La memoria es uno de los ejes sobre el que giran todas mis novelas, que tienen una preocupación esencial: el hecho de resistir. La literatura como espacio de resistencia a las fuerzas del olvido, a las fuerzas de la distorsión de la historia —voluntaria o no—, a los mecanismos con los cuales los poderes políticos y sociales intentan imponer a la sociedad su relato del pasado. La novela está ahí para hacer una especie de contrapeso. La novela es el lugar donde la sociedad civil puede, de alguna manera, dar su versión de los hechos del pasado, recordar las cosas a su manera y enfrentarse a las a las fuerzas —que son muy poderosas— de quienes intentan distorsionar el relato.