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Jueves, Noviembre 07, 2024

Entender la forma en que la música ha influido en mi vida, y en particular en mi actividad docente, me representa un problema difícil de abordar. Por un lado, es una historia llena de prejuicios de clase que, desmontados o no, me siguen marcando y empañan muchas veces la apreciación del fenómeno musical; por otro, con la llegada de la edad madura y la vejez temprana apenas voy pudiendo poner en orden algo del desorden mental de mis gustos musicales.

Vengo de una familia donde siempre se escuchó música. Mi papá, escritor y profesor, ha dedicado muchos años de su vida a la mal llamada (como él mismo asegura) “música clásica”. Aquí hay que insertar la primera nota: los otros nombres para llamar este tipo de música, como “culta” o “de concierto”, además de clasistas son tan poco certeros como el que pretenden corregir.

Decía, vengo de una familia donde se escuchaba música siempre, primordialmente la “clásica”. Desde pequeño, escuchábamos lo mismo Beethoven o Mozart que Janácek o Malher; desde Orff hasta Chávez. Por ejemplo, durante años odié a Miguel Bernal Jiménez porque mi padre nos despertaba a alguna hora muy temprana de la madrugada (no tanto, tal vez las 6 de la mañana) con la identificación de Radio UNAM, que era el Concertino del autor michoacano.

Sin embargo, gracias a que papá y mamá eran personas cultas y razonables, no solo escuchábamos esa música, sino que nuestro horizonte se abría a la música popular mexicana (ranchera, huapangos, sones), la música cubana por herencia materna, el rock and roll en español (también delirio materno), música tradicional latinoamericana (incluyendo Canto Nuevo y lo que se llamaba “Canción de protesta”, a partir de 1966, más o menos, pues se programaba en Radio UNAM).

Poco más tarde, empecé a escuchar rock, llevado por la curiosidad, y me hice adicto a las emisiones de “Vibraciones” de Radio Capital, con música de leyendas como Vanilla Fudge, Janis Joplin, Emerson, Lake and Palmer, Quicksilver Messenger Service, Black Oak Arkansas y muchos otros, y los programas especiales de Beatles, Rolling Stones, Creedence y Doors, de las estaciones 590 “La Pantera” y Radio Éxitos, en los ya muy lejanos años 70.

En la escuela, tuve la fortuna de tener como profesor de música al genial Gustavo Carrillo Paz, autor con Fernando Cataño de Temas de cultura musical, obra dedicada a estudiantes adolescentes que no solo me enseñó de música, sino me mostró que los libros de texto pueden ser maravillosos (por cierto, en este aspecto también recuerdo la Historia de la literatura mexicana con algunas notas sobre literatura de Hispanoamérica, complementada con una antología, de mi también profesor Sergio Howland Bustamante). El profesor Carrillo tenía a su cargo una materia extracurricular llamada “Apreciación musical” que consistía en dedicar una o dos tardes a la semana a escuchar alguna obra sinfónica (de la que él mismo nos brindaba información) y realizar alguna pintura que nos refiriera a dicha obra.

Muchos hay quienes critican esa forma de apreciación musical, pero tengo que confesar que para mí era una actividad muy placentera, y eso que teníamos que ir por la tarde, luego de nuestras actividades escolares normales.

Conforme fui llegando a la adolescencia y, posteriormente, a la juventud, fui abandonando la mal llamada música clásica para decantarme, primero, por el rock y, luego, por la música latinoamericana (folklórica, nueva trova y canto nuevo). También fui tomando el gusto por el bluegrass, el blues, el country, y música folklórica de países y culturas diversas.

En los últimos años he aprendido a apreciar con mayor soltura lo que en mis épocas, y de manera un tanto clasista, se conocía como “música tropical” y a entender las sutiles diferencias entre las diversas formas de cumbias, la salsa, el son y otras formas.

Creo que la música es una de las mayores manifestaciones de la humanidad. Como la lectura, la música nos muestra las muy diversas formas de ver el mundo y la realidad, permite hermanarnos con las más diversas culturas y tradiciones. También, sostengo que es un recurso didáctico miserablemente desaprovechado, pero ese será ya tema de otro texto.

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“pálido.deluz”, año 10, número 155, "Número 155. Música y educación. (Agosto, 2023)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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