Ante una invitación, en el primer semestre del año asistimos a un evento en la escuela secundaria técnica número 6, Sor Juana Inés de la Cruz, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, bajo el tema Prevención de las adicciones en adolescentes de educación secundaria y media superior.

El programa fue organizado por la Secretaría de Educación Pública y lo que denominan Autoridad Educativa Federal en la Ciudad de México, la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana y la Secretaría de Seguridad de la Ciudad de México, mientras que los asistentes y expositores fueron representantes de las autoridades de esas instituciones y de otras de menor rango, pero también involucradas en el tema.

El caso es que se enarbolaba un evento político, disfrazado de educativo y de seguridad para los alumnos, en un patio muy grande de la escuela, con cobertura para más de 500 asistentes, entre los que se encontraban aproximadamente 400 niños. Alrededor de la escuela se instalaron cerca de una docena de stands de instituciones interesadas en las adicciones: INJUVE, Instituto Nacional de las Mujeres, y de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.

El evento inició con los discursos de las autoridades principales; la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, el titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, así como el de la Autoridad Educativa. Sus intervenciones giraron alrededor de la importancia que tiene para los niños, niñas y adolescentes la labor que desarrollan estas instituciones y sus funcionarios que, por supuesto, tienen en los educandos su ocupación más importante para el país, pues la salud emocional y física de éstos es su mayor prioridad, y que dichas instituciones no existirían si no tuvieran tal objetivo como su función central. En otras palabras, sin los niños, niñas y adolescentes estas entidades no tendrían razón de ser.

Otra particularidad, que se observó en el acto fue que prevalecieron las adulaciones entre ellos como los máximos funcionarios que tiene el país para rescatarlo de la corrupción y de los malos gobiernos.

A continuación llegó el momento de la fotografía con las y los estudiantes, pues ello denotaba el acercamiento de las autoridades con la escuela y su interés por prevenir las adicciones, que era el tema tratado en el evento.

Enseguida se indicó a los alumnos que permanecieran sentados en sus lugares, pues las autoridades pasarían a los stands a conocer la oferta que existe de atención y prevención contra las adicciones para los adolescentes.

Así pasó una hora o más, las autoridades luciendo su atuendo político y hablando entre ellos de sus futuros planes, y los estudiantes sentados sin moverse de sus lugares y cuidados por algunos docentes. Parecía más un escenario de carácter militar que educativo, pero los alumnos seguían pasivos y ordenados, sin preguntar qué iban hacer y cuándo.

Después de dos horas se retiraron las autoridades, y los alumnos y alumnas pudieron al fin disfrutar de los stands, el júbilo no era el mejor; el cansancio, luego de ese tiempo, los había alcanzado.

Entonces surgen algunas preguntas, ¿por qué los alumnos dejaron de ser lo más importante para las autoridades en ese discurso lleno de palabras huecas y rebuscadas?, ¿Se pasó al olvido de los adolescentes en el patio de la escuela?, ¿Acaso, no eran la prioridad?, ¿Se esfumó la congruencia y apareció el colmillo de la indiferencia, la realidad política oculta y sus principales fines?

También preocupa la actitud de los y las estudiantes, tan pasivos y sin cuestionar lo que hacían ahí, ¿cuánto tiempo estarían y por qué?, ¿Cuándo dejaron de ser la prioridad?, ¿Cuánto creyeron del discurso que les fue dedicado?, ¿Qué fue lo que más le gustó, la visita de las autoridades o el interés que mostraron en ellos?, ¿por qué no pasaron a visitar ellos primero los stands? Y algo aún más delicado, ¿qué tipo de alumnos estamos preparando para el presente y para el futuro?, ¿un alumno que no sabe qué hacer con lo que aprende en la vida cotidiana?, ¿un alumno con poca o nula crítica de lo que pasa a su alrededor, que no mira más allá de lo que sus autoridades le hacen ver?, ¿un alumno que no práctica la participación democrática, sino que se encuentra pasivo hasta que le asignan las actividades que debe realizar o los momentos en los que debe intervenir?

¿Un alumno que no crea investigación, ni textos o poemas, no cuenta y no sabe cómo dar respuesta a problemas matemáticos con los que se enfrenta, no participa en acciones para el cuidado del medio ambiente o práctica ciencia básica por sí mismo?

Esta narrativa da margen a pensar qué propuesta educativa debe plantearse para generar una verdadera transformación en la enseñanza y el aprendizaje. No se puede pensar en más de lo mismo disfrazado de mejora y humanismo.

La pregunta tendría que ser ¿qué hacer?, ¿cuándo y cómo hacerlo? para lograr un ciudadano y ciudadana que levante la voz, emancipe la acción ante la manipulación e injusticia de que son objeto él y sus amigos, compañeros, vecinos y muchos más.

¿Cómo incursionar en una educación que piense en el bien común, en caminar por los mismos senderos de la participación democrática, en la protección y seguridad del uno por el otro, en el cuidado de la salud propia y de los demás?

Lo cierto es que el camino es largo, pero, también, que hay esperanza para seguir trabajando propuestas que favorezcan una educación reflexiva, crítica, flexible, emancipadora, democrática y de libertad.