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Jueves, Noviembre 07, 2024

 A todos aquellos que desean ver más allá de los sofismas que la política nos presenta día a día y son capaces de portar los lentes que les hacen advertir la  verdad, y a los que se atreven a lo más sublime hoy, que es creer en ella sinceramente y lo mejor SER CAPACES  de EXPRESARLA. G.A.L.D.

DECIR LA VERDAD ES REVOLUCIONARIO 

Veo la manera que se oculta la verdad de lo que sucede en el genocidio que ejecuta contra niños y ciudadanos inermes el gobierno de Israel en su llamada  guerra  en Gaza,  poco expresan de ellos con veracidad  los medios convencionales.

 Veo las falacias que propalan  día a día mañana, tarde y aun noche, comentaristas en carruseles radiofónicos, televisivos, columnistas y revistas pagadas para denostar al presidente de nuestra nación  cual si hubiese sido quien lanzara al huracán Otis sobre Guerrero,  lo lamento y por ello les invito a a que aquí nos demos tiempo de revisar solo un fragmento que aquí selecciono del trabajo de Francisco Fernández  Buey (1)  titulado ; Una reflexión sobre el dicho gramsciano “decir la verdad es revolucionario” 

El tópico sobre las malas relaciones entre verdad y política viene de antiguo. Al menos en nuestro ámbito cultural. En el pensamiento político europeo de la modernidad se suele atribuir a Nicolás Maquiavelo la confirmación de esa idea, que desde entonces se ha repetido infinidad de veces. Así, en un interesante ensayo dedicado al tema –Truth and Politics– Hannah Arendt volvía al viejo lugar común con estas palabras:

Nadie ha dudado nunca del hecho de que verdad y política mantengan entre sí una mala relación, y, que yo sepa, nadie ha incluido la sinceridad entre las virtudes políticas. Siempre se ha considerado que las mentiras eran instrumentos necesarios y legítimos no sólo del oficio de político o demagogo, sino también del oficio de estadista.

Después de preguntarse, casi retóricamente, por la razón de este hecho tan generalmente admitido que nadie parece negarlo, la propia Hannah Arendt acaba sugiriendo, en ese ensayo sobre verdad y política, que acaso la esencia misma de la verdad sea precisamente la de ser impotente y la esencia misma del poder la de ser engañoso.

Partiendo del tópico según el cual verdad y política constituyen una pareja irreconciliable, es natural que en el filosofar sobre el asunto hayan ido cobrando cada vez más relevancia dos líneas de pensamiento paralelas que no pueden encontrarse. La primera de ellas, de base moral y/o religiosa, da la primacía a la afirmación de la verdad en toda circunstancia para concluir, claro está, en el desprecio o en la crítica radical de la política. El caso seguramente más conmovedor de este punto de vista en el filosofar del siglo XX ha sido Simone Weil, quien al final de su vida, y precisamente escribiendo en nombre de la verdad, propuso la disolución de todos los partidos políticos. La segunda corriente, casi siempre dominante en el ámbito de la filosofía política académica, tiende a distinguir entre decir la verdad en el ámbito de las relaciones privadas y decir la verdad en la esfera pública, para concluir, desde esta distinción, que lo que tal vez sea una virtud privada, avalada por las Tablas de la Ley, puede ser un vicio público, de manera que la intervención en la política activa obliga a admitir, en efecto, que la verdad, o, por mejor decir, la veracidad, no es una virtud política.

Pero hay al menos un autor del siglo XX que sí incluyó la sinceridad y la veracidad entre las virtudes políticas. Y no sólo negando la mayor, o sea, que en política la verdad sea impotente, sino afirmando además el carácter revolucionario del decir la verdad en política. Este autor se llamaba Antonio Gramsci. Fue un pensador y activista político, italiano y comunista, que defendió al mismo tiempo, y sin reservas, dos cosas que, por lo general, suelen oponerse siempre en el mundo contemporáneo: el valor de la verdad en la vida política y la tradición maquiaveliana. Un caso insólito sobre el cual parece pertinente reflexionar en este ciclo dedicado precisamente a las nociones de “verdad” y “revolución”. Pues no es casual que Gramsci llegara a ser casi una moda intelectual hace 40 años, cuando la palabra “revolución” volvía a estar en boca de los jóvenes, para pasar a ser un desconocido, casi sólo citado en vano, en nuestros días…

La rueda del tiempo ha vuelto a dar varios giros desde entonces. Alguno de los presupuestos en que se basaba aquella repetida afirmación de Gramsci no es ya mantenible, al menos en la parte del mundo en que vivimos. A pesar de lo cual todavía no hace demasiado tiempo, en el año 2006, un ciudadano británico fue detenido por la policía, acusado de desórdenes públicos, por exhibir en el centro de Londres una pancarta con una frase del escritor George Orwell, que puede considerarse una variante de la frase de Gramsci: En una época de universal engaño, decir la verdad constituye un acto revolucionario. (N.A. Como revolucionario es ver las manifestación que sobrepasa los 300 mil individuos que al momento de  escribir estas líneas están siendo reportados como manifestantes a favor del pueblo Palestino contra el genocidio que Israel y su gobierno les imponen en Gaza  a la que aquí en honor a la verdad llamo sin ambages a moderna Auschwitz)  Y, en efecto, así es en una época de universal engaño, cuando lo que caracteriza esto que llamamos democracia viene a ser, a lo sumo, decir la verdad a destiempo, a todo pasado, cuando ese decir no tiene ya consecuencias prácticas, cuando los unos se ríen de lo que los filósofos clásicos y los revolucionarios modernos llamaban verdad y para los otros nada es verdad ni es mentira sino que todo es según el color del cristal con que se mira.

 Pero ¿cómo concluir la glosa en una época así, de universal engaño, digo, sin engañarnos a nosotros mismos, es decir, aceptando la parte de verdad que sigue conteniendo el dicho gramsciano y conociendo al mismo tiempo el dolor y la desgracia que esta verdad comporta para quien la dice? (N.A. aquí justo es señalar que se paga un precio por decir la verdad y es bien sabido,  pero callarla o decirla destiempo ¿DE QUÉ VALE?

Para seguir dialogando con Gramsci en estos tiempos, para tratar de superar la “doble moral” manteniendo el dicho lo mismo en la esfera de lo privado que en la esfera política, para ser justos con aquel Gramsci enfermo y sufrido que finalmente se acuerda de Job y que parece estar advirtiéndonos de que sólo cum patientia se podrá soportar el dolor que produce decir la verdad, no se me ocurre nada mejor que dar la palabra a dos poetas, tan alejados en el tiempo y en el espacio como en sus convicciones, pero que también pensaron en serio sobre esto: Bertolt Brecht y Emily Dickinson.

De Brecht hay que recordar que decir la verdad en política, y en tiempos menesterosos, además de revolucionario es difícil y costoso; que hará falta, una vez más, coraje para decirla, inteligencia para descubrirla, arte para hacerla manejable, buen juicio para decidir quiénes serán en nuestro tiempo sus mejores portadores y astucia para divulgarla. 

Y de Emily Dickinson, estos versos sencillos:

Di toda la verdad pero dila sesgada/ el éxito se encuentra en el rodeo […] La verdad debe deslumbrar poco a poco/ o ciegos quedarán todos los hombres”.

(1)Francisco Fernández Buey 24 de julio de 2020 Asociación de Estudios Gramcianos de Cataluña 

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“pálido.deluz”, año 10, número 159, "Número 159. Educación: colonialismos, neocolonialismos y decolonialidades. (Diciembre, 2023)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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