Es sabido -y padecido- que en la sociedad del siglo XXI la mayoría de la población tiene una seria preocupación central por el dinero, sea por sobrevivencia, aspiración, equilibrio o ambición. Pero ¿cómo se mueve el dinero en el mundo?
¿Quiénes son sus propietarios y cómo lo generan? ¿Quiénes son los beneficiarios de este movimiento?
En una simple búsqueda en internet nos encontramos que en la sociedad actual -a escala planetaria- las once industrias que generan más dinero son las relacionadas con:
Drogas, Prostitución, Banca, Armamento, Pornografía, Alcohol, Casinos y apuestas, Petróleo, Tráfico de personas, Farmacéuticas, Falsificaciones [1]
De la misma lista –como se puede observar, nada presumible - y de todas y cada una de las industrias referidas sería bueno profundizar para entender la relación humanidad-sociedad-naturaleza actual y la crisis de civilización.
Nos queremos detener, en este comentario cinematográfico, en la que está rankeada en el séptimo lugar: la industria de los casinos y las apuestas. El año pasado, todavía en pandemia, en el vecino país del norte, registró un incremento del 20% en esta actividad:
“La industria de las apuestas se dispara en Estados Unidos, registrando cifras históricas en 2021. De acuerdo con el más reciente informe de The American Gaming Association, el año pasado, la industria de las apuestas registró ganancias de casi 53 mil millones de dólares en la Unión Americana, siendo los casinos comerciales la mayor fuente de ingresos.[2]
Los casinos y las apuestas, particularmente las deportivas, han estado presentes en el cine norteamericano desde su inicio y hasta el momento actual. Sobre estás películas solo mencionamos cinco ejemplos: Casta de Malditos (KubricK, EUA, 1956) sobre un asalto a un hipódromo; El color del dinero (Scorsese, EUA, 1986), secuela de El Audaz ( Rossen; EUA; 1961), sobre los jugadores de billar de apuesta; El corcel negro (Ballard, EUA;1979) sobre el recorrido del desierto, el naufragio y la vida en una isla desierta y, de ahí al hipódromo de Santa Ana, de un caballo árabe acompañado de un pequeño niño; El golpe (Roy Hill, EUA, 1973) complicada historia de venganza, que incluye un montaje de salón de apuestas en los años treinta del siglo XX; y la también clásica Cuando los hermanos se encuentran (Rainman, Levinson, EUA, 1988) sobre la explotación de la habilidad de contar cartas a un hermano autista en un casino.
En estos cinco ejemplos (sólo representativos) vemos que el universo de las apuestas se puede ver desde diferentes ángulos: la ambición por el dinero, los que practican el deporte; desde la historia de un caballo o desde las apuestas y los apostadores.
En este contexto son, por lo menos, agridulces algunos de los planteamientos de la cinta Jockey (Bentley, EUA., 2021) que da cuenta de un maduro Jackson Silva, jinete de caballos de carreras, en un hipódromo de los Estados Unidos. Silva todavía cumple con su rutina de madrugar para entrenar y competir, a veces ganar en algún campeonato. Se siente viejo y agotado – vive en un remolque- está enfermo y solo. Su vida ha tenido altibajos y es solo una pieza desechable del gran engranaje de la industria de las apuestas. Su vida está determinada por su relación con la naturaleza, que es montar y correr caballos, pero este vínculo parece llegar a su fin.
El filme narra, con una ficción cercana al tono crepuscular casi de documental, importantes cambios que sufre el jinete Silva ante la que, probablemente, sea su última temporada como jockey profesional. Un joven trabajador -recién llegado al hipódromo- le dice que es su hijo; su entrenadora le lleva un caballo de gran calidad y en verdad competitivo que puede ser un caballo campeón, pero la misma entrenadora comienza a notar los cambios en Silva; y las huellas de fracturas lejanas le provocan síntomas de enfermedades que pueden ser irreversibles. Su espalda está destrozada por accidentes y caídas en las carreras.
La película Jockey cumple al presentarnos la vida de un jinete, un ser humano que comienza a tener, las únicas dos condiciones prohibidas en su oficio: el miedo y limitaciones física. Las apuestas y los grandes negocios no se ven en la película. Solo están latentes, lejanos, pero presionando en los resultados. Lo central en el filme es la aproximación humana a Silva, pero también a otros jinetes que con frecuencia se juntas a platicar y comentar sobre sus temores, desgracias y accidentes. O las visitas a jinetes en hospitales que muestran la realidad de este negocio.
Las dos relaciones humanas de mayor fuerza que tiene Jackson Silva son: con su entrenadora y con el jovencito que se dice su hijo. Son los vínculos humanos que lo harán tomar decisiones y apuestas existenciales. Son jugadas inconclusas, más parecidas a la vida real que a una ficción. Sin un principio claro y sin un final tangible.
La paternidad fluye como una constante en la cinta, con las preguntas que tienden a repetirse sin tampoco encontrar respuesta: ¿qué es ser padre? ¿El padre es un ser: imaginado, recordado, construido, anhelado o perseguido? ¿Qué consejos le puede dar un padre a un hijo? ¿Cuál es el camino que le puede allanar?
Esta ficción cinematográfica es una sincera recreación de los últimos días de un profesional que no sabe hacer otra cosa más que correr caballos de carreras. El filme está lejos del voluntarismo, de héroes prefabricados o saltos hacía un final feliz. Es el retrato de un personaje, con virtudes y defectos, que concientiza el fin y poco puede hacer al respecto. Además, con una representación artística de un magnífico actor de soporte, Clifton Collins Jr. al que le debemos papeles como el Perry Smith en la cinta Capote (Miller, EUA, 2005).
Nos gusta el final porque en su ambigüedad recupera el sentido de este jinete en su circunstancia, devenir y futuro, tan lejano a la parafernalia y a los dueños del dinero.
[1] https://www.rankia.com/blog/bolsa-al-dia/3534358-top-11-ranking-industrias-que-mas-dinero-mueven-mundo-como-invertir-ellas
[2] La industria de las apuestas rompe récords en Estados Unidos - AS USA