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Jueves, Noviembre 07, 2024

 

“… la ciencia nunca se sacrifica, siempre ha preferido el homicidio…”

- Jean Baudrillard

 

Simulando el crimen

 

Bien podríamos “resumir” los postulados de Jean Baudrillard a través del cuento de Jorge Luis Borges Del rigor en la ciencia al que tantas menciones hace el francés y al que me permito citar a continuación:

“...En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.

Suárez Miranda: Viajes de varones prudentes, libro cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658.”

El artificio es inteligente: el autor que inventa a otro autor para legitimarse. El mapa que se crea y se destruye a sí mismo haciendo lejana la realidad y postulado que, a partir de ella, todo será imposible (hasta la realidad misma).

Es claro que crear una cartografía del pensamiento de Jean Baudrillard es una tarea cercana a lo imposible. Por ello, sin pretender agotar a una de las mentes más sólidas y una de las plumas más deslumbrantes del finado siglo XX, esbozo aquí una traición a su pensamiento, como explicaré más adelante.[1]

Quizás el concepto baudrillardiano más interesante (al menos para quien esto escribe) es el de simulacro. Es un término rector que no sólo habita entre las páginas de la por demás extensa obra del francés, sino que se ha colocado en la mente de propios y extraños, construyendo un diálogo entre la filosofía, la historiografía, la semiología, la sociología y demás saberes humanos.[2]

De hecho, podríamos señalar que “simulacro” es lo que Roland Barthes llamaría una “palabra moda” que se recubre de significados y significantes hasta perderse de su origen para crear uno nuevo. Es decir, el simulacro se ha transformado en un simulacro de sí mismo.

Al respecto, refiere Baudrillard que en el simulacro “Todo (…) es verdadero al mismo tiempo. Es el secreto de un discurso que ya no sólo es ambiguo, como pueden serlo los discursos políticos, sino que revela la imposibilidad de una posición determinada ante el poder y la imposibilidad de una posición determinada ante el discurso.” (Baudrillard, 1978, p. 42)

Ante el simulacro, los tiempos se confunden. Las palabras de Jean Baudrillard lo fueron definiendo desde su crítica al sistema de producción y de consumo –como un marxista en sus primeros años- hasta su más desbordada crítica a los sistemas de significación de sus últimas obras –como un posmoderno completo.

Tratar, pues, de capturar al simulacro, o mejor, de definir y delimitar sus alcances, resulta imposible por su propia conceptualización crítica. Al condenar a la sociedad occidental y su racionalidad histórica, Baudrillard condenará cualquier esfuerzo de sistematización de su pensamiento –como este artículo-. Dice el francés en El crimen perfecto:

“Nuestra cultura del sentido se hunde bajo el exceso de sentido, la cultura de la realidad se hunde bajo el exceso de realidad, la cultura de la información se hunde bajo el exceso de información.” (Baudrillard, 1995, p. 32)

 

En el sistema de Baudrillard, en el sentido de Baudrillard, no hay escape. Ni siquiera para su propia obra. Quizás de allí parta en buena medida su desesperanza. La significación lo recubrirá todo. En esta nueva lectura de Freud, el tabú surgirá ante la imposibilidad de definir o mostrar la cosa en sí. El signo se presenta como la sutura de la censura.

“Todo lo que se refiere al simulacro es tabú u obsceno, al igual que lo que se refiere al sexo o a la muerte. Sin embargo lo que es obsceno es más bien la realidad y la evidencia.” (Baudrillard, 1995, p. 132)[3]

Baudrillard es censurado porque destruyó cualquier instancia de legitimación científica, filosófica, religiosa, mediática, artística y cualquier otra construcción discursiva. Y en medio de esa censura, su voz se alza como parte del juego de la significación.

Incluso, podría destruir este texto académico, pues “Todo está ahí al mismo tiempo, y entonces no se puede ya ver a través.” (Baudrillard, 1994, p. 119). La voz de Baudrillard criticando al sistema que lo vio nacer y que lo consagró. Bien decía Pierre Bourdieu (1997) que todo proyecto intelectual está consagrado y legitimado por sus propios discursos. Incluyendo el simulacro, la desconstrucción y la posmodernidad.

Ante este simulacro como tabú, ante esta crítica desbordada a la significación, Baudrillard refiere a san Agustín. Ya que para el Santo de Hipona el signo es aquello que nos hace evocar en nuestro pensamiento a otra cosa distinta a lo que percibimos, para Jean Baudrillard “… la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición.” (Baudrillard, 1995, p. 17)

Jean Baudrillard enmascara su pensamiento, lo cubre de signos y lo desaparece. Crítico de la sociedad a manera homeopática (el mal que cura al mal), disimula su estructura y resuelve el caso en la imperfección del crimen.

Operando al simulacro

 

Baudrillard cuestiona a la realidad, a sus causas, a sus efectos, a la definición misma de la realidad. Sin pretender entrar en amplias discusiones filosóficas, que irían desde los griegos hasta al propio Baudrillard, se requiere, para este simulacro, sustentar, simplistamente, a la realidad como lo expresado en un tiempo y en un espacio irrecuperable.

La supuesta recuperación de la realidad sólo se puede llevar a cabo por un efecto simbólico, es decir, en otro tiempo y en otro espacio. Por esa inaprensible realidad, por esa construcción simbólica del mundo, el simulacro se sustenta en la falta lacaniana del signo, en la carencia de su construcción perfecta, en el llamado a la interpretación y a la semiosis ilimitada.

La recuperación de la realidad, a través de la mediación simbólica, se lleva a cabo ya sea en la palabra oral, en la escritura, en la iconicidad y/o en la electrónica. Cada una de estas mediaciones diferirá en cuanto a su fijación, difusión y trascendencia, pero eso será motivo de otro debate. Baste decir que es en la mediación electrónica donde el simulacro se desborda.

Quedémonos, por economía, con estas nociones y adentrémonos en la construcción del simulacro según Jean Baudrillard que de manera extrañamente esquemática nos la presenta en su Cultura y simulacro:

“Las fases sucesivas de la imagen serían estas:

- es el reflejo de una realidad profunda

- enmascara y desnaturaliza una realidad profunda

- enmascara la ausencia de realidad profunda

- no tiene nada que ver con ningún tipo de realidad, es ya su propio y puro simulacro.

“En el primer caso, la imagen es una buena apariencia y la representación pertenece al orden del sacramento. En el segundo, es una mala apariencia y es del orden de lo maléfico. En el tercero, juega a ser una apariencia y pertenece al orden del sortilegio. En el cuarto, ya no corresponde al orden de la apariencia, sino al de la simulación.” (Baudrillard, 1978, p. 18)

Por ello, la realidad es irrecuperable, es tabú y apela a la censura ontológica de su gestación. Cuando Baudrillard hace una reflexión sobre la enfermedad, la idea se aclara:

“Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia.” (Baudrillard, 1978 p. 12)

El trabajo en tiempos del simulacro se aparta de la transformación de la realidad de los inicios del desarrollo occidental hasta consolidarse en una parte más del andamiaje de los simulacros. El mono se transformó en hombre por el trabajo; y el hombre se transformó en indicador de competitividad en tiempos de la globalización.[4]

Todo es simulado para Baudrillard: la guerra del Golfo y la caída de las Torres Gemelas, la escenificación de las grutas de Lascaux para que no se maltrate el original, la virulencia –que no violencia- de los medios de comunicación, los bombazos como escenografía durante la guerra de Vietnam, IBM como reconstructora de la historia, el SIDA como anuncio preescrito de nuestra muerte, la técnica eléctrica que amenaza con la destrucción de la humanidad porque ha desaparecido la noche –y con ella los ciclos naturales-, la mujer-objeto como lo más femenino de lo femenino encarnada en la paradigmática Madonna

El mundo de hoy es como Disneylandia para Baudrillard: la asepsia de la construcción de mundos simulados que pueden ser abandonados al salir sin ningún problema, que sólo provocarán en el visitante un gozo medido, controlado, que no reconstruirán su yo interno ni cambiará su historia.

O peor aún: la escenificación mediática que apuesta más por la alta definición tecnológica que conlleva la baja definición del mensaje. [5]

 

El cadáver exquisito

“Paradoja: todas las bombas son limpísimas: su única polución es la energía de control y de seguridad que irradian al no llegar a estallar.” – Jean Baudrillard

Jean Baudrillard pertenece a ese particular momento del pensamiento francés en que se dieron cita una camada de intelectuales críticos del existencialismo de Jean Paul Sartre y de la fenomonología de Merleau-Ponty. Cada uno desde su trinchera, desde su ámbito, podemos citar a Claude Levy-Strauss, A.J. Greimas, Michel Foucault, Jacques Lacan, Roland Barthes, Jacques Derrida, Jean Francois Lyotard, Gilles Lipovetsky, Philippe Sollers, Julia Kristeva y Gilles Deleuze, por mencionar algunos.

Si bien han sido encasillados en términos como estructuralistas, posestructuralista y/o posmodernos, su temática y preocupaciones son tan diversas que es difícil ubicarlos en una misma línea.

Los tiempos los hacen copartícipes –algunos más que a otros- del auge de las guerras mundiales y su consecuente invasión y liberación parisiense, del surrealismo y las vanguardias, de la batalla en Argelia, del 68 francés, del triunfo del socialismo exquisito y la consecuente caída del Muro de Berlín. Baudrillard, de hecho, hará una curiosa numeraria al respecto, que sólo contribuye a su propia reflexión, y que rompe con una tradición de pensamiento hegeliano que difunde Kojeve en su seminario sobre La dialéctica del amo y el esclavo al que buena parte de los pensadores franceses asisten.

Nacido en 1929 y muerto en el 2007, Jean Baudrillard es hijo de padres campesinos. Dirá que por ello desarrolla una prevención bárbara con respecto a la cultura. En los años 60, era un profesor de sociología anónimo; para los 90, se transformará en una estrella de los periódicos y los medios con sus opiniones “virales y metalépticas” (cfr. Boncenne, 2007).

El estilo de Baudrillard, aquello que lo define y lo proyecta, no se alejará de sus contemporáneos. Ensayista deslumbrante, una verdadera “máquina para pensar” –en el sentido de Borges-, sus textos devenían entre lo popular y lo clásico, con notables influencias del marxismo, el psicoanálisis y el estructuralismo.

Su idea del radicalismo en su escritura, que enfrenta barthesianamente al fragmento ante la totalidad, lo ha llevado a colocarse en lo que muchos intelectuales llamarían “Teoría de la conjura” (o del Complot, en términos más locales). Ante los medios, se moverá hacia un determinismo mediático, llegando a afirmaciones como:

“MacLuhan veía en las tecnologías modernas ‘extensiones del hombre’, convendría verlas más bien como ‘expulsiones del hombre’.” (Baudrillard, 1995, p. 55)

Y habría que tomar sus frases como verdaderas metáforas, analogías y/o paradojas. Su estilo es desconcertante, sirviendo de contraparte al positivisimo y pragmatismo de los estudios anglosajones.

Por ello, y por otras cosas más, sus críticos serán ambiguos. Ante la inteligencia baudrillardiana, ante su prosa trepidante, se desprenderá una crítica parcial.

Sólo como ejemplo, Sokal y Bricmont, famosos por su juego retórico que se burló de los arbitrajes científicos de sus contemporáneos, señalarán:

“… en los trabajos de Baudrillard se encuentra una profusión de términos científicos empleados sin ningún miramiento por su significado y, sobre todo, situados en un contexto en el que son totalmente irrelevantes. Tanto si se interpretan como metáforas como si no, resulta difícil ver qué función desempeñan, salvo la de dar una apariencia de profundidad a observaciones banales sobre sociología o historia. Más aún, la terminología científica está mezclada con una terminología acientífica utilizada con la misma ligereza. Cabría preguntarse, a fin de cuentas, que quedaría del pensamiento de Baudrillard si quitáramos todo el barniz verbal que lo recubre.” (Sokal y Bricmont, 1998, p. 156)

Particularmente, Sokal y Bricmont criticarán, sin la fuerza de los ataques que dirigen a Lacan, algunos de los siguientes términos, que a muchos lectores han llegado gracias a Baudrillard más que a la literatura científica especializada:

 

- Espacio no euclidiano

- Retroversión

- Reversibilidad del orden causal

- Lineal

- Invariencia respecto a la inversión del tiempo

- Interacciones débiles

- Autonomía de los efectos

- La memoria del agua

- Teoría del caos

- Inestabilidad exponencial / Estabilidad exponencial

- Transfinito, transfinalidad

- Escisiparidad fractal indefinida

- Topología de Moebius

De tal suerte que el efecto de leer los textos de Baudrillard puede ser el quedarse atrapado entre la idea de esta terminología como metafórica o como algo “tan pomposo como carente de sentido.” (Gross y Levitt, en Sokal y Bricmont, 1998, p. 156).[6]

La solicitud del mito

Se ha señalado que no se pretende agotar el pensamiento de Baudrillard. De hecho, cada uno de sus múltiples ensayos, de su extensa gama de títulos, podría dar para extensas reflexiones y contribuir a lo que él mismo denominaba “el grado Xerox de la cultura.” (Baudrillard, 1994, p. 11) [7]

Si hablamos hoy de Jean Baudrillard y de la figura que se esconde entre los medios de comunicación, se debe a que es parte de una mitología contemporánea.

Ante el significado que fue la persona misma de Jean Baudrillard, los significantes se establecerán en una cadena, quizás, interminable, que sustraerán al pensador para colocarlo en otros discursos. Efecto de espejos que propicia el mismo autor.

Roland Barthes ya advertía en su Mitologías (1957) sobre esta nueva clase de fenómenos. El mito de hoy se extiende y se comprime gracias a la industria mediática. Al igual que Andy Warhol, el mito de nuestros días subsiste gracias a la repetición. Por ello, Baudrillard afirmará que “Warhol es un mutante.” (Baudrillard, 1995, p. 112) y que “Warhol es la máquina.” (Baudrillard, 1994, p. 26)

Amparados en este escenario, Jean Baudrillard será también un mutante que se regenera a sí mismo y se produce como pieza de una gran línea de ensamblaje. Su corpus, sus objetos de estudio, constituirán la mejor referencia para esta efervescencia mitológica.

Si bien ha tomado conceptos del arte (como hiperrealidad[8]) para acercarlos a fenómenos sociales simplificados por los medios de comunicación (como los secuestros de aviones)[9], podríamos, en este ardid y juego, aplicárselos a él mismo.

Baudrillard recrea una construcción discursiva, empleando su terminología a diestra y siniestra, creando su sentido en medio de estos tiempos carentes de sentido. El retorno a los orígenes, incluso, está velado en su obra:

“Cuando lo real ya no es lo que era, la nostalgia cobra todo su sentido.” (Baudrillard, 1978, p. 19)

Un moralista, al fin de cuentas, Baudrillard, lamenta el paso del hombre contemporáneo por el mundo:

“Todas las demás culturas han dejado huellas. Nuestro propio crimen sería perfecto, ya que no dejaría huellas y sería irreversible.” (Baudrillard, 1995, p. 58)

No por nada, desde sus primeros textos, no sólo atenderá a la figuras mediáticas (como Lady Di), sino también a los grandes hitos de la historia del arte:

 

“… los iconoclastas, a los que se ha acusado de despreciar y de negar las imágenes, eran quienes les atribuían su valor exacto, al contrario de los iconólatras que, no percibiendo más que sus reflejos, se contentaban con venerar un Dios esculpido. (…) (Pues) Tras el barroco de las imágenes se oculta la eminencia gris de la política.” (Baudrillard, 1978, p. 16)

Jean Baudrillard es un profeta, que nos advierte sobre los peligros de la sociedad occidental y su olvido de lo sagrado:

“Nosotros sólo sabemos poner nuestra ciencia al servicio de la restauración de la momia, es decir, sólo sabemos restaurar un orden visible, mientras el embalsamamiento (de la momia) suponía un trabajo mítico orientado a inmortalizar una dimensión oculta.

“Precisamos un pasado visible, un continuum visible, un mito visible de los orígenes que nos tranquilice acerca de nuestros fines, pues en el fondo nunca hemos creído en ellos.” (Baudrillard, 1978, p. 25)

Su ordenamiento teórico, si bien irreconciliable –o casi- con la lógica y la estructura académica positivista, nos reconstituye en nuestro diálogo con el mundo. Un diálogo cada vez más carente no sólo de contenido, sino también de forma.

La comunicación ha dejado de ser un trabajo de reyes para quedar a manos de los mensajeros (parafraseando a Franz Kafka). En ese lamento, el simulacro se vuelve insuficiente. Nos falta algo que ciertos individuos han encontrado en la ciencia, otros en la filosofía y algunos más en la literatura. Pero algunos más han decidido perecer en medio del bosque de los simulacros destruyendo su propia historia y borrando sus vestigios. Ante ello, Jean Baudrillard no puede más que lamentarse y fundar, en breves palabras, el hermoso y trágico mito del crimen perfecto, en el que la maldad y la bondad se atrofian sobreponiéndose, generando batallas sin espacios ni rostros sin humanos. Narración, al final de cuentas, que en prosa descarnada, nos remite a ese humano perdido en la zozobra de los tiempos:

“Se acabó el otro: la comunicación.

Se acabó el enemigo: la negociación.

Se acabó el predador: la buena convivencia.

Se acabó la negatividad: la positividad absoluta.

Se acabó la muerte: la inmortalidad del clon.

Se acabó la alteridad: identidad y diferencia.

Se acabó la seducción: la indiferencia sexual.

Se acabó la ilusión: la hiperrealidad, la Virtual Reality.

Se acabó el secreto: la transparencia.

Se acabó el destino.”

(1995, p. 150)

Vestidos

“A menudo, contemplando esos vestidos con mil frunces y adornos que se ajustan precisamente sobre los cuerpos de hermosas muchachas, se me ocurre que no durarán mucho tiempo, que pronto exhibirán arrugas imposibles de planchar, que se les adherirá polvo y suciedad imposibles de quitar, y que nadie aceptará hacer el ridículo de ponérselos.

“No obstante, veo a jóvenes muy hermosas, de las más diversas contexturas, con piel suave y atractivas cabelleras, que se muestran en este inocente artificio, apoyan la cara soñadora en las palmas de las manos y permiten a su rostro reflejarse en un espejo. Pero a veces, de noche, cuando vuelven de una fiesta, ese mismo espejo les muestra un vestido estropeado, informe, polvoriento, gastado por las miradas de todos y prácticamente imposible de usar.”

- Franz Kafka

 

Referencias[10]

 

- BARTHES R.(1957). Mitologías. México: Siglo XXI. 1991.

- BAUDRILLARD J. (2005). El complot del arte. Buenos Aires: Amorrortu. 2006.

- (2003). Power inferno. Madrid: Arena Libros. 2003.

- (2002). Contraseñas. Barcelona: Anagrama. 2003.

- (2002). La ilusión vital. Madrid: Siglo XXI. 2002.

- (2000). Pantalla total. Barcelona: Anagrama. 2000.

- (1998). El paroxista indiferente. Barcelona: Anagrama. 1998.

- (1996). El otro por sí mismo. Barcelona: Anagrama. 2001.

- (1996). El espejo de la producción. Barcelona: Gedisa. 1980.

- (1995). El crimen perfecto. Barcelona: Anagrama. 1996.

- (1995). Cool memories. Barcelona: Anagrama. 1997.

- (1994). La ilusión y la desilusión estéticas. Caracas: Monte Ávila. 1998.

- (1994). La ilusión del fin. Barcelona: Anagrama. 1997.

- (1991). La guerra del golfo no ha tenido lugar. Barcelona: Anagrama. 1991.

- (1990). La transparencia del mal. Barcelona: Anagrama. 1997.

- (1990). De la seducción. Barcelona: Anagrama. 2001

- (1987). América. Barcelona: Anagrama. 1987.

- (1985). La izquierda divina. Barcelona: Anagrama. 1985.

- (1983). Las estrategias fatales. Barcelona: Anagrama. 1997.

- (1978). Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós. 2005.

- (1977). Olvidar a Foucault. Valencia: Pre-Textos. 1986.

- (1976). El intercambio simbólico y la muerte. Caracas: Monte Ávila. 1993.

- (1974). Crítica a la economía política del signo. México: Siglo XXI. 1974.

- (1970). La societe de consommation. París: Gallimard. 1996.

- (1969). El sistema de los objetos. México: Siglo XXI. 2003.

- BOCENNE P. “Un pensador viral y metaléptico. Entrevista con Baudrillard”. En Confabulario, Año 3, No. 151. pp.: 5-7. 10 de marzo de 2007. (Originalmente en Le Monde de l’éducation, octubre de 1999.)

- BOURDIEU P. (1997). Los usos sociales de la ciencia. Buenos Aires: Nueva Visión. 2003.

- GONZÁLEZ TORRES A. (2007). “Jean Baudrillard: la teoría como ficción”. En Confabulario, Año 3, No. 151. pp.: 4-5. 10 de marzo de 2007.

- SOKAL A., BRICMONT J. (1998). Imposturas intelectuales. Barcelona: Paidós. 2002.

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