No obstante la brevedad de su carrera como escritor, mucha gente, aunque sea de segunda mano, conoce palabras como “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”; “el Gran Hermano te está vigilando”; “en la habitación 201 te confrontarás con tus peores horrores”.
“Murió joven. En su corta carrera como escritor de poco más de dos décadas, George Orwell publicó casi dos millones de palabras. Las novelas y ensayos que habrían ocupado sus años cincuenta y sesenta nunca se escribieron. Su propia obra, distribuida por hojas, ocuparía un área aproximadamente del tamaño del centro de la ciudad de Norwich (39.02km2). Si viviera hasta los setenta, propuso una vez Orwell, comparando su producción profesional con la del minero de carbón promedio, lo más probable era que dejara un estante lleno de libros. Sin embargo, póstumamente, con la ayuda de editores y compiladores dedicados, logró su ambición. Los años transcurridos desde su muerte han aportado varios millones de palabras más: biografías, estudios críticos, memorias de colegas literatos y amigos de la infancia, incluso una novela en la que tiene un papel protagónico”. Es la introducción de Orwell, una biografía escrita por D. J. Taylor.
Según D. J. Taylor, “en 1946 dos cosas dominaban la vida de George Orwell, cada una vinculada con la otra: su mala salud y su intenso deseo de concluir su novela Mil novecientos ochenta y cuatro. Po esta época no había forma de saber la gravedad de su enfermedad –estaba dispuesto a mantenerse alejado de los médicos- pero el Londres de 1946-47 lo atrapó en uno de los más crudos inviernos, tal vez fue el peor ambiente que pudo haber elegido para pasar los siguientes seis meses”.
A pesar de sus malestares, celebró la llegada del nuevo año haciendo un breve viaje a la isla de Jura para llevar a cabo la siembra de invierno. Al inspeccionar su jardín, descubrió que los conejos se habían comido la mayoría de los vegetales. Plantó árboles frutales y rosas. El 9 de enero estaba de regreso en Londres, a tiempo para escuchar el tercer programa de la adaptación radiofónica de Rebelión en la granja, la cual fue bien recibida.
Valga la anterior introducción para comentar Las rosas de Orwell, de la escritora norteamericana Rebecca Solnit. El ensayo inicia con esta frase: “En la primavera de 1936, un escritor plantó rosales”, cuya trascendencia se manifiesta en la historia del otro Orwell, un Orwell desconocido: el hombre interesado por los derechos humanos, por la justicia, por el medio ambiente, por el arte, por la jardinería, por la producción de alimentos.
Solnit nos presenta a un Orwell que al tiempo en que se dedicaba a la escritura hacía otras actividades, en apariencia muy disímbolas, como “crear una granja con ganado, cultivos, árboles frutales y un tractor, en la remota punta de una isla escocesa”.
Ese año, 1936, fue un año seminal en la obra de Orwell. Estaba a punto de cumplir treinta y tres años. Acababa de llegar a Wallington, en donde por primera vez en su vida poseía algo propio y tener un domicilio permanente. Atrás quedaban los años de pobreza, de vagabundeo, que no obstante inspiraron su novela Sin blanca en París y Londres. “Aquella primavera-señala la escritora norteamericana- se encontraba entre dos viajes que despertarían su conciencia política y lo llevarían a convertirse en periodista y ensayista político y, con el tiempo, en un escritor con una inmensa influencia”.
En su libro Solnit establece conexiones con temas y situaciones inesperadas: el día de los muertos en nuestro país; con una fotografía tomada por Tina Modotti de unas rosas, así como una breve descripción de su relación con el fotógrafo Edward Weston, su maestro y amante; con la Guerra Civil española; la industria del cultivo de rosas en Colombia y la explotación de las trabajadoras, cuyo lema es “los amantes se llevan las rosas, y los trabajadores, las espinas”.
Sobre este libro, Margaret Atwood escribió. “Me encantó este libro (…) Solnit nos presenta a Orwell como un padre alegre, esperanzado, amante de la vida, que aprecia los sapos y a los bebés, pero, sobre todo, como un jardinero tenaz y enérgico (…) Un juego emocionante a través de la vida y la época de Orwell, y a través de la vida y la época de las rosas”.