El humor es cosa sería y la seriedad es una cosa que hay que tomar con humor
Mario Moreno, Cantinflas
I
César Labastida piensa en la frase de Mario Moreno (¿será el Cantinflas que todos conocemos? ¿será cierta?) y concluye que el humor a veces deja ver más sobre el mundo, que la seriedad. Que la seriedad, por lo menos, es más simuladora y oculta; y que por eso también hay que ponerle la prueba del ácido al humor.
II
El profesor César Labastida Esqueda trata de ser serio en sus clases. Llega incluso a impostar un poco la voz desde que pasa lista y en el desarrollo de sus exposiciones. Sabe que el exceso de risa en un salón es considerado por las torpes instituciones educativas como descontrol en el grupo. Por eso lo evita: “La chuleta es la chuleta”, se dice cuando se auto reprime.
Cuando fue estudiante en la secundaria, a Labastida no le caían bien esos maestros que intencionalmente trataban de hacerse los graciosos. En particular, recuerda al profesor de Biología que, además de mofarse de la estatura de César, mantenía una dinámica en las clases en las que se burlaba y humillaba a los alumnos con sarcasmo.
El Roca, apodo del maestro de biología porque se adivinaba que en su adolescencia su rostro había sufrido un acné descontrolado, solía llegar a la clase con velocidad, cargando una maleta grande Samsonite. Limpiaba escrupulosamente el escritorio y la silla con un paño rojo. Pasaba asistencia, golpeando el borrador sobre el costado metálico del escritorio, sin pronunciar los apellidos. Cada impacto representaba el número correspondiente en la lista. Por supuesto, Acosta y Altamirano casi siempre terminaban rogando que les consideraran su presencia. Sin embargo, el Roca hacía caso omiso de las plegarias e improperios que le dirigían con señas y sonidos subterráneos; y declaraba sin dejar de aporrear el mueble escolar:
—En caso de mentada de madre, tomo mamá prestada.
III
Los exámenes de Biología en la secundaria donde estudió César Labastida eran legendarios. El Roca los hacía orales, con preguntas de opción múltiple y pasaba a cinco estudiantes al frente, sobre la tarima del salón. Leía una pregunta en voz alta, y al primero que respondía correctamente le otorgaba 10 de calificación. Ese alumno regresaba jubiloso a su lugar. El maestro formulaba una segunda interrogación a los cuatro que quedaban; el que contestaba bien, obtenía 8. Para el tercer cuestionamiento, el estudiante afortunado se ganaba 6. Y para la cuarta y quinta preguntas, los colegiales se repartían el 4 ó el 2 como nota de evaluación, salvo que no acertaran la respuesta apropiada y entonces, el profesor les plantaba un cero, con lujo de ironías.
César Labastida todavía recordaba aquella ocasión en que el Roca estaba haciendo examen sobre la célula. Al frente del aula, los examinados eran: el Calaquito, Elizondo, la Chula, el Chango y por supuesto, César, a quien le decían Elena (Elenano).
Labastida no había estudiado, pero recordaba haber escuchado, en clases anteriores, términos como fotosíntesis, citoplasma, vacuola y ribosoma.
El Roca lanzó la primera pregunta:
—A ver, ¿qué elemento de la célula es responsable de la fotosíntesis en las células vegetales?
Antes de que el profesor leyera las opciones, Elizondo gritó:
—¡Cloroplasto!
—Es correcto, Elizondo. —dijo el Roca. —Tienes 10.
Con los nervios a flor de piel y la ignorancia entre las neuronas, César Labastida decidió aferrarse a la suerte de un concepto, mientras el profesor arrojaba la segunda pregunta.
—¿Qué elemento de la célula se encarga de digerir sustancias y desechos?
Al unísono se escucharon dos exclamaciones:
—¿Lisosoma? —expresó la Chula, con incertidumbre.
—¡Ribosoma! —Exhaló Labastida sin pudor.
—La respuesta correcta es Lisosma. —Determinó el Roca. —Señor Torres, usted acaba de sacar 8. Seguimos con las preguntas…
César Labastida hizo un gesto de disgusto, pero aún tenía oportunidad con el tercer planteamiento. Y esperó, acompañado del Calaquito y del Chango.
—¿Qué elemento actúa como sistema de transporte y comunicación dentro de la célula?
—¡Ribosoma! —Volvió a rugir César.
—Se equivoca, señor Labastida. —Aclaró el maestro Roca. —Ni esperó a escuchar las opciones. A ver, ustedes: a) Ribosoma, b) Lisosoma, c) Vacuola ó d) Citoplasma.
Los otros dos estudiantes se quedaron pensativos.
—¿Será Citoplasma? —Musitó el Chango.
—¡Es correcto, señor Bravo! Usted tiene 6.
El grupo, expectante, aplaudió la suerte del alumno que, de panzazo, acreditaba el examen. Al Calaquito y a Elena no les quedaba más que el repechaje: Tener algunos puntos para ver si con el promedio salvaban la materia ese bimestre.
—A ver, Labastida y Álvarez, va una pregunta fácil —Masculló el Roca con sarcasmo. — ¿Quién acuñó el término "célula"?: a) Anton van Leeuwenhoek, b) Robert Hooke,
c) Louis Pasteur o d) Gregor Mendel.
Los dos examinados permanecieron en silencio. Se miraron con vacilación.
—¿Pasteur? —Pronunció el Calaquito.
—¿Mendel? —Expresó con dudas, César.
—¡Nooo! La respuesta es Robert Hooke. Ahora sólo les queda una oportunidad para sacar 2 de calificación. Escuchen: ¿Qué estructura celular es responsable de la síntesis de proteínas?
Ni el Calaquito, ni Elena esperaron a escuchar las opciones y balbucearon:
—¡Citoplasma!
—¡¿Vacuola?!
—¡Uuuy, Labastida, era ribosoma! —Esclareció el profesor con sorna. —Ni modo, ustedes dos tienen cero. Pasen a sus lugares.
IV
Desde pequeño —tal vez por ser pequeño. —César se acostumbró al uso de los motes que recaían sobre él (Chiquilín, Elena, El Chapa, Tatoo, Pulga, Pitufo…). Aprendió que era parte de la cultura escolar y que nada tienen que ver con lo que ahora nombran como “políticamente correcto”, bullying o acoso escolar. El apodo es y ha sido parte del desmadre nacional, para bien y para mal. Él mismo sigue siendo masacrado por sus alumnos, generación tras generación, con algún apodo nuevo u otros de los que se reciclan.
En la Secundaria, como estudiante, César Labastida padeció la cultura del apodo en su máxima expresión. Allí comprendió que los docentes y las autoridades son el principal objetivo de los motes, seleccionados con escarnio. Al tratar de ubicar alguno de los maestros que no hubieran tenido apodo en ese inefable nivel escolar, descubrió que no recordaba ni uno. Hizo un recuento: Al de física le decían El foco; al de Español de tercero, El Sapo; al de primero, La Momia; al de dibujo El Automático; al director El Tapón; al de Matemáticas, El Abuelito; a la de Química, La Gárgola; al de Historia, Chetos; al de geografía, El Buki; al de Civismo, El Simio; al de Biología, El Roca…
Con todo, el profesor Labastida reconoce que no sólo los maestros han sufrido el torbellino de los apodos, también lo han sobrellevado los condiscípulos escolares entre sí, con un dejo de humor, crueldad y originalidad. Como el mote de su compañero de banca, Pablo García, jugador de Hockey sobre pasto, al que le habían desviado la mandíbula en un partido desafortunado, y terminaron por decirle El Peón, porque camina de frente, pero come de lado. O el apodo de Gutiérrez, el Sube y baja, por tener una pierna más corta. O decirle El-avión a Tavera, por tener boca grande y labios gruesos.
Y también César rememoró aquel sobrenombre colectivo que tenían cuatro rufianes de tercero de secundaria, Los Torpedos, porque la mitad eran torpes y la otra mitad pedos.
Pero uno de los hallazgos que César no deja de considerar, después del paso de los años y de diferentes instituciones educativas, consiste en que muchos de los sobrenombres que por azar, circunstancia o repetición, se establecieron para nombrar a los compañeros de escuela, quedaron marcados casi de por vida: el Chesquescos , el Buddha fighter, las Bolas, el Faria, el Amar te duele, el Difícil de creer, el Lucas, el Polivoz, el Oso, Leches, el Kropotkin, el alcoholes, Ratatouille, Trompitas, Terramicino, Cara cortada, el Chiapas, el Moco, el Hielos, Tacita, el Cazador, Huesos, Sinaloa, Pavarotti, Borjita, Limón. Buzz Ligth Year, Killer, Mono, la Bestia, el Chespirito, Ojitos, Lennon, Choco rol, Gumaro, Pokémon, Wayne Rooney, Verruga, Chimino… y un largo etcétera. De hecho, cuando César se vuelve a encontrar a los compañeros y amigos, los recuerda más por el apodo que por su nombre.