Elegimos a nuestros gobernantes para que cambien la realidad, pero muchas veces son ellos quienes cambian. La transformación de los políticos, debida al éxito y los halagos de su círculo cercano, ha sido descrita como enfermedad profesional. Un neurólogo y exministro inglés ha enumerado los síntomas de esta dolencia: alejamiento de la realidad, exceso de confianza, lenguaje mesiánico, convencimiento de estar en la senda de la verdad y no tener que rendir cuentas ante la opinión pública sino ante la Historia con mayúscula. Este mal se denomina en lenguaje clínico “Síndrome de Hybris”.
Hybris es una palabra griega que significa arrogancia y exceso. El término describía una pasión violenta inspirada por la diosa de la obcecación, Ate, que arrastraba a los héroes y los poderosos a avasallar al prójimo. Esos atropellos acababan teniendo consecuencias desastrosas y eran castigadas por otra diosa, llamada Némesis, encargada de restablecer el equilibrio vengando a los agraviados. La tragedia griega representó a menudo este círculo diabólico de poder, soberbia, ceguera, error fatal y caída. Para la mentalidad clásica, la prudencia era la virtud intelectual necesaria para adaptar la propia actuación a la invariable complejidad de las circunstancias. Los antiguos dirían que los gobernantes empiezan a ser peligrosos cuando les causa terror reconocer un error.