Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas
Maestría en Educación Ambiental Universidad de Guadalajara.
Me imagino aislada en una nave espacial, en órbita, dando vueltas cada 90 minutos. La gravedad disminuye y el arriba o abajo son tan relativos como el día y la noche. Los días se vuelven confusos. El sol que atraviesa la atmósfera, inunda la nave de diferentes colores, como los del arcoíris, hacia el otro lado, me zambullo en la negrura del espacio. Vislumbro un pequeño círculo en donde domina un azul profundo, manchado por pequeñas manchas nubosas, al cual estoy conectada por la gravedad y por un cordón umbilical invisible creado humanamente: la telecomunicación.
Recuerdo esa imagen de la Tierra en donde se contempla la vida como un todo, en una esplendorosa percepción de la naturaleza. Desde esas alturas no se perciben conflictos tribales, ni políticos, ni puntos, ni rayas divisorias. Que visión increíble que me deja pensando que en ese escenario ha transcurrido toda nuestra historia y nuestras civilizaciones, transpirando bajo la gaseosa piel que recubre nuestro planeta. Regreso a mi realidad y me doy cuenta de que somos parte de una globalidad que trasciende mi piel, la de quienes me rodean y hasta de la humanidad entera.
Recuerdo palabras de Margulis y Sagan en su bello libro ¿Qué es la vida?: “…llegar a conocer la variedad de la vida en la Tierra –vida que, desde el verdín de los pantanos hasta los tigres, está conectada con nosotros a través del espacio y el tiempo– puede ser inspirador. (…) Los humanos no somos especiales independientes, sino parte de un continuo viviente que circunda y abarca el globo.”
Abruptamente regreso a mi realidad… ¿cómo hablar de sustentabilidad?
Hago una búsqueda de la definición de sustentabilidad, el resultado: “cerca de 7´650,000 resultados en 0.45 segundos, seguramente muchas serán semejantes o se repetirán. Al ver la magnitud de estos resultados, parece perder sentido buscar una definición. Pienso entonces que tal vez, como dice Gudynas, sea más importante comprender las ideas en las que se basan, identificando las ideas y tendencias en juego y entonces ofrecer elementos para generar alternativas propias, adaptadas a nuestra realidad.
Tenemos necesidades que son parte de nuestra naturaleza humana, pero también parte de nuestra cultura, así como lo son también los satisfactores, pero como productos culturales, no tienen límites, y son tan variables como nuestras formas de ser, de tener, de hacer y estar en el mundo, y por lo tanto son inmateriales, pero ¡oh decepción!: la naturaleza no es inmaterial y tiene límites.
¡Qué importante se vuelve entonces escucharnos, escuchar a la naturaleza, generar no una, sino diferentes culturas de la sustentabilidad, en donde consideremos nuestra necesidad de subsistencia, de entendimiento, de protección, de afecto, de creación, de participación, de identidad, de ocio y también de libertad! Hablar pues de un “todos nosotros”, construyendo una mejor calidad de vida, una sustentabilidad, un buen vivir con sentimientos y afectos incluidos.
Por muchos lugares escucho que la crisis de sustentabilidad puede ser también una oportunidad para generar cambios civilizatorios profundos, que nos lleven a modificar estilos de vida y formas de ver el mundo, a nosotros mismos y a la naturaleza.
Volteo entonces a mis andares por la educación ambiental, la forma en la que encuentro y me encuentro con el juego y sus posibilidades. Ese juego al que veo como como generador de referentes identitarios, de solidaridades y de cambios profundos en las personas, y también de apertura hacia nuevas posibilidades, imaginarios y ¿por qué no? utopías.
Me veo en digamos… ¿cuántos meses o años durará esta pandemia?, con un rostro ajado la cabeza como cebolla blanca, caminando con bastón sobre el andador de un espacio otrora paradisiaco y un aula de una escuela media superior o superior, debatiéndome cual Gollum entre lo que se me pide que haga y lo que creo que debo hacer, tratando de que un montón de chavos por fin tomen la alternativa de ser diferentes, de revelarse contra lo establecido socialmente, contra la globalización, protestando a través de campañas contra la fragmentación las áreas protegidas para que se establezcan las mineras o el multifamiliar… pero la participación directa, en vivo y a todo color se ha vuelto peligrosa.
Veo la pantalla de la computadora y siento que el destino nos ha alcanzado, se siente una aparente pobreza de espíritu, el encierro obligado en la comunicación interpersonal a través de las máquinas electrónicas, en donde ni siquiera sabemos si hay alguien al otro lado, sin que se logre la organización social, sin importar voltear a ver/sentir al otro, los otros.
Pienso en que al regresar podré impulsar actividades en donde se propiciará el re-encuentro y el re-encantamiento con el entorno natural, en los pocos espacios en donde esto es posible, o con imágenes de lo que fue nuestro ambiente y con el sentimiento a flor de piel, con la esperanza de que el ambiente construido, sea más armónico, y lleno de deseos de, al menos, ahorrar agua, luz y por supuesto, iniciar la tan postergada separación de residuos sólidos, cuestionar el avance del consumismo, la aceptación de todas las políticas establecidas y el férreo control de los derechos civiles y los múltiples ejemplos de lo que pasa cuando algunos se atreven a transgredir las normas establecidas, el embate de la globalización y la homogeneización social que nos ha desterrado a la tierra del consumismo, la apatía, la soledad y la desesperanza.
Aún sin que se pudiera escapar de esta globalización, propiciaría espacios en donde lo lúdico, el arte fuera impulsado como pretexto para lograr una interrelación armoniosa con la naturaleza o lo que quedara de ella, posibilitando reconocer nuestras realidades, nuestras identidades, deconstruirlas, en un proceso de desterritorialización, generando la posibilidad de imaginar lo que Hakim Bey denomina zonas autónomas temporales, para posteriormente reconstruir nuevos territorios de esperanza personal, familiar, comunitaria, con autonomía, generando espacios de libertad elegida, generadora de espacios para una nueva autonomía, de experiencias anticipatorias, en un juego en donde se acercan el presente y el futuro, en una experiencia de creación identitaria del futuro en el presente, en una interrelación amorosa con la Tierra y con todo lo que forma parte de ella.
En fin que trabajaría desde las utopías piratas de Bey, desde un antagonismo ambiguo de lo visible y lo invisible, entre lo duradero y lo fugaz, entre el adentro y el afuera, incorporando positivamente al deseo, lo lúdico, el placer, sin la ordenación en función de lo racional, encontrando los resquicios, los espacios vacíos o huecos que den cabida a practicar nuevas formas de relacionarnos, en donde lo cualitativo, lo creativo de las prácticas o el apasionamiento de las propuestas sea lo que pueda tener relevancia, dando sentido de adscripción, de pertenencia y apego, atribuyendo valores que den propósito para generar acciones que mejoren nuestros espacios, como medios reinvindicatorios de las acciones lesivas a la naturaleza, abriendo conexiones entre formas de vida pasada y proyectada hacia futuros posibles, asumiéndonos como agentes de cambio.
Tal como a Bilbo Bolsón, que permanecía guardado en su cueva, este ejercicio nos haría salir, enfrentarnos a aventuras fantásticas y emocionantes, que requieren de la búsqueda de un sentido de identidad que se ha ido borrando del imaginario colectivo, de una desconfianza en el mundo exterior cuya codicia, egoísmo, superficialidad e individualidad han sido sembradas tan profundamente.
Hay que buscar en el fondo, en las raíces de los árboles, al pie de las montañas, en las auroras boreales, los amaneceres, en las fuentes de agua que salen del monte arbolado; en los colores, olores, texturas, en la música que fluye de su interior y contagia el de cada ser vivo.
Ante este regreso a una “nueva cotidianidad”, la realidad me rebasa, personas mirando al espacio sideral, como si siguieran frente a una máquina, callados, frecuentemente inexpresivos… Me siento entonces como en un juego imaginario, en una lucha entre Sméagol, aquel personaje creado por Tolkien, aquel que una vez fue un hobbit de naturaleza amable y pacífica, que detestaba las guerras y veían a las armas como adornos para sus casas, o como objetos inservibles que se regalan entre ellos, al querer “regresar” a una “realidad” que no es la que recuerdo y quisiera tener; y Gollum, ese ser corrupto y deforme que busca recuperar el poder materializado en un anillo que se ha perdido, en la búsqueda de recuperar una realidad que es ya otra, y que actualmente cuesta trabajo recordar en qué consistía una relación presencial mutua.
Tal vez valdría la pena recordar el origen, que viene desde muy atrás, de los Días Antiguos, ya perdidos y olvidados, recuperando aunque sea momentáneamente a Sméagol, en un retorno a lo fundamental, en una lucha constante, que cansa, pero que ante los pequeñísimos frutos se vuelve reconfortante. Sin dudarlo, juego, juego, juego para construir nuevos territorios, para deconstruirlos y construirlos nuevamente, desde lo subjetivo, lo concreto, lo abstracto; para poder proyectar expectativas, aspiraciones, territorios entendidos como un ejercicio para tener derecho a seguir siendo-estando.