La serie es un dispositivo diseñado para tenernos el mayor tiempo posible frente a la pantalla que, de paso, nos cuenta una historia. Es notable la indulgencia que tiene que poner el espectador cuando ve una serie. No quiero pensar sino pasar el rato, sería la consigna. Las obras complejas están en desuso.
Las series, para mantenerse en la cumbre de la producción audiovisual, necesitan de la complicidad de quien las mira, de su tolerancia para soportar, como si fuera normal que eso pasara, el alargamiento y el retorcimiento de la trama, cosa que llega a extremos ridículos cuando se trata de una docu-serie, donde lo que se alarga y se retuerce es la pura realidad.
La exigencia del espectador se ha transformado en indulgencia porque la industria lo ha vencido, le endosa historias troceadas, no enteras como las películas. Lo de hoy es la fragmentación, los trozos, nadie quiere ver películas largas, ni escuchar discos completos porque es más fácil, y requiere menos concentración, entregarse a la pedacería de Spotify.
La serie es la película desmenuzada y adulterada para que la papilla tenga cierta consistencia, la complejidad ha sido sustituida por el ruido (la violencia, el sexo, el preciosismo visual); el discurso se ha degradado y la serie, lejos de ser la narrativa del siglo XXI, es la escandalosa claudicación del narrador frente al mercado.
El espectador de nuestro tiempo se come dócilmente esa papilla, ya no tiene dentadura suficiente para masticar Fellinis o Tarkovskys; estamos ante una regresión: ya sabíamos comer trozos completos y hemos vuelto a la papilla.
Esta industria la controlan cuatro señores que marcan los lineamientos, ahí no cabe la individualidad, ni la complejidad, ni la aspiración artística de los directores importantes, porque no se trata de hacer obras que enriquezcan al espectador, que lo incomoden cuestionando su forma de vida y el rumbo del sistema que lo contiene; se trata de vender un producto y lo que vende es lo maniqueo, lo artísticamente pobre, lo simple, la papilla, pues.
Publicado en Milenio, 4 de enero del 2021