Nota: Palabras leídas con motivo del Reconocimiento a la Mtra. Juanita Ruiz Cruz en el marco del VIII Coloquio Nacional de Estudiantes y Egresados de Programas Académicos de Educación Ambiental, realizado el 15 de junio de 2023

En 1994, semanas después de haber ingresado en la unidad UPN095 Azcapotzalco, llegaba desorientado al edificio de Lago Bangueolo donde comencé a conocer de un modo particular a la comunidad educativa de esa institución.

—¡Juaniiitaa! ¡Juaaanaa!—Se escuchaba un grito grave desde la dirección que conminaba a una profesora menudita y prudente, para atender el llamado, casi siempre festivo aunque en ese tiempo me parecía autoritario, del Profr. José Guadalupe Rincón, el director de la unidad UPN095.

La profesora regresaba de la dirección, con hojas impresas que llamaban “galeras” henchidas de correcciones en tinta roja o amarilla (mi recuerdo ya es frágil para esas minucias) y realizaba los cambios en una de las primeras computadoras de escritorio con monitor monocromático, que se encontraba en un espacio reducido, y que pomposamente llamaban “sala de cómputo”. Así conocí a la maestra Juanita, siempre proactiva y diligente a las instrucciones y necesidades que demandaba el trabajo académico.

Bióloga de formación politécnica, la Maestra Juanita descubrió por azar una de las convocatorias para concurso de oposición en el periódico de La Jornada, que leía con esa convicción de izquierda, forjada desde esos años estudiantiles en la combativa Escuela Nacional de Ciencias biológicas de los años setenta y heredada desde el hogar, por su padre, obrero y sindicalista, quien luchó siempre por la igualdad y el bien común con honestidad.

La aparente casualidad llevó a la Maestra Juanita a concursar y ganar por oposición una plaza de docente en la universidad pedagógica nacional y a sumergirse en el ámbito complejo, inclasificable y elusivo de la educación. Juanita debió vivir un conflicto existencial y cognitivo de dimensiones monstruosas para poder entender ese otro mundo social y subjetivo, incomparable con los virus, células, organismos vegetales, animales y toda la parafernalia de los seres vivos… Hoy nos da lecciones de analogías entre la biología y la educación que el mismísimo Piaget envidiaría.

Luego de este desafío y enfatizando los recuerdos de cómo la conocí cuando corregía las galeras de la entrañable revista Caminos abiertos, tuve la fortuna de compartir con ella el aprendizaje de todo el proceso editorial. Imagínense una bióloga como responsable de una revista educativa y un incipiente psicólogo como ayudante de las ediciones. Sí, tal vez exagero, porque para el desarrollo de Caminos abiertos participaban muchos colegas, desde los que colaboraban con sus escritos hasta quiénes contribuían con sus correcciones de estilo, sus comentarios y sugerencias; era un gran trabajo colectivo, pero debo reconocer que cuando el Profr. Rincón delegó en la maestra Juanita esa tarea, su compromiso fue admirable.

En el desarrollo editorial de la revista Caminos abiertos, la maestra Juanita manifestó una faceta artística que supongo desconocía. Ya como responsable, me sugería que ilustráramos la publicación no con imágenes inconexas entre cada texto, sino que tuvieran una homogeneidad estructural. Es decir, en lugar de buscar o incorporar una imagen asociada a cada texto, el reto consistía en pensar en las obras de algún artista plástico, pintor o fotógrafo, que unificara toda la edición. Así fue que empezamos a formar ediciones que giraran en torno a artistas que nos gustaban o nos parecían atractivos. De esa época recuerdo algunas publicaciones memorables: la dedicada a Remedios Varo, que es espectacular y de quien sé que Juanita posee una veneración casi religiosa. La portada en la que se reproduce con selección de color La Ciencia inútil es maravillosa (como expresaría el maestro Rincón). Otros ejemplos fueron las ediciones dedicadas a Lucian Freud, Siqueiros, Rivera, Kahlo, e incluso fotógrafos como Manuel Álvarez Bravo o Martín Chambi.

De este modo, la maestra Juanita se sumergía en el mundo de las ciencias sociales y de la educación con una devoción asombrosa, y por supuesto que su práctica docente se fue mejorando y enriqueciendo en el aula. Este crecimiento y la conformación de una visión educativa particular y autónoma permitió que diera el siguiente paso, que aceptara la dirección de la unidad UPN095 y que entonces se empezaran a manifestar diversos frutos que se fueron concretando en su gestión: la consolidación de la revista Caminos abiertos, el fortalecimiento de la maestría en educación ambiental en donde es obligatorio resaltar el primer Coloquio de estudiantes y egresados en programas académicos de educación ambiental en 2007; el diseño e implementación de la maestría en educación básica; la incorporación en la unidad de las licenciaturas escolarizadas en pedagogía y psicología educativa; la publicación de libros institucionales, del que destacamos el de Educación ambiental en la formación docente en México: Resistencia y esperanza en el 2009.

¡Qué recuerdos y qué de cosas (diría mi pana Tona) qué de cosas podríamos platicar aquí con todos ustedes! Todo esto para otorgar un emotivo reconocimiento a quien ha incorporado en su propia alma y carne el eslogan que de forma casual y afortunada se ha vuelto la bandera de la maestría en educación ambiental: Resistencia y esperanza.

La resistencia que la maestra Juanita adquirió gracias a su padre, obrero y luchador social, y la esperanza, que asimiló de su madre, ferviente católica. Reivindicar los orígenes y destacar ese proceso evolutivo y educativo que ha conformado a una gran educadora ambiental y sobre todo a una gran persona es un hecho que no podemos ignorar ni omitir. Por eso hoy comparto estos recuerdos y alegrías en un afán de Resistir, sobrevivir, re-existir y compartir.

Gracias maestra Juanita por tu Resistencia y esperanza.