La muerte escoge la mejor hora
Nadie se muere a la mitad de un poema
ni en el momento de declarar su amor
o de recibir la llamada del triunfo.
Se muere de noche: cuando Dios
alguno nos protege y la obscuridad
espanta a los audaces y a los niños.
Se muere de día, en la pulcra cama
de un hospital; o a media tarde, cuando
el sacerdote está por marcharse.
Aunque, señores, los amorosos afirman
lo contrario: en realidad se muere
siempre, cada minuto; en tanto se viva.