EL BEBÉ
Allá, al fondo del restaurante, se encuentra una pareja formada por una madre y su bebé; están solos en su mundo; la madre amorosa le habla en tono afectuoso a su criatura quien le responde con su total atención, intenta responder y solo se oyen gorjeos y balbuceos del menor, quien porta con orgullo su ropón con gatitos bordados; lo abraza, lo besa y lo acaricia como solo una madre puede hacerlo; están en su mundo privado y personal. Se acerca el fin de año y los presentes sonreímos y miramos de reojo la escena; cosas muy malas acontecen a diario, cosas muy buenas suceden aquí; el niño muy pequeño y totalmente absorto, observa a su madre con sus pequeños ojos, casi sin pelo y con la cara sonriente; simula a un pequeño extraterrestre de visita aquí en la tierra. Momentos mágicos de ternura en donde el cariño materno brota a raudales. Que haríamos los humanos sin nuestras madres.
EL FESTEJO
El primer domingo de cada tres meses (no alcanza para más, nos presentamos mi familia y yo al restaurante que nos atiende con rapidez y buen modo); hace frio afuera y un poco adentro; los adornos navideños engalanan el lugar; algo raro sucede, varios asistentes al lugar y las meseras, están reunidas en torno a una mesa, llevan en sus cabezas gorros rojos con su cascabel respectivo y lo agitan con donaire; una de ellas está sentada feliz y contenta; están festejando su cumpleaños decembrino; por ser la que mejor nos atiende en el lugar, también nos levantamos y entre todos cantamos las mañanitas tradicionales; se hace el silencio y ella apaga su tres velitas colocadas en una sabrosa concha de chocolate, está llorando de felicidad; quita las velitas, le da una fuerte mordida a su pan y lo saborea; se levanta presurosa con su servicio; agradece de viva voz el festejo y conmina a todos los presentes a continuar sus actividades; ocupamos nuestros lugares; ellas y ellos presurosos, se dedican a atendernos de inmediato; un segundo después el gerente aparece a supervisar su trabajo; en ese minuto y medio del festejo no apareció en el lugar y continuó lejos, junto a la salida, con la cajera, supervisando cuentas; nada anormal que reportar en su bitácora y a los dueño del restaurante; todo está en orden aunque al pasar, sonríe a la mesera festejada quien, ya sin lágrimas le sonríe también. Las personas felices, nos dan felicidad,
LA MAESTRA DE MÚSICA
La conocí hace muchos años, cuando laboraba en una escuela de educación secundaria. Llegó con su sonrisa alegre y confiada. Sin preámbulos, me comunicó enseguida su misión: ayudar al profesor de música quien pasaba por una mala racha; en los últimos seis años, la escuela no lograba levantar cabeza en las competencias de música folclórica e interpretación de nuestro Himno Nacional. Es por ello que la asesora se encontraba con una misión urgente: apoyar a los alumnos y a su maestro para que, en el siguiente certamen, se presentaran con la frente en alto buscando un buen lugar. En los años recientes el maestro, de manera eufemística, llegaba al plantel y con una gran sonrisa en la boca y expresaba: - maestro, obtuvimos un honroso sexto lugar en el certamen-; al cuestionarle, entre cuantas escuelas; orgullosos comentaba: - de siete finalistas -. En fin, seria largo enumerar los problemas que el grupo de alumnos seleccionados por el orgulloso asesor, mostraban. Por eso la recién llegada, fue tratada con honores; la inspectora de música venía a rescatar al grupo de muchachos que siempre perdían de manera, honrosa y constante. De inmediato se vislumbrarán los avances del grupo seleccionado de los tres grados. La asesora, dentro de las actividades de música, fue seleccionando las mejores voces de los alumnos del plantel. Para ello de manera intuitiva y rápida seleccionaba a los integrantes del coro. En menos de dos semanas el grupo de alumnos empezó a mostrar avances significativos. La maestra, al mando del piano y el asesor de música como su incondicional ayudante, lograron afinar los sonidos emitidos por los alumnos al compás de la música de piano. Para prepararse bien ante la posible salvedad (no hubiera piano el día del concurso) como así sucedió, el grupo de colegiales practicaba también con las guitarras que diestramente ejecutaban ambos maestros. La maestra con una firmeza que no le conocíamos, practicaba de manera intensa con los muchachos. Su rostro amigable y bondadoso se transformaba en una cara ruda que exigía de sus educandos, el mejor de sus esfuerzos musicales; nunca comparó el nivel de uno con el otro, pero siempre buscaba que el alumno se escuchara y diera su mejor esfuerzo. Nunca la vi rebajando el alma de ninguno de los alumnos; en cambio exigía de ella misma y de los demás, el mejor esfuerzo. Me gustaba pasearme por el ala del salón de música cuando la asesora se encontraba tocando el piano; las melodías que participaban en la fiesta mexicana con su interpretación cobraban alturas insospechadas. Interpretaba tan fielmente y con tanta alegría apoyando las voces de mis alumnos, que nunca he visto a la fecha. Cuando se mezclaban las voces, la guitarra y el piano, los sonidos eran maravillosos. Estaba sentaba fuera de la vista del grupo y escuchaba con los ojos entornados, los momentos efímeros que a veces tenemos tiempo de disfrutar. La dirección del plantel muchas veces no dejaba tiempo para hacerlo, pero en esos momentos de ensoñación, me elevaba y me transportaba a mi pueblo, allá en la región desértica de mi país, en donde esa música viva que ahora es folclórica se escuchaba con todo su esplendor. La magia existe y es menester disfrutarla. Lo hice y nunca me he arrepentido pese a que la gran Olguita, secretaria de correspondencia y la subdirectora, me andaba buscando por todo el plantel buscando respuestas a imprevistos existentes. Fueron esos pocos momentos de esparcimiento en donde lo reconozco, olvidaba la problemática escolar. Una maestra grande en su profesión y grande como persona. Ese año, de diez escuelas participantes en la primera fase, obtuvimos el segundo lugar. Poco a poco al paso del tiempo se continuaron las eliminatorias y a nivel Coordinación Operativa, logramos un ahora sí, un honroso tercer lugar. Los alumnos y maestros estaban orgullosos de los resultados y olvidaron a la causante de ese triunfo. La maestra prudente no se presentó en ese año a reclamar ningún reconocimiento. Estaba muy ocupada apoyando y supervisando el trabajo docente de sus maestros en sus otras escuelas. En ese lapso de tiempo, me cambié de plantel y como en la Central de Laboratorios y Talleres se ofrecían como su nombre lo indica, talleres y laboratorios para complementar la educación integral de las escuelas participantes, no existían clases de música.
Dejé de ver a la maestra un buen tiempo. Si acaso la veía de manera esporádica, no era con el tiempo suficiente para intercambiar experiencias.
Más adelante me enteré como la maestra apoyaba de manera constante e infatigable a sus profesores y alumnos en todo momento. Además complementaba su actividad en conciertos benéficos en donde apoyaba a niños y adultos de más bajos recursos para hacerlos disfrutar de la magia musical.
Ahora la vi, en un mes frio, estaba en el restaurante, acompañada por su hija, quien para variar, también había estudiado en el Conservatorio de Música. Disfrutaban su café Sans con gusto inmenso. Saboreaban cada momento y se dejaba llevar por los sonidos ambientales. Los arreglos navideños, hacen juego con el lugar que muestra maderas de caoba barnizada, ahora prohibidas por su uso desmedido. En ese restaurante de mesas y sillas antiguas, con su florero de claveles en el centro de la mesa, nos ofrece un lugar confortable y agradable para un buen café y una mejor conversación; en ese lugar familiar (caro para nosotros), está el pianista que alegra los domingos con su música maravillosa. Ejecuta con maestría sus conciertos navideños y de música popular; nos permite disfrutar las melodías de nuestros tiempos; no canta, no le hace falta, su música de piano habla por él. Cada domingo, en la mañana, si usted saborea un rico desayuno, también puede disfrutar esos instantes. Al ubicarla, me acerqué a la mesa compartida e interrumpí por un momento, su ensoñación. Platicamos, intercambiamos información, recordamos hechos y anécdotas rápidas, estaba con su hija y yo con mi familia. Al despedimos, nos dimos un fuerte abrazo navideño y nos deseamos para esos días y los siguientes (el año próximo se acercaba) lo mejor de la vida. Antes de subir al auto no pude contenerme al recordar cuando mi padre falleció; una melodía nos acompañaba en su entierro; la canción, Cielito Lindo que la maestra interpretaba con tanto sentimiento y emoción y que a él, tanto le gustaba (mi madre tenía grandes ojos negros); ya no podrá hacerlo en el piano, sus artritis es tan avanzada que le ha deformado los huesos de las manos.
Así es la vida, estudió con gran ahínco su profesión y le dio todo el brillo que una concertista puede dar en el trabajo escolar y social. Y como dijo con gran sentimiento y resignación: - disfruté e interpreté en su momento, la música con ambas manos y con toda mi alma y le pido maestro, disfrute con su familia, estos momentos de excelente música y buena salud, pasan demasiado rápido -