En 1929 llegamos a vivir a la ciudad de México, junto al aeropuerto. A esa zona le llaman el Peñón, porque es un cerro pedregoso. Mi padres ya no querían ir de un lugar a otro, buscaban una tierra donde vivir, donde poner un negocio y establecer a su familia. En esa época eramos solo tres: Mamá, papá y yo: Polo, y acababa de cumplir dos años.
Mi papá nació en Oaxaca, y entró muy joven al ejército porque su familia era muy pobre, no podía mantenerlo. Andaba de campaña por todo el país, hasta que llegó a una ranchería llamada Cruz verde, ahí conoció mi mamá, y la convenció de casarse con él. Así fue como mi mamá salió de su casa para recorrer caminos polvosos, con las cazuelas y las cobijas a la espalda. Al año nací yo, en época de frío. Con gran triteza mi mamá vio que tenía el pie derecho completamente volteado, cuando pasó un médico por el campamento dijo que no había nada que hacer, que nunca iba a caminar, y que a la mejor era tonto. Pero mi mamá no se conformó, con manteca me sobaba el pie día y noche para voltearlo. Dicen que lloraba tanto, que mi papá le gritanba que me dejara en paz, pero ella no desistió. Un año después, cuando volvió a pasar el médico por el campamento, soprendido, le preguntó a mi mamá ¿Cómo le curó el pie? Y ella le dijo que su secreto le iba a costar cinco monedas de peso, de plata, bien brillososas; era un dineral. El médico se sintió defraudado cuando mi mamá le contó cómo me curó, pero aceptó que el pie quedó perfecto y le dio las monedas.
Con ese dinero mis papás decidieron establecerse, estaban cansados de andar de un lugar a otro. Llegamos a a vivir en la zona del Peñón, junto al aeropuerto de la ciudad de México. A los vecinos no les pareció bien, nos decían los fuereños. Pasar por la calle me daba mucho miedo porque nos veían feo y nos gritaban:
–No nos gustan los fuereños–, no los queremos aquí, váyanse.
En la calle, los niños me decían que no jugaban con fuereños y me aventaban piedras, por eso tengo esta cicatriz en la frente.
Mis padres abrieron una panadería, pero nadie quería comprar su pan porque decían que sabía feo, que era de pueblo. Como la gente no compraba, mis papás no tenían dinero y pasábamos mucha hambre. Pero no cerraron la panadería, hacían el pan que mi papá aprendió en Oaxaca, de yema, de aniz y cocoles. Los únicos que iban a comprar eran los trabajadores del aeropuerto, a ellos si les gustaban los panes que hacían mis papás.
En esa época nació mi hermana la Malicha, estaba muy chiquita, porque solo comíamos el pan duro que sobraba. Yo creía que como había nacido en el Peñón, ya no sería fuereña, pero le decían la menor de los fuereños. Tuvieron que pasar muchos sucesos tristes para que nos quisieran.
Cuando empezó la segunda guerra mundial, aunque decían que era muy lejos, en las noches los aviones del escuadrón 201 hacían ensayos y volaban muy cerca de las casas. Mis dientes chocaban unos con otros del miedo, hasta que en la madrugada me quedaba dormido.
Casi no había comida, llegaba poca harina, a mi papá solo le vendían un costal para hacer el pan, y eso también les pasaba a los otros panaderos de la colonia.
Entonces algunos vecinos empezaron a venir a la panadería. Le decían a mi papá:
–Don Rey véndame aunque sea los panes duros porque en ninguna parte se consigue.
Y mi papá dividía el pan que salía entre las personas que llegaban a comprar, hasta los vecinos que no nos querían pedían cocolitos y pan de yema.
Apenas había acabado la segunda guerra mundial cuando algo terrible pasó. Un avión se cayó en el cerro del Peñón, murieron muchos pasajeros, y las casas de la colonia fueron destruidas. Todos ayudamos a rescatar a los heridos, los que no cabían en las ambulancias los llevamos en burros al hospital de Balbuena.
Esa noche, y muchas más, los vecinos no tenían en donde dormir, y como nuestra casa fue una de las poca que no se dañó, mis papás abrieron las puertas y los dejaron entrar. Hasta en los corrales se dormirán las personas.
Con los años la panadería se hizo muy famosa, pedían pan de de aníz, de yema y cocoles, los panaderos de alrededor empezaron a hacer ese pan, y hoy en día se sigue vendiendo, pero ya nadie recuerda que don Rey, fue el primero en hacerlos.
Nuestra familia creció; nació Rebe, Caty y Pedrín. Mis otros dos hermanitos la Chabelita y Raúl se murieron cuando eran chiquitos, en esa época muchos niños se enfermaban del estómago.
Con los años, llegaron mas familias y dejaron de decirnos los fuereños. Un día descubrí un secreto, y lo supe de la propia boca de doña Olga, la vecina que menos nos quería, me dijo:
–Hace muchos años no había casas en el Peñón, mis abuelos llegaron del lago Texcoco, después vinieron los Beltrán de Tlaxcala, los Hernández de Guerrero, los Jérez de Iztacalco, así se fue poblando la colonia.
Entonces lo supe: Todos venimos de alguna parte, todos somos fuereños.