(…) todo lo que creas
lo que destruyes
lo que haces
lo que dices
a todos los que conoces (…)
Y todos los que luchan (…)
lo que es ahora
lo que se ha ido, lo que está por venir (…)
todo está en sintonía bajo el sol
Pero el sol está eclipsado por la luna
Eclpse/ Pink Floyd
La educación ha sido uno de los motores del cambio social en todos los tiempos. Sé que la afirmación puede resultar temeraria, porque bastaría ver a los enormes grupos de la población mundial en condiciones de pobreza extrema. Algo ha fallado, algo hemos dejado de hacer o algo seguimos haciendo mal. Hay factores estructurales profundos, derivados del sistema de producción capitalista que privilegia a unos cuantos en detrimento de la mayoría. Hay regiones, grupos sociales, etnias o naciones que no han logrado salir de su estado de postración y miseria por más promesas democráticas, estatutos legales u ofertas educativas como moneda de cambio.
También, es cierto, hay numerosos ejemplos de países que apostaron por la educación y la democracia y lograron convertirse en sociedades realmente modernas en las que –sin desaparecer las diferencias de clase- la justicia, la libertad y la posibilidad de vivir mejor se hicieron asequibles para núcleos más amplios de la sociedad. Países con un alto Índice de Desarrollo Humano (IDH) en los que la salud, la educación, la vivienda, el empleo bien remunerado y otros aspectos estuvieron al alcance de la mayoría. Obvio, en esos países se reduce la violencia, el crimen organizado y demás lastres. No son extraterrestres y, muchas veces, ni siquiera aparecen en los primeros lugares del Producto Interno Bruto (PIB), como los Estados Unidos, por ejemplo, donde existen diferencias muy marcadas, así como la violación constante a los derechos humanos de los migrantes, los pobres o las minorías étnicas, válgase la tautología.
La fórmula parece sencilla, aunque lejana: democracia, educación, imperio de la ley, gobiernos responsables. Cierto, no es panacea, pero al menos es una fórmula y debiéramos seguir empujando hasta cristalizarla, aquí y en cualquier región en donde la injusticia siga siendo el paradigma social que excluye, segrega, explota y mata impunemente.
¿Debemos consolidar primero la democracia o ésta podrá ser un régimen viable a partir de una verdadera educación que transforme la realidad? Como ciudadano opto por la primera opción, pero como maestro sigo creyendo que la educación es uno de los verdaderos instrumentos del tránsito hacia sociedades más democráticas y equilibradas.
En estos dos últimos años, la pandemia causada por el coronavirus nos ha golpeado de manera inclemente. No hay quien esté libre de caer en la enfermedad y la muerte como lo consignan millones de infectados y, otros por desgracia, muertos. Esa lamentable situación, ha puesto a los gobiernos a canalizar parte de su presupuesto y a la comunidad científica a buscar la solución. Las vacunas están ya ahí, aunque por desgracia, su distribución mundial no ha sido equitativa. Mientras más pobres sean los países, más tendrán que esperar para cubrir la demanda de su población. Además, aunque se lograra a mediano plazo la inmunidad ante el coronavirus, cosa que está por verse, el hecho es que las sociedades, el mundo entero habrá de reformular una serie de políticas y prácticas para no solo sobrevivir sino para no quedar aún más atrás en el escalafón del bienestar, sobre todo los países pobres.
Esas nuevas prácticas, necesariamente, atraviesan por el terreno educativo. Gran parte de la tarea está en los diferentes ministerios de educación y otra, por supuesto, en los encargados de llevar a cabo la tarea: las maestras y los maestros. Cabría preguntarnos (a título individual y sobre todo, en los colectivos académicos, a través de las redes) qué tan preparados estamos ante los nuevos tiempos. Qué debemos exigirle a la autoridad educativa (insumos, instalaciones, materiales informáticos, cursos, condiciones de trabajo, nuevas regulaciones laborales, etc.); y, qué otro tanto estamos dispuestos a buscar las nuevas formas de organización gremial y cuánto estamos dispuestos a cambiar para adaptarnos a la nueva realidad; y no solo adaptarnos, sino incidir en el cambio para que éste no nos convierta en espectadores o en los nuevos esclavos laborales de la emergente realidad educativa.
Hasta ahora, si me permiten el símil, solo hemos utilizado la llanta para flotar a la deriva. No aparece aún, en mi opinión, algo más allá del salvavidas. No encuentro en México ni en muchas partes, un verdadero modelo alternativo para hacer del esquema a distancia, por lo pronto, y seguramente híbrido con el correr de los meses, un modelo viable, sustentable. Sé que muchos están pensando a estas alturas del texto, que en cuanto se logre la inmunidad regresaremos a clases de manera ordinaria, a escenarios similares a los anteriores a la pandemia. No lo veo así. Me parece que, si no de manera definitiva, los modelos híbridos en educación serán el común denominador por cierto tiempo.
Perder las clases presenciales, como hasta ahora, ha imposibilitado una de las matrices fundamentales de la educación, que es la socialización. Cierto, ésta también puede aparecer tras una pantalla, pero no es lo mismo, y si antes de esta situación, las carencias económicas, sociales y culturales de amplias capas de la población, marcaban agudas diferencias y obstáculos, en ocasiones insuperables, que hacía que muchos estudiantes desertaran, ¿qué pasará, ¿qué está pasando? ¿cuántos han desertado y cuántos más están por hacerlo? La autoridad les pide a los maestros y maestras que utilicen estrategias para retener y mantener ‘conectados’ a los estudiantes, pero, en muchos casos ha sido más una simulación, porque el problema tiene una raíz más profunda que una simple estrategia. Pienso, sobre todo, en las escuelas populares que son la mayoría. ¿Qué se le exige a quien no cuenta con los dispositivos y las redes más eficientes, o eficientes, simplemente? ¿Qué alternativas eficaces se han propuesto en los Consejos Técnicos Escolares? ¿Dónde están los cursos abiertos y gratuitos para los maestros, no solo para habilitar el meet sino para explorar distintas posibilidades educativas? ¿Cuántos profesores cuentan en su casa con las condiciones e insumos adecuados? ¿Dónde está la compensación en el salario de los maestros por gastos en la corriente eléctrica y el pago de internet? Ahora, no parece algo muy importante, pero la bola de nieve empieza a crecer.
Retomo, lo expresado líneas atrás: aunque regresáramos a la normalidad, es un hecho que las mutaciones del virus son tan inesperadas como la aparición de otros diferentes. No, no pretendo dar una visión apocalíptica, es justo lo contrario; no podemos permanecer pasivos ante situaciones que pueden ocurrir. Debemos estar preparados, entonces, pensando en el regreso ‘normal’ a clases: ¿Qué se ha hecho para que los recintos escolares cuenten con los filtros y las condiciones de salubridad necesarias para hacer frente va nuevas contingencias? En muchas zonas del país ni siquiera hay agua, mucho menos luz o posibilidad de acceder a internet.
Algunos pensarán que en estas circunstancias las prioridades son otras, pero bien pudiera destinarse una partida extraordinaria (hay proyectos y megaproyectos, por importantes que parezcan, que bien pudieran esperar y que implican una gran derrama monetaria, con seguridad mucho más, que lo que se gastaría en atender el problema educativo, de la salud y otros sí, igualmente prioritarios), como lo demanda la situación, para que la educación, los niños, jóvenes y maestros puedan desarrollar sus tareas en mejores y más seguras condiciones, que no pongan en riesgo su salud y su vida.
En síntesis, ni la educación ni otros aspectos de la vida serán iguales. Muchos empleos, como tales desaparecerán, ha irrumpido y prevalecerá el home office, en nuestro caso algo similar; ya damos clases desde casa, ¿por cuánto tiempo más? ¿En qué condiciones? ¿Cuándo regresaremos (hibrido o presencial) y qué tan preparados estamos para hacerlo?
Son muchos los desafíos, y más nos vale no perder la comunicación con nuestros compañeros maestros y maestras para seguir buscando formas de organización y resistencia gremial, para compartir teoría y práctica pedagógica ajustada a los nuevos tiempos, para insistir y luchar porque la educación siga siendo la llave para sociedades solidarias, justas, equilibradas. Siempre lo hemos buscado. Algo hemos logrado, otro tanto hemos fallado. No podemos bajar la guardia, ni ante la pandemia ni ante las nuevas formas de vida que ya están, que nos han cambiado y que, al ponernos en jaque, nos obligan a repensar y reaprender muchas cosas. Mismas maestras y maestros, con otra mirada, ante una nueva realidad. Nuevas condiciones y exigencias laborales. Mismo reto: que la educación transforme la realidad y las formas de pensar enquistadas en la sumisión, la obediencia o la resignación. Salud para todos.