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Jueves, Mayo 09, 2024

Uno de los peligros de escribir es que se corre el riesgo de sentirse artista, y todavía más si es uno debutante. Basta un desliz de la imaginación para mirarte en grandes escenarios, tan aplaudido por los habitués como elogiado por los connoisseurs. Pues ser considerado como artista supone innumerables privilegios, como tomar por gracias tus desplantes y concederte el rango de infalible, no porque así lo crean tus cheerleaders sino porque eso les toca decir, si es que quieren pasar por gente culta. Y si acaso te diera por quitarte la ropa o escupir en la mesa, no faltaría quien te justificara: “¿No saben que es artista?”. Que es como si dijeran: “El pobre está afectado de sus facultades…”

Ser artista y así considerarse es cargar con un bulto demasiado pesado para un simple mortal. Ya la sola palabra suena un poco a adjetivo y da por hecho algún cierto talento. No es raro que el bloqueo creativo nazca precisamente de la expectativa que la expresión genera. Pues si usted es artista, esperamos que vaya por la vida cagando florituras y cada cuando nos salpique el espíritu. No faltará el pelmazo que te llame “poeta”, aunque nunca en tu vida hayas escrito un verso, ni quien pretenda que trabajes de gratis en su provecho. Pues si tanto te gusta la escritura, ¿cómo quieres que encima se te pague? ¿Eres un mercenario de las letras?

Uno también quisiera presumir de artista, pero es un lujo que no puede darse, y encima un compromiso que no podría atender a toda hora. ¿Tuitean los artistas, por ejemplo? Y si es así, ¿todos sus tuits son arte? ¿Cómo llena un artista un formulario? Tan sólo imaginemos el engorro de vivir aspirando a representar un papel tan etéreo como deslumbrante, y por el cual el público tendría que rendirnos pleitesía. Proclamarse uno artista, o siquiera creérselo, le condena a traer el ego a flor de piel. Medio mundo se jacta de admirar y envidiar a los artistas, pero en la práctica suelen ser bichos raros a los que con frecuencia se menosprecia tanto como se teme la pena de engendrar un hijo artista.

Siempre es un buen detalle que te llamen “artista”, pero es mejor que sepan que eres profesional. Si ahora mismo pensara como artista, bajaría por un whisky, subiría el volumen de la música y esperaría a estar en el humor ideal para hacer de estos párrafos una obra de arte. Asumiría entonces que el Milenio de hoy bien podrá publicarse el jueves próximo, si es que antes no me llega la inspiración, y que puedo meter en la columna cuantos párrafos se me dé la gana. Pero pasa que soy profesional, y si ahora me llamaran y pidieran que escriba la mitad de lo habitual en la mitad del tiempo, no quedaría más que aceptar el reto. Se vive del oficio, no del ego. Nadie sino el oficio te salva del ridículo.

A menudo, la práctica de la escritura consiste en inventarse problemas como artista y resolverlos como profesional. Dan grima esos autores quejumbrosos cuya notoriedad parece derivarse no más que de sus múltiples flaquezas, como si uno estuviera obligado a enterarse de lo que claramente no le incumbe. Si escribir me produce placer, trance o tormento, nada de ello es problema de quien lee mis palabras, y encuentro que sería del peor gusto endosarle esa carga para hacerme notar, o quizás esperar que lo pase por alto con el guango argumento de que soy un gran divo. Es decir, que estoy lejos de ser profesional. Gracias, pero no, gracias.

“Sólo quiero saber si puedo vivir sin apelación”, decía Albert Camus en El mito de Sísifo. No entrega uno su vida a la escritura para apelar al Cielo de los Poetas, sino para ser libre y responsable como un profesional que cobra por sus líneas, paga sus impuestos y algunos días, con suerte, se deja engatusar por la belleza.

Milenio 04.06.2022/00:46

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