Los polos civilizatorios, los faros contra la oscuridad, las cunas de la filosofía y de la ciencia, las bibliotecas y laboratorio, la residencia diaria de decenas de miles de profesores e investigadores, encuentran a la gran mayoría de ellos neutrales o indiferentes, y de las y los millones de jóvenes estudiantes que se ven asolados y no pocos mueren en las calles y casas, nada dicen.
Con eso dan testimonio de procesos educativos y pedagogías institucionales que contribuyen a la deshumanización y minimización de la tragedia. Es cierto, que para la gran mayoría la pedagogía más profunda y eficaz para callar ahora han sido los años de decenas de miles de desaparecidas, de muertes por la guerra al narco, de agresiones a comunidades, de dejar sin respuesta a Nochixtlán y Ayotzinapa y del recrudecimiento del autoritarismo institucional que trajeron los neoliberales en la educación; todo esto, es el territorio de una pedagogía que evita mirar, que calla y termina siendo indiferente.