Ciudad de México. La tarde del 10 de junio de 1971, convocados por los comités de lucha de las escuelas de la UNAM y el IPN, se reunieron más de 10 mil personas para participar en la manifestación que se inició en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Poli, en el Casco de Santo Tomás, y se dirigió hacia la avenida de los Maestros, donde en dos ocasiones fue interceptada por granaderos, mismos que, finalmente, dejaron libre el paso a un costado de la Escuela Nacional de Maestros. La marcha continuó hacia la calzada México-Tacuba (prolongación de San Cosme), donde se encontraban parapetados, centenares de individuos, después supimos que eran los halcones, dispuestos al ataque y a detener a punta de golpes y balazos a quienes iban al frente.
La manifestación fue cercada pues había camiones de granaderos en Melchor Ocampo (hoy Circuito Interior) y en las inmediaciones del Colegio Militar. En la acción, centenares de estudiantes fueron baleados, decenas muertos por las balas disparadas tanto por los halcones como por agentes apostados en las azoteas del Metro y de otros edificios. Una verdadera cacería.
Los periodistas nacionales y extranjeros que cubrían la marcha también fueron agredidos; a muchos, además de golpearlos les quitaron sus cámaras y sus rollos fotográficos para que no quedara huella de la masacre. Pese a ello, algunos reporteros gráficos, corriendo muchos riesgos, evadieron a los policías y paramilitares, y lograron testimonios fotográficos inobjetables de las acciones criminales que el gobierno de Luis Echeverría ordenó aquella tarde. Cómo no recordar a Héctor García, Armando Salgado, Roberto Sánchez, Enrique Bordes Mangel y Antonio Reyes Zurita. Lo que captaron es patrimonio de la historia colectiva y testimonio imborrable de aquellos trágicos sucesos.
Mi vivencia. Tanto mi hermano Edmundo como yo decidimos participar en la manifestación. Él llegó temprano y se incorporó con los de Economía, contingente que encabezaba la marcha. Yo llegué por avenida San Cosme y apenas había pasado Melchor Ocampo cuando me percaté de la presencia de grupos de gente extraña; se trataba de jóvenes y algunos no tanto, que evidentemente no eran estudiantes.
Caminé una cuadra más y llegué a la esquina de Lauro Aguirre, ahí comenzaron a obstruirnos el paso a quienes queríamos encontrarnos con la marcha que suponíamos ya había avanzado unas cuadras. Entonces escuché gritos confusos. Y de pronto los ataques contra los que queríamos incorporarnos, los halcones nos corretearon. Corrían de manera organizada, como pelotones o comandos, nos agredían a golpes y algunos llevaban varas de bambú y otras armas.
Se oyeron disparos en varios puntos. Con un compañero corrí buscando protegernos y un vecino nos alojó. Por lo visto, el señor pintaba cuadros de paisajes para su venta. Nos dijo que no nos convenía salir porque la balacera se había incrementado. Isidoro, el compañero con el que entré en ese departamento, recordando el 2 de octubre, dijo que podría tratarse de tanquetas con lo que estaban disparando. Nuestra angustia crecía y nos salimos del departamento.
En las inmediaciones había total confusión, por la avenida de los Maestros corrían muchos que decían que habían caído compañeros dentro de la normal. Desesperado, me fui hacia el hospital Rubén Leñero junto con otros compañeros que buscaban información. Los médicos nos dijeron que había muchos heridos y que grupos de choque se habían llevado a algunos de ellos. Como para entonces tenía la corazonada de que a mi hermano podría haberle sucedido algo, pregunté a un médico si entre los heridos alguno tenía las señas de él y me dijo que no.
Después fui enterado por unos amigos que estuvieron cerca de Edmundo, que mi hermano, que entonces tenía 20 años, había caído herido en la esquina de Tláloc y San Cosme, que había recibido un tiro en el tórax, disparado desde una azotea, mismo que le produjo la muerte. Ninguna ayuda pudo llegar, imposible bajo la metralla. Lo mismo que sucedió con él pasó con decenas de otros jóvenes, tal vez cien.
Al otro día, el gobierno de Echeverría, con todo cinismo, difundió la versión de que lo sucedido en San Cosme fue un enfrentamiento entre jóvenes de distintas corrientes ideológicas y que no hubo muertos.
Días después en una parodia de investigación, la Procuraduría General de la República difundió que se habían producido daños en un negocio donde vendían pollos rostizados y que el dueño exigía la reparación del daño por cristales rotos. Durante muchos años los sucesivos gobiernos no llevaron a cabo ninguna investigación de la masacre del 10 de junio como tampoco la habían hecho sobre el 2 de octubre.
La difusión de las masacres del 2 de octubre y del 10 de junio se llevó a cabo por activistas estudiantiles de muchas partes del país y a escala internacional. Siempre con la estrategia de no caer en el olvido. Al respecto, el 10 de junio de 2002, ante la fiscalía especial creada por Vicente Fox presentamos la primera denuncia de hechos de la masacre del 10 de junio de 1971. Lo hicimos Raúl Álvarez Garín, Óscar Luis Argüelles y yo, entre otros compañeros familiares de víctimas y ofendidos.
Luis Echeverría vive atrapado en los recuerdos de su pasado ominoso. Nosotros los sesentayocheros seguiremos manteniendo vivo el espíritu de lucha y seguiremos gritando: ¡10 de junio no se olvida!
Jesús Martín del Campo es Diputado del Congreso de la Ciudad de México