Lorena Martínez González, nació bióloga. Cuenta la leyenda que lloró en la sala de parto, no por la nalgada del médico, sino porque no había plantas que ordenar.
En uno de los múltiples pliegues de su vida, estudió Biología en la UNAM, lo que le ayudó a formarse como espía de los árboles, pues conoce a plenitud nombres, peculiaridades, lugares de vida e, incluso, indiscreciones. Su conocimiento y reconocimiento la llevó a ser socia fundadora y miembro de la Asociación Mexicana de Arboricultura A.C., de la Asociación Mexicana de la Dalia o Acocoxóchitl; y de la Asociación Mexicana de Jardines Botánicos, siempre esforzándose por incorporar la educación ambiental como herramienta central de las iniciativas de tales instancias.
Profundizó su formación en educación ambiental en la Maestría que sobre este campo ofrece la Universidad de Guadalajara, ahí fue un hilo que le brindó unidad a su generación. Estudiante muy destacada, formó la denominada “Parvada de Edgar Morin”, una especie de secta amante del pensador francés y del comentario mordaz, que sigue encontrándose a la menor oportunidad.
Entre sus publicaciones está el capítulo de “Visión histórica de las áreas verdes y la vegetación de la Alameda Central”, que es parte de un prestigiado libro editado por el Museo Mural Diego Rivera. De su autoría es un libro enciclopédico titulado “Los árboles y áreas verdes de la ciudad de México”, entre cuyos editores está la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). El capítulo “Pasiones que matan”, incluido en la obra “Oye cómo va. Ensambles narrativos de educadores ambientales”, es un texto que la retrata, como lo que es, una mujer profesional, sensible, comprometida y de análisis agudo y comprensivo.
Fue, durante muchos años, la encargada del Jardín Botánico y directora de Áreas Verdes y Educación Ambiental de la Fundación Xochitla A.C.; se le veía ir y regresar como una Blanca Nieves rodeada de jardineros quienes más que cuidar plantas, aderezaban alegremente el dinámico calor de la vida que encerraba ese jardín. Ahí montó, con el sólido cemento que se fragua con la terquedad y el gusto, la más importante colección de plantas vasculares del país.
También en ese lugar integró la poesía al juego y el juego a la reflexión ambiental, experiencia muy reconocida y sugerente para las y los educadores ambientales.
Ella condujo a Xochitla a obtener en el 2010 el Premio al Mérito Ecológico en la categoría de Educación Ambiental No Formal, máxima distinción que otorga el gobierno federal en el campo ambiental.
Ahora Lorena practica con solvencia, entre otras, la profesión de espeleóloga en las cavernas de Internet para encontrar aquello que otros buscan y no encuentran. Con sus hallazgos trepa a muchos al asombro para que vean mejor lo que la red ofrece.
Como a todos, la vida le ha presentado obstáculos y problemas, a pesar de ello siempre vuelve la cara al sol y le cierra las esclusas a la desesperanza.
Para fortuna de la educación ambiental, ha desandado el camino de la retirada y actualmente está desarrollando Proyectos en Quintana Roo.
Aparte de lo anterior, ¿por qué se le entrega a Lorena este reconocimiento?
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Porque es una educadora ambiental a la que se le reconoce sus aportes arropados en el talento, la buena disposición y el compromiso.
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Por su integridad moral que le otorga el carácter de vigilante social, que entona himnos contra las injusticias.
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Por contagiar su sentido de solidaridad entre sus colegas, no solo hacia otras personas, sino también a otras formas de vida.
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Por sacudir de los hombros a la indiferencia, al sentido de la derrota y repartir invitaciones al pensamiento y a la acción.
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Porque ha sabido sostener y contagiar la fe en que el imaginario humano es una potencial fuente de transformación.
Lorena Martínez, mujer de pie frente a la vida, ha extendido generosa y comprometidamente ramas y frutos a la educación ambiental, por eso hoy le agradecemos profundamente con el presente reconocimiento.