I
Durante décadas el profesor Cesar Labastida Esqueda, compró —en formato original y pirata— toda clase de música en discos compactos. Se siente muy orgulloso de su colección y los escucha en su pequeño estudio, cuando lee y escribe. La música que sale por las bocinas de su aparato reproductor es una inmensa compañía que lo relaja y, como dice él, le pone ritmo a su vida.
Pero un mal día se descompuso el reproductor de discos compactos de su biblioteca mínima. No puso mucha atención al asunto, porque atareado como es, y por culpa de las interminables actividades docentes impuestas por las autoridades educativas, la mayor parte del día se encuentra fuera de su casa. Así que escuchaba música en el estéreo de su automóvil.
Otro desventurado día, un disco compacto de coros interpretando música de JS Bach, se quedó trabado en el estéreo del auto y no hubo poder humano que lo pudiera sacar de allí. Eso si puso muy triste al profesor Labastida, sobre todo cuando observó su colección de CD’s pernoctando en los estantes de su estudio.
A César, entonces, le recomendaron que se metiera a las posmodernas plataformas que contienen toda la música que nadie se puede imaginar. Una de sus negaciones, en realidad era sustentable: ¿Qué haría con tantos compactos acumulados? ¿Regalarlos? ¿Donarlos? ¿Tirarlos a la basura? ¡Jamás!
Un afortunado día, el profesor César vio un anuncio sobre avenida Cuitláhuac, casi al llegar a Vallejo: “Se arreglan estéreos. Cualquier marca.” Labastida recuperó la sonrisa. Llevó el auto con el problema y le pidieron que regresara en tres horas.
Hicieron las pruebas correspondientes y funcionó: arreglaron el estéreo.
Sin embargo, el profesor César, escéptico y desconfiado de que el remedio dure para siempre, cada vez que introduce un disco compacto, se lo encomienda a todos los coros celestiales, esperando que no vaya a ser el último que lo acompañe en sus recorridos por la transitada ciudad.
II
El profesor César se siente renovado con la compostura del estéreo en su automóvil. Así que toma una pila de CD’s antiguos de los estantes que están en su estudio y los deposita en el carro.
Mientras circula por las avenidas transitadas de la ciudad de México rumbo al trabajo, el profesor Labastida pone un disco compacto que le regalaron hace muchos años y que tiene en la caja un rótulo escrito con pluma azul: “Música en español 70’s”. Desde el primer track comienza a escucharse:
♪♫♪ “Tómame o déeejame…” Y de inmediato, César continúa al mismo tiempo que la canción:” ♪♫♪
—Pero no me pidas que te crea más…♫
En el siguiente track suena:
♪♫♪”Eeerees tú…” ♪♫♪ Y Labastida pronuncia, entonado:
—Como el agua de mi fueeenteee… Eeeres túuu…
Y luego se oye en el estéreo:
♪♫♪ “En la plaza vacía, nada vendía el vendedor… “♪♫♪
—Y aunque nadie compraba, no se apagaba nunca su voz… —expresa César, al volante.
En un semáforo habitualmente largo, el conductor, inspirado y con la música a buen volumen, piensa que, aunque nunca fue fan ni seguidor del grupo Mocedades, se sabe prácticamente todas las canciones. Las tiene grabadas en su memoria. ¿Por qué puede repetir la letra de esas melodías como una oración? ¿Se debe a que a aquella novia de la secundaria le gustaban y todo el tiempo las oían?
♪♫♪ “Desde que tú te has ido… desde que te has marchado” ♪♫♪
—Mis manos tienen frío… Por no tener tus manos…
Sigue César Labastida en su reflexión: ¿O es que se escuchaban constantemente en la radio y en “Siempre en Domingo”? ¿O porque le evocaban lindos recuerdos?
♪♫♪ “Toma veinte años de un ingenuo caminar… Toma mi pasado que no existe en realidad…” ♪♫♪
—Toma mi persona y aaalgooo máaaas…♪♫♪
Al maestro Labastida le resulta un verdadero prodigio recordar casi sin error todas esas canciones de Mocedades. También le ocurrió que en un velorio al que había asistido unos días antes, llegó en el momento en que estaban oficiando una misa de cuerpo presente y una organista acompañaba el rito con canciones religiosas. Allí escuchó:
♪♫♪ “Entre tus manos… está mi vida Señor”; “Tú has venido a la orilla… No has buscado, ni a sabios ni a ricos… Tan sólo quieres…”; “Te ofrecemos Señor… nuestra juventud…” ♪♫♪
De pronto, César se sintió transportado a sus años de infancia, en los que su abuela lo llevaba a la Iglesia y oía esas melodías.
“La música”, pensó el profesor Labastida, “tiene un poder evocador que sin lugar a dudas conforma y educa de forma misteriosa y convincente.” Entonces, en el estéreo del automóvil sonó:
♪♫♪ “¿Quién te cantaráaa… con esa guitaaarraaa?” ♪♫♪
—¿Quién la hará sonar…cuando no esté yo? —Entonó César conmovido.