De niña, los primeros textos que disfruté leer fueron las historietas del periódico cada domingo. Recuerdo las aventuras de “Mandrake”, los episodios de “El príncipe Valiente”, las anécdotas conyugales de “Pepita y Lorenzo”, las rivalidades y afectos de “Archie y sus amigos”, “La pequeña Lulú” y “Periquita” entre otros tebeos, pero me cautivó especialmente el humor irónico de Mafalda y sus entrañables amiguitos Felipe, Susanita, Manolito, Miguelito, Libertad y su hermanito Guille. Me identificaba con muchas de sus percepciones sobre la escuela, los padres y la amistad. Luego empecé a sentirme intrigada sobre las preocupaciones sociales de esa niñita precoz inquieta por los conflictos bélicos, la pobreza, la libertad, el consumismo, la salud del mundo. Sentí la necesidad de saber más y decidí preguntarle a mi padre y a mis profesores sobre esos asuntos. El humorismo de Mafalda me divertía, pero también estimulaba reflexiones. Mi perspectiva de la realidad empezó a ampliarse más allá de mis experiencias cotidianas. Luego descubrí otros libros de Quino en que plasmaba las contradicciones y debilidades de la condición humana con ese mismo humor refinado y ácido. Detonaba la risa, pero acompañada siempre de ideas nuevas sobre lo que ocurría más allá de mi entorno doméstico y escolar.
Mi esposo recuerda con particular gusto la lectura de las historietas de Astérix y Obélix personajes de una ficticia aldea gala que, gracias a una poción mágica y la inquebrantable determinación de su pueblo, había logrado resistirse al dominio de la Roma Imperial. El guionista René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo basaban el humor en la parodia, los estereotipos nacionales y el anacronismo, lo que a mi marido, entonces un adolescente, lo hacía reír mucho, pero despertó asimismo su interés por conocer la historia antigua de Europa, no sólo de Roma y la Galia, sino también de los otros pueblos con los que Astérix y Obélix tienen encuentros: egipcios, godos, griegos, bretones, normandos, íberos, vikingos. Más tarde también buscaría conocer sobre la caricatura política de la Revolución Mexicana, lo que lo llevaría a informarse sobre ese periodo histórico.
Ese gusto por el humorismo de las historietas ha trascendido a nuestro trabajo como docentes de educación media superior y universitaria. Entre otras cosas, incluimos comics, caricaturas y textos humorísticos en nuestros materiales para las clases. Hemos constatado que el humor es un componente muy valioso para estimular el aprendizaje, por varias razones:
-Favorece un ambiente relajado en clase y contribuye a bajar el filtro afectivo o las predisposiciones negativas que con frecuencia afectan a los estudiantes. Mejora la disposición al aprendizaje colaborativo y cooperativo. Reduce el miedo a equivocarse o hacer el ridículo.
-Tiene efectos neurológicos benéficos: la emoción agradable que detona la risa se aloja en el sistema límbico y el tronco del encéfalo, por lo que aquello que se aprende de manera divertida, tiende permanecer más tiempo en la memoria.
-Activa la conexión de los hemisferios cerebrales, porque la interpretación de mensajes humorísticos requiere del pensamiento divergente, la intuición, el enfoque creativo, la asociación entre lenguaje verbal e imágenes visuales, la identificación de figuras retóricas.
-Estimula la empatía, así como la tolerancia a la ambigüedad y la diversidad. El humor juega con el lenguaje, rompe moldes, desafía las convenciones, obliga a cambiar la perspectiva con la que se apreciaban ciertos conceptos y valores.
El humor es una de las formas de comprender la realidad, como el razonamiento, la intuición, la fe, los sentimientos, por ello los docentes deberían adoptarlo como una de las estrategias de mediación entre el contenido y los procesos de aprendizaje.
Como ya lo expuse cuando hablé de la didáctica lúdica, llevar el humor al aula no implica trivializar el conocimiento. No se trata simplemente de entretener, sino de proponer maneras distintas de abordar el estudio de los temas del curso, para hacer más fluidos los procesos cognitivos que llevan a aprender mejor.
¿De qué manera se puede aprovechar el humor con fines educativos? Ciertamente no consiste en hacerse de un repertorio de chistes o anécdotas graciosas para contar en cada lección, porque el docente no es un cómico que ofrece un espectáculo.
-El humor puede incorporarse en los materiales didácticos. En mi labor como profesora de lenguas extranjeras y formadora de docentes de idiomas, he utilizado caricaturas políticas, páginas de historietas, segmentos de series de TV de comedia o de películas, canciones divertidas y, en tiempos recientes, memes, videos de blogs y podcast que circulan en redes sociales. Por supuesto que los incluyo en los planes de clase con un tratamiento didáctico. Pueden utilizarse con diferentes propósitos:
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Analizar aspectos lingüísticos y paralingüísticos: léxico, expresiones del habla cotidiana en ciertas situaciones o contextos, juegos de palabras y figuras retóricas, variedades dialectales o regionales en cuanto a acento, pronunciación, cadencia, volumen de la voz, gestos.
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Observar rasgos culturales de las comunidades donde se habla la lengua que se estudia: pautas de comportamiento, valores y estereotipos que se manifiestan en los textos humorísticos.
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Estimular la expresión oral y escrita: partiendo de las situaciones de comedia, parodias, chistes que aparecen en esos documentos, participar en debates y juegos de roles, narrar anécdotas o experiencias curiosas, simpáticas, graciosas.
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Favorecer la reflexión intercultural, orientando la comparación de las semejanzas y las diferencias en cuanto al humor entre la propia cultural y la de los nativo hablantes de la lengua que se está aprendiendo.
-El humor puede contribuir a un mejor rapport con y entre los estudiantes. Iniciar la lección con un chiste o una anécdota divertida puede servir para romper el hielo al principio de un curso; es útil, de vez en cuando, para reanimar un grupo de alumnos a mitad de una clase si se les nota decaídos, cansados o tensos; es una manera agradable de concluir una sesión y crear una buena expectativa para la siguiente. Incluso resulta conveniente invitar a los estudiantes a compartir con el grupo documentos y recursos de humor, por ejemplo, en un periódico mural, un álbum de noticias o anécdotas divertidas sobre la cultura de la lengua meta.
-El humor debe ser una actitud que cultive el docente para trasmitir alegría, optimismo, entusiasmo en su quehacer cotidiano a fin de que el aprendizaje sea una experiencia gozosa. Los estudiantes disfrutan siempre que la clase se construye como un ambiente seguro donde hay libertad de expresión y no se restringen las risas, las bromas y la divergencia de las ideas. La satisfacción de aprender está en superar desafíos y desarrollar nuevas habilidades, pero hacerlo con una dosis de buen humor permite que los procesos educativos fluyan de manera más efectiva. Al fin y al cabo, la docencia es una profesión de servicio que busca orientar la realización plena de las generaciones jóvenes. Seamos educadores felices que contribuyen a la felicidad de los estudiantes.
Lectura recomendada:
Blas García J. (2015) “Humor y educación: unidos por la risa” en Transformar la escuela. Reflexiones y acciones para replantear la educación. España. Disponible en https://www.jblasgarcia.com/2015/10/humor-y-educacion-unidos-por-la-risa.html