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Jueves, Mayo 09, 2024

Traducción Gabriel Humberto García Ayala

 

En una noche de octubre del año 165 después de Cristo, en la ciudad de Cartago, Lucio Apuleyo, escritor y mago, tuvo un sueño. Soñó que se encontraba en un pequeño pueblo de Numidia. Era la tarde de un tórrido verano africano y paseaba cerca de la puerta principal de la ciudad, cuando fue atraído por risas y gritos. Atravesó la puerta y vio que cerca de las paredes rojas de arcilla estaba un grupo de saltimbanquis haciendo su espectáculo. Un acróbata semidesnudo, con el cuerpo manchado de blanco, se retorcía, balanceándose sobre una cuerda, fingiendo estar a punto de caer. La multitud reía y gritaba, y los perros ladraban. Después el acróbata perdió el equilibrio, pero se aferró con una mano a la cuerda quedando suspendido. La multitud estalló en un grito de espanto y después aplaudió contenta. Los acróbatas giraron un cabrestante que mantenía la cuerda tensa y el acróbata se bajó al suelo haciendo mil muecas. Un flautista avanzó hacia el círculo de tierra batida, iluminado por el resplandor de las hogueras, y empezó a tocar música oriental. Y entonces de un vagón salió una mujer de senos abundantes, cubierta de velos, que tenía en la mano un látigo. La mujer avanzó azotando el aire y envolvió su cuerpo con el látigo. Era una mujer con cabello oscuro y profundas ojeras, y el maquillaje del rostro, a causa del sudor, le corría sobre las mejillas.

Apuleyo habría querido alejarse, pero una fuerza misteriosa lo obligaba a quedarse, a tener los ojos fijos sobre aquella mujer. Los tambores empezaron a sonar, primero lentamente, después con frenesí, y en ese momento, bajo el telón donde estaban las bestias, surgieron cuatro majestuosos caballos blancos y un pobre asno cansado. La bailarina hizo estallar el látigo y los caballos se encabritaron dando inicio a un veloz carrusel. El asno se acostó de lado, cerca de las jaulas de los monos, y con su cola poco a poco empezó a ahuyentar las moscas. La bailarina hizo estallar su látigo y los caballos se detuvieron y se arrodillaron emitiendo largos relinchidos. Entonces la mujer, con una agilidad insospechada debido a su corpulencia, dio un salto y teniendo un pie sobre un caballo y un pie en otro, empezó a conducir a las dos bestias manteniéndose erguida con las piernas separadas. Y mientras cabalgaba agitaba obscenamente el mango del látigo delante de su vientre, mientras la multitud murmuraba divertida. Entonces los tambores dejaron de sonar y el asno cansado, como si obedeciese una orden invisible, giró sobre su espalda, con las patas al aire. La mujer, girando en redondo, gritó que sólo aquellos que pagaran monedas contantes y sonantes podrían quedarse para continuar el espectáculo, y dos acróbatas vestidos de guardias, equipados con látigos, ahuyentaron a los niños y a los mendigos.

Apuleyo se encontró solo, en el círculo de unos pocos. Sacó de la bolsa dos monedas de plata, pagó y después se dedicó a mirar el espectáculo. La mujer comenzó a bailar una lánguida danza, apartando los velos para mostrar sus gracias. Apuleyo se acercó y levantó una mano, y entonces el asno abrió la boca pero en vez de rebuznar emitió palabras humanas.

Soy Lucio, dijo, ¿no me reconoces?

¿Cuál Lucio?, respondió Apuleyo.

Tu Lucio, dijo el asno, el de tus aventuras, tu amigo Lucio.

Apuleyo miró alrededor convencido de que la voz viniese de las cercanías, pero la puerta ya estaba cerrada, los guardias dormían y detrás de él respiraba silenciosa la oscuridad de la noche africana.

Esta bruja me ha hecho un maleficio, dijo el asno, me ha aprisionado en estas formas, solo tú puedes liberarme, tú que eres escritor y mago.

Apuleyo saltó hacia el fuego y tomó una brasa encendida, hizo algunos signos en el aire, pronunciando las palabras que sabía tenía que pronunciar. La mujer gritó, en su boca apareció una mueca de disgusto y su rostro empezó a marchitarse asumiendo el semblante de una anciana. Entonces, como por encanto, la mujer se disolvió en el aire, y con ella desaparecieron los saltimbanquis, los muros de la ciudad, la noche africana. De pronto se hizo de día: era un día espléndido colmado de luz. En Roma Apuleyo paseaba a lo largo del Foro y junto a él paseaba el amigo Lucio. Paseaban y charlaban, y mientras tanto veían a las esclavas más bellas que deambulaban por el mercado. En cierto Momento Apuleyo se detuvo y tomando a Lucio por la túnica, lo miró a los ojos y le dijo: esta noche tuve un sueño.

 

 

Lucio Apuleyo, 125-180 d.C. Nació en Madaura, en el norte de África. Estudió retórica en Cartago, en Roma y Atenas. Posteriormente se inició en los cultos misteriosos. Casado con la viuda Prudentilla, fue acusado por los parientes de ella, de haberla empujado al matrimonio con artes diabólicas para apoderarse de su dote. Sus libros nos revelan a un hombre misterioso, místico, inclinado al esoterismo. Su libro más notable, El asno de oro, es una suerte de biografía iniciática que narra las peripecias del joven Lucio, transformado en asno por magia, que finalmente recobra la forma humana.

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“pálido.deluz”, año 10, número 159, "Número 159. Educación: colonialismos, neocolonialismos y decolonialidades. (Diciembre, 2023)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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