Simitrio o la luz y la sombra
De los llamados clásicos del subgénero que abordamos en esta sección, uno destaca sin discusión: Simitrio (Gómez Muriel, México, 1960). Quizás la dificultad para su tratamiento en nuestro equipo se deba a que esta película despierta en nosotros sentimientos ambivalentes que le ven virtudes y defectos muy evidentes, luces y sombras que trataremos de señalar.
Pero no sólo es el caso de nosotros. Desde su estreno, la crítica se dividió entre la desmesura del elogio y una lectura implacable. Efraín Huerta señaló, por ejemplo:
... (es una) bella historia que es una apología del maestro rural, el público se conmueve de verdad con una rica exposición de nobilísimos sentimientos y goza con una brillante sucesión de travesuras infantiles.[1]
Emilio García Riera nos presenta la otra óptica:
En realidad, pocas cosas pueden concebirse más reaccionarias que la limosna espiritual otorgada, a guisa de compensación, al tradicionalmente explotado maestro de primaria (éste presenta) los rasgos del más definitivo pobre diablo, muy conveniente para la burguesía, capaz de anonadar de honores a los apóstoles mientras los deja morirse de hambre.[2]
Dicho lo anterior, enunciamos las cosas que nos gustan de este filme, señalando al mismo tiempo las que nos desagradan. La historia está bien contada y gira en torno a dos secretos que tienen que ver con la ceguera del maestro, "don Cipriano": el primero es el de la comunidad que se opone a una inspección porque sabe que se haría evidente la pérdida del sentido visual, y el segundo, es el que guarda el grupo de alumnos de don Cipriano, quienes
crean al personaje "tapadera" Simitrio.
Esta comunidad rural tiene un profundo respeto y amor por el viejo profesor, un sentimiento transgeneracional. Por esta escuela unitaria ha pasado casi todo el pueblo. El maestro conoce y distingue a todos los habitantes por el tono de su voz y por su historia y actitudes personales. Con frecuencia, infancia es destino, y esto hace que él tenga la suficiente autoridad para intervenir en diversas formas en la vida de los habitantes del pueblo. Tiene una autoridad moral vasta, innegable e incuestionable, constatada por una vida ejemplar que consiste en salir de su casa muy temprano y regresar a ella muy tarde.
Don Cipriano reconoce su defecto visual, pero en el salón de clases trata de superarlo con una didáctica tradicional memorística y una vocación plena. Tiene 40 años de servicio y la experiencia hace que conozca las lecturas al dedillo y cambie las tareas o actividades para cada grado con una facilidad impresionante.
Es maravilloso ver a este docente preguntando sobre el sustantivo, repitiendo las tablas, con el juego de geometría de madera en la mano, solfeando y de excursión con los niños. Uno se pregunta, ante el salón de tres filas con mesabancos binarios y ante el cuadro del Benemérito de las Américas de la pared ¿cuánto ha cambiado y cuánto ha permanecido de este modelo escolar?
Lo cierto es que, antes que cualquier otra cosa, don Cipriano está orgulloso de su profesión, le apasiona, no ve como escenario posible el retiro. Se aferra a la carrera como un náufrago a la tabla, no importando lo mal pagada e ingrata que sea. A ella le entrega la vida como única posibilidad.
Don Cipriano no descubrirá, sino hasta el final, la maliciosa broma tejida colectivamente de la invención de Simitrio, pero reconoce talento e inteligencia en la ejecución de las muy variadas travesuras, algunas de ellas francamente pesadas y pasadas. Éstas van desde pólvora en la tinta, borradores con ruido, la silla de montar al revés, hasta el ocultarle la ropa al maestro en el río.
Al principio, como es lógico, don Cipriano se enoja, pero después, en una suerte de autoflagelación, pondera a Simitrio, al que van representando cada uno de los niños con voz atiplada frente a los ojos ciegos del profesor. Poco a poco, la película en cuestión, va cayendo en el melodrama fácil y lacrimoso. Otra cosa que nos desagrada es que se repita este arquetipo de maestro en innumerables cintas, desde la forma física: grande de edad, canoso, con chaqueta inmensa y polvosa, de lentes, chaleco con leontina, camisa sin planchar y sombrero. Como si en el vestir comenzara el suplicio.
Algo luminoso dentro de estas oscuridades, que posibilita ver en retrospectiva este filme, es que, a pesar de nuestras resistencias, se ha avanzado mucho en los últimos 30 años en el conocimiento de los alumnos y, en particular, la forma en que se apropian de él los niños de primaria. Nos explicamos: el maestro vislumbra un potencial en las indisciplinas, pero es incapaz de conducirlo al aprendizaje. Está atrapado en su principal virtud: la educación verbalista, repetitiva y tradicional, donde no hay, y no puede haber, ni dinámicas, ni alumnos arquitectos de su saber. Al final, los secretos quedan evidenciados con la ponderación de la inspectora, la condecoración a don Cipriano y una frase que resuena: todos somos Simitrio.
Al maestro, con cariño
Para Bertha Ortega, excepcional maestra.
En las reuniones familiares sabatinas, en casa de la abuelita, dominaban dos temas: el magisterio y la cartelera cinematográfica. Es entendible entonces que al estrenarse Al maestro, con cariño (Clavell, J. To sir, with love, 1967) fuera el tema de sobremesa recurrente durante varias semanas. Tenía yo siete años y una convicción: ser lo que mis mayores: maestro. Desde entonces me cautiva esta película que tampoco por casualidad aqui abordamos.
Un ingeniero de color desempleado (Sidney Poitier) es contratado corno maestro sustituto en la escuela de North Quay, en los suburbios de Londres, Inglaterra. El trabajo consiste en impartir clase a jóvenes rechazados de otras instituciones. La lenta transformación de él en docente y la de sus alumnos durante un año escolar es lo que cuenta esta cinta.
Todo se desarrolla en el típico ambiente inglés de rebeldía de los sesenta: ruptura con la tradición, moda sicodélica, actitud desenfadada, rock, cabellos largos, mezclilla, minifalda y la irrupción -no sin resistencia- del modelo estadounidense en la vida cotidiana de una generación que se autonombraba con suerte. Clima que vino a impactar en las condiciones familiares y, por supuesto, las escolares.
En North Quay esto es evidente, en tanto que se carece de un proyecto académico y que no hay apoyo de la administración pública. El director da a entender que se haga lo que se pueda, lavándose las manos y responsabilizando al maestro del éxito o fracaso. De hecho, el papel de esta autoridad será ambivalente: da apoyo o lo quita según le conviene.
El Filme retrata muy bien las relaciones entre los docentes. Reunidos informalmente en la sala de maestros, en los pasillos, al terminar una sesión o en la calle, cuentan sus desventuras, problemas en las prácticas escolares, se animan o burlan entre ellos, dan y toman consejos y generan estrategias de sobrevivencia áulica.
La única regla en este espacio escolar es que no debe haber castigos, lo cual está muy bien, siempre y cuando venga acompañada de una integración académica; al no existir, los profesores asumen el salón de clases como una zona de guerra y con una trinchera muy débil, donde lo importante es no rendirse, renunciar,
En esta situación de dominación el grupo experimentará una serie de tácticas para desestabilizar al rival. desinterés, sabotaje, distracción constante, líderes contestatarios, agresión física y verbal, chistes, apodos, etc. Al docente le transfieren odios, temores e incluso ausencias paternas. El pípila protagonista cargará con ello y también con la incomunicación intrafamiliar y la falta de ética de algunos compañeros.
Este maestro, mientras nota su desventajosa situación, perderá todas las batallas. Pero pronto aparecerán tres de sus dones y serán su auxilio: ganas de hacer las cosas, una estructura de valores firme y la capacidad de verse afectado por los problemas de los otros, gracias a su sentido común.
En este sentido, no se necesita -en principio- saber mucha pedagogía para entender que en un grupo nada sucede de una vez y para siempre. A pesar de que cada uno juega un rol, hay una constante estira y afloja. Lo que pasa habitualmente en cualquier grupo es su mutación, y el de la película experimenta un giro importante cuando el maestro -cansado y decepcionado- decide experimentar al tratar a los jóvenes como adultos y educarlos para la vida, rompiendo con el currículum formal. El esfuerzo será encaminado a hablarles de la vida (matrimonio, sexo, amor) y no duda en ponerse de ejemplo. Cuenta de su pobreza y hambre. Los alumnos dudan; no creen que quien habla tan bien haya pasado por esas situaciones de precariedad.
El grupo, con todo y líderes, se dejará seducir. Un día, vencidas las resistencias, lo esperan ansiosos y en silencio, el maestro al llegar pregunta si se equivocó de sala, pero en el fondo se percibe la dulce se nsaci6n de saberse con palabras útiles.
El maestro, como aquí lo vemos, también se flexibiliza de la pose adusta inicial y salta al encuentro de sí mismo: sonríe, bromea, juega e ilustra. Con esto gana confianza y la brinda. Da inicio una identificación plena y un cariño y respeto profundo.
Un día recibe la aceptación de una solicitud a un empleo como ingeniero. Esto lo pone feliz. Sin embargo, las demostraciones de afecto de compañeros y alumnos hacen que decida no aceptar. Esta actitud devela un compromiso insatisfecho. Quien se sabe maestro comprende el servicio como un arte efímero y duradero a un tiempo, que es ratificado todos los días y constatado en los años, en esa institución total llamada escuela. Por los que con humildad, trabajo y talento dedican la vida a esta profesión, es indispensable hoy recordar: Al maestro, con cariño. cye
Apóyate en mí o el fin y los medios
Después de La sociedad de los poetas muertos (Weir, 1990) vino toda una verdadera avalancha de cine estadounidense con la preocupación acerca del espacio escolar. Algunas películas dieron principal énfasis a las minorías raciales, es el caso de Con ganas de triunfar, Duro aprendizaje y la película que nos ocupa: Apóyate en mí (Lean on me, J. G. Avildsen, 1991).
Todo sucede en el high school de Eastside de Paterson, Nueva Jersey, en dos grandes momentos: el primero y más breve acontece en 1967, donde encontrarnos a un dinámico docente negro, Joe Clark (M. Freeman), que, por excelente resulta problemático, aun en esta prestigiada escuela, por lo cual, a instancias del sindicato es trasladado a una escuela elemental. El segundo momento sucede 20 años después, donde, de aquella escuela de Eastside no queda ni rastro: suciedad, grafitis en las paredes, violencia en los pasillos, circulación de enervantes, armas, peleas interraciales. El patronato contrata de nuevo a Clark para que asuma la, dirección de la citada escuela, con una meta concreta: elevar el porcentaje de aprobación en un examen oficial de conocimientos elementales.
Como es lógico, para llegar a este fin, el nuevo y enérgico director- plantea una estrategia múltiple. A nuestro juicio, algunas de las acciones son verdaderamente notables y otras francamente peligrosas. Dentro de las primeras encontramos el asumir que para levantar una escuela es indispensable un cambio de valores y esto sólo se consigue interactuando con todos los involucrados en el hecho educativo: padres de familia, "alumnos problema", docentes y, en su caso, dueños de la escuela. En esta dirección, Clark aprovecha todos los recursos a su disposición: juntas, comentarlos en los pasillos, motivaciones en las asambleas, las casas de los alumnos y hasta regaños en los barrios.
Otra acción rescatable es el peso que se le da al himno escolar. Éste resulta ser el medio de una identidad que muchas veces los alumnos preparatorianos no tienen. En una de las pocas partes del fin, en la que el director cede, es el cambio del tono racial decimonónico de este canto, a un ritmo semejante al góspel (canto religioso de hondas raíces y con matices vocales). La escuela no puede estar al margen de la cultura de los individuos que la habitan, y aprovechar este espacio de pertenencia, puede hacer que el himno y otros elementos de identidad los acompañen a lo largo de su vida.
Por otro lado, entre las acciones cuestionables encontramos que, a semejanza de otras películas, el maestro no tiene otra existencia que la de la escuela. De la misma forma, el depositarle al director demasiadas cosas, como si fuera un mesías.
Los fines de la educación, cualesquiera que sean, no pueden ser a cualquier precio. Por ejemplo, nos oponemos al discurso de Clark, cuando al asumir la dirección, declara un estado de emergencia y asesina, explícitamente, cualquier posibilidad democrática. Literalmente se asume como el negro que manda más y propone una rigurosa disciplina.
Se olvida entonces de que la democracia debe ser parte de los procesos formativos de los educandos y, cuando ésta funciona, no está reñida con la disciplina. Por el contrario, alguien asumirá su responsabilidad en la medida en que sea reconocida su opinión, su derecho a discrepar, a elegir y equivocarse.
De hecho, encontramos una grave inconsistencia en la parte final de la película. El director es detenido y encarcelado por no acatar la ley contra incendios. Los alumnos -suponemos que en autogestión y no dictatorialmente- organizan una manifestación para liberarlo.
Es curioso, pero el hilo conductor del relato no es la violencia, la marginación, la droga ni la calidad de la educación, sino ¡la no intervención del Estado en la escuela! Es decir, el fin último es elevar los promedios porque, de no ser así, el Estado tomará la escuela. Se sostiene, implícitamente, que lo peor que le puede pasar a una escuela es pertenecer al Estado.
Lo anterior está reforzado a lo largo de la narración por perlas de ideología individualista y de superación personal -hoy por desgracia, tan de moda-: "no culpes a tus padres, no culpes a los blancos, tú eres el responsable". Hay fragmentos en los que, por la buena actuación de Freeman, encontramos una miniatura de Hitler interviniendo en los salones de clase.
No podemos estar de acuerdo con esta visión. Cuando no hay democracia, la única verdad, sea cual sea, es de quien ejerce el poder. El autoritarismo es una constante que asusta, y esto es justamente lo que hay que desterrar de los sistemas educativos.
Despertar a la vida o la pedagogía contundente de Freinet
Combatiente de guerra mundial, maestro de aldea, práctico más que teórico, seguidor del movimiento de la escuela nueva, amante de su oficio, observador profundo, integrador de la escuela y la vida es Celestín Freinet, a quien le debemos frases como:
Si hubiera yo tenido, como otros tantos de mis colegas, el aliento suficientemente sólido para dominar con la voz y el gesto la pasividad de mis alumnos, me habría convencido de que mi técnica era a pesar de todo aceptable. Habría seguido utilizando la saliva, instrumento número uno de lo que llamamos escuela tradicional ( ... ) como un payaso sin talento, intentando retener por un instante, artificialmente, la atención fugitiva de mis alumnos.
Freinet (1896-1966) es sin lugar a duda uno de los innovadores más importantes de la pedagogía y su secreto radica en la sencillez. No hay pretensiones hiperteóricas en el diario, la clase-paseo,el texto libre, las colecciones, los talleres permanentes, la imprenta, la experimentación, etcétera. Todos al alcance del maestro, si de verdad quiere ser mejor.
En 1949 se filmó la película L´ecole Buissonarre (Jean Paul le Chanois, Francia, traducida como Despertar a la vida) que trata sobre un maestro de pueblo y está inspirada en la vida de Celestin Freinet.
La película cuenta la experiencia educativa del maestro Pascal en una aldea francesa después de la Segunda Guerra Mundial. Este maestro viene a sustituir al viejo maestro comunitario que se desempeñará ahora como coordinador del colegio. Este está dividido en dos secciones: la de niños que conducirá Pascal y la de niñas a cargo de Cecile (hija del viejo maestro).
Pascal, desde que llega, observa el entorno y los divertimentos de los niños en el río, hay muchas esperanzas en él pues es normalista; aquí habrá que recordar lo prestigioso que era egresar de una institución de este tipo en Francia.
Al llegar a la escuela el viejo maestro Arnaud le da indicaciones al joven mentor sobre cómo controlar a los niños. Pascal le insiste desde el principio que no pueden ser tratados iguales y que cada niño tiene su personalidad propia, renunciando a la vara como método de enseñanza. Pascal ve con sorpresa los condicionamientos a los que están sometidos los alumnos, quienes entran formados y marchando al salón de clases y esperan una calificación después de cada participación. El, por su parte, empezará la innovación desde su entrada misma, conjuga el verbo tener con la llegada del nuevo maestro.
Cuando realizan una tarea los niños, los observa minuciosamente con una pregunta obsesiva que quizá todos los maestros nos hemos hecho: cómo hacer que estos alumnos tengan sed de conocimiento. Para lograrlo él siempre aprovechará la realidad más próxima de los estudiantes como, por ejemplo, cuando juegan con caracoles, los hace que investiguen sobre ellos. Los volverá detectives de sus propios gustos, Hará que escriban sobre ellos y que sistematicen la información. Enloquecerá a los padres de familia con esta hambre de descubrimiento. El salón siempre será un espacio de libertad como posibilidad de verdad. Incluso para el maestro mismo, cuando juega con una máquina de escribir, aparece la frase “y se hizo la luz” que lo deja perplejo.
Al día siguiente se permitirá una innovación más, después de una breve plática sobre Gutenberg creará un pequeño taller de elaboración de libros. Con -el proceso completo que va desde la búsqueda de ideas, la redacción del texto libre, su corrección, la lectura colectiva, la votación para ver qué se imprime, la tipografía e ilustración, la encuadernación y la venta. Sin embargo, lo más importante es la lectura de los textos impresos por toda la comunidad. En ella se recrean, gozan y critican los textos. La crítica que comienza con lo escrito va creciendo y divide a la comunidad.
El maestro es sometido a juicio, se le acusa de aberraciones como atentar contra el patrimonio de la comunidad porque decide quitar el estrado para estar más próximo a sus alumnos y que lo sientan su amigo-guía. Él dispone que sus alumnos sean evaluados en conocimientos. Se les realiza un examen oral y memorístico sobre fechas, ubicaciones geográficas, artículos de declaraciones y otras cosas inservibles al que, por supuesto, los niños no responden. Pero logran demostrar que sí saben de la vida y que han aprendido esto gracias a su maestro Pascal.
La película, a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo una estupenda introducción al pensamiento freinetiano y se nos antoja, ahora que se habla tanto de la renovación del cine nacional, que pedagogos mexicanos de la talla de Rafael Ramírez pudieran ser llevados a la cinta de plata.
Dulce Emma o el magisterio en la era del vacío
Imagine, por favor, que de un día para otro todo se transformara. Que todo absolutamente todo cambiara incluida la concepción del mundo y de la vida. Piense que la lógica económica, por ejemplo, fincada en el mercado, desapareciera, que el supremo dios dinero sirviera sólo como forma de intercambio de mercancías, que el individualismo pasara al olvido, que los contenidos y las formas de aprenderlos en las escuelas dejaran de tener sentido.
En la Dulce Emma, Szabó nos pone de frente, no a esto -por desgracia- pero sí a algo de igual magnitud: el cambio dramático experimentado por los países de la Europa del este posterior a la caída del muro de Berlín. Pero además lo significativo de esta obra es que esta metamorfosis es sufrida en alma y carne por dos maestras: Emma y Böbe. Ellas viven en un pequeño cuarto rentado en una pensión para maestros.
El salario que perciben es muy bajo. Las dos impartían clases de ruso, pero a la caída del socialismo real en Hungría, son formadas instantáneamente para reproducir -literalmente- el idioma inglés, acorde a los nuevos tiempos. Aparte, Emma tiene que limpiar dos veces por semana la casa de una familia acomodada. Como es fácil observar, la similitud de las condiciones de los maestros en cuanto a percepciones, “actualización” y dobles o triples jornadas de trabajo parece ser una constante de carácter planetario.
El cambio del socialismo al capitalismo no fue gradual y su impacto en la escuela es inmediato. El letrero del colegio es arrancado, los niños en el patio se divierten quemando los preciosos libros de cuentos soviéticos, los maestros se recriminan unos a otros sus implicaciones en el estado húngaro seudomarxista. Sobresale la apatía en alumnos y maestros ante la carencia de verdades definitivas de las cuales asirse.
El director se caracteriza por un ejercicio casi sin límite del poder. A río revuelto ganancia de autoritarios. Tiene relaciones sexuales con varias maestras, aunque se muestre ajeno afectivamente. No tiene gran preocupación por el aprendizaje de los alumnos y a los maestros los descalifica: los llaman mediocres, carentes de conocimiento, sin esperanza de futuro y les dice que sólo están ahí por necesidad económica.
Lo peor es que en muchas de sus afirmaciones acierta. La maestra Emma -rubia de mirada triste, sin maquillaje, con blusa, gran faldón y pelo recogido- no es el el apóstol, mártir y guía de la renovación. Es sólo una maestra en un ácido momento histórico. Profesionista provinciana en una gran ciudad húngara cuando todo parece desmoronarse. Sobreviviente en un aula, en una guerra de papel, avioncitos y resignificación de valores. Incapaz de pronunciar frases en un idioma que tendrá que enseñar. Enamorada de una autoridad que la evita. Profesora atrapada en la cotidianidad, que a no dudarlo es la realidad suprema que se le impone. En el filme presenciamos el proceso de desgaste de la dulce Emma, como por ejemplo cuando una inspectora le recrimina porqué todo el grupo no tiene buen aprovechamiento. Ella se defiende; el grupo se divide en cuatro; los buenos, los regulares, los malos y los insalvables. De éstos últimos, dos son hijos de alcohólicos. La inspectora contraataca, ha revisado los exámenes y ha encontrado muchos errores en la calificación. Así de fácil. La supervisora no escucha el argumento y ubica la evaluación en un momento atemporal.
Otro momento desgarrador es cuando varias maestras van a solicitar un trabajo anunciado en el periódico. Se trata de un casting para un filme pornográfico. Desnudas ante la cámara van diciendo su ocupación. Unas son educadoras, otras enfermeras, otras pedagogas y muchas maestras.
Böbe, la compañera y amiga de Emma, escogerá el camino del ligue a extranjeros en bares. Por lo que será acusada de prostitución, cesada, encarcelada y orillada al suicidio.
El vacío social hará de Emma un personaje carente de fe en algo, y terminará por no creer en su profesión, desesperada agredirá a sus alumnos, perderá el empleo y finalizará vendiendo periódicos en el metro.
Estructurada como una novela por capítulos (¿Qué estamos esperando?, ¿Quién fue Rosa de Luxemburgo?, La caída, etc.). Tiene una proximidad temática con Kids, Trainspoitting y la pequeña obra maestra del cine francés contemporáneo El odio: el fin del siglo como desencanto. Dulce Emma es la cara hiperrealista actual de los países socialistas y el trastrocamiento de todas sus instituciones incluida, por supuesto, la escuela.
Esta cinta la hemos trabajado con igual éxito con maestros chiapanecos, del Estado de México, del D.F. y Aguascalientes. Siempre el efecto es arrollador. Se han propuesto lecturas desde el género hasta la posmodernidad, pasando por los nuevos actores del proceso educativo.
Por eso, nunca le terminaremos de agradecer a Szabó que nos haya regalado una maestra profundamente humana y en situación, sin ninguna pretensión mesiánica. Es, por así decirlo, la maestra más próxima que nos ha tocado ver.
Ni uno menos o la deserción escolar aquí y en China
En el excelente trabajo de la maestra Rosaura Galeana, se documenta fielmente la complejidad del fenómeno de la deserción escolar en nuestro país. Dice la investigadora:
Conocer quiénes son los “desertores” nos llevará a buscar y retroceder al pasado de algunos de esos niños que alguna vez estuvieron en la escuela y que no regresaron más. Veremos que su salida no fue producto casual de una decisión inmediata, sino el resultado de una serie de situaciones económicas, familiares y escolares vividas durante años, en las que el acento esta dado por la calidad de las relaciones establecidas en el interior de la escuela(…) la deserción escolar es un fenómeno que no sólo se explica respecto a un problema de desigualdad o inequidad educativa del país, sino también remite a la desigualdad de oportunidades para la minoría. ( Galeana R. La Infancia Desertora, , 1996)
Por desgracia, la deserción escolar no sólo se da en nuestro país, es un síntoma más de la globalización . Millones de alumnos en el mundo dejan sus escuelas por las dos condiciones que se desprenden de lo apuntado por Galeana: desigualdad social y económica e inequidad de oportunidades educativas.
La muestra está en Ni uno Menos (Yimov Z., China, 1999) en la que se relata una breve y significativa historia:
El Maestro Gao, único mentor de una comunidad apartada y pobre en China, tiene que ausentarse por un mes por un problema personal. El jefe de la aldea contrata, para que lo sustituya, a una maestra de trece años (Wei). A cambio de un mísero salario tendrá que educar a los niños del poblado, además recibirá un dinero extra por parte del profesor si logra que ninguno (ni uno menos) de sus alumnos deserte.
Es importante señalar que la película –casi documental con actores de la misma comunidad– se ubica en la época actual. Es obvio decir que la maestra Wei no tiene ninguna formación o capacitación. Sólo ha terminado la educación básica y se tendrá que subir a un barco y navegarlo en esta escuela rural y no dejar caer al mar a nadie.
La maestra Wei recibe algunos consejos por parte del titular del grupo. El más importante es el cuidado de los gises. Le cuenta uno por uno los gises que deberá usar, y le aclara que sólo puede usar uno diario para copiar la lección. No cuentan con material didáctico, de ahí la necesidad de cuidar los compactos. Wie le resta importancia y los niños captan de inmediato la diferencia, no falta el niño que los tire, los pisotee y cuestione que ella sea maestra. La niña llora desconsolada porque sabe el valor de los comprimidos de cal.
Wei no se puede clasificar conforme a la tipología sugerida en “La figura docente en el cine”, que forma parte de este libro (Meixueiro y de la Garza): No se puede considerar castrante; no reprime a los alumnos porque no los puede controlar, los persigue por el patio, no es tampoco apóstol; está ahí por necesidad económica, no es crítica, acata la orden de no dejar ir a los alumnos y lo único que hace para que una alumna, que corre maravillosamente, no sea reclutada a una escuela especial es esconderla. Mucho menos está desesperanzada, la esperanza no es enseñar mejor o llegar a ser tan buena como el profesor Gao, sino no perder a sus alumnos. Por eso cuando una familia por necesidad tiene que mandar al hijo a buscar trabajo a la ciudad, Wei decide no claudicar y lo busca “literalmente” sin descanso.
Curiosamente esta situación hace que se transforme la manera de conducir al grupo. Problematiza con los niños la situación y, sin pretenderlo usa el problema como estrategia para promover el aprendizaje. Se calculan los costos, todos los alumnos apoyan con dinero para conseguir el pasaje de la maestra. Y aunque no lo logran, aprenden de una situación concreta más que de la copia en el pizarrón.
En la ciudad la búsqueda es intensa e infructuosa. Wei hace carteles (sin dirección) que son recogidos como basura cuando ella duerme en la calle. Camina y pregunta sin conseguir nada. En paralelo vemos al niño mendigando por alimento. En la desesperación Wei acepta el consejo de ir a una estación de televisión. Ahí espera al gerente durante días, hasta que su petición es atendida. Vemos llorar a la niña–maestra frente a la cámara.
Encuentra al niño y un mini teletón apoya a la escuela. El final feliz estalla: los niños escriben palabras en el pizarrón con gises de colores.
La maestra Wei me recuerda a un desorientado practicante que era yo a los 14 años en la escuela Vicenta Trujillo en Tlatelolco. Pero también vino a mi mente ese maestro escéptico y quejumbroso, que hay en algunas escuelas, al que todo le parece mal y repite incansablemente que no hay condiciones en México para evitar la deserción.
[1] Emilio García Riera (1975), Historia documental del cine mexicano, Vol. 7, Era, México, p. 337-338
[2] Ibidem.