Bajo las estrellas, el descampado solitario y oscuro. Una adolescente escucha los pasos de un hombre que camina tras ella, furtivo. El miedo sabe a metal en su saliva, retumba en su pecho. La joven arranca a correr como la liebre que olfatea al perro de caza. Pero él es más rápido, ya la alcanza, jadea en su nuca. Ella grita, pidiendo ayuda. El terror de su voz taladra la noche del bosque. Y entonces sucede el prodigio: sus cabellos se convierten en hojas, sus brazos en ramas; clava los pies en la tierra; una corteza rodea su piel. Ovidio cuenta que la ninfa Dafne se convirtió en laurel para salvarse. El dios Apolo, que la perseguía sin piedad, solo pudo abrazar un áspero tronco.
La violación es un delito cruel que amenaza con degradar a la víctima. Hay países donde la mujer agredida es repudiada por su propia familia, o incluso forzada a casarse con su violador, como si fuera mercancía dañada. Tradicionalmente, el riesgo de asalto sexual ha servido como pretexto para amputar libertades a las niñas y adultas: acudir a la escuela, salir sin compañía, trabajar fuera del hogar, viajar. Durante siglos, las mujeres hemos sufrido, por miedo al crimen ajeno, el encierro, la vigilancia sobre nuestros vestidos, la turbia amenaza del rumor y la sospecha. Dejemos atrás la antigua maldición: que nunca más volvamos a quedarnos quietas y vegetar, como Dafne.