 2021).
¿Cómo mediar entre lo necesario de conservar valores humanos, culturales, ambientales y productivos de las comunidades rurales y los indispensables cambios energéticos para mantener la homeostasis de los ecosistemas del planeta en términos climáticos?
Agradecemos que el filme en cuestión nos invite a reflexionar en torno a las contradicciones de mantener valores comunitarios frente a estrategias de desarrollo, que hoy se consideran sustentables, pero que no dejan de estar determinadas por una visión preponderantemente económica.
Referencias
Marcos, A. (2021). El riesgo inesperado del auge "acelerado y desordenado" de las plantas solares en España. El español. España. Sección Medio Ambiente. 24 de abril 2021. Recuperado 20 de julio 2023 https://www.elespanol.com/ciencia/medio-ambiente/20210424/riesgo-inesperado-acelerado-desordenado-plantas-solares-espana/575942864_0.html
Velleggia S. (1986). Cine entre el espectáculo y la realidad. Claves Latinoamericanas. México., p 12