Ciudadanía y aparato judicial
Con este y con otros gobiernos, hemos padecido como ciudadanos la violencia y la impunidad; unas leyes y un aparato judicial que juzgan selectivamente, sea por interés económico o por estar coludidos con los grupos criminales. En este terrible escenario, como siempre, pierden los grupos vulnerables, aunque en el fondo perdemos todos o la mayoría porque no pertenecemos a las castas enquistadas de tiempo atrás y que no han cambiado, aun con el advenimiento de un gobierno que se encumbró con el voto de más de treinta millones de ciudadanos hartos de las administraciones priistas y panistas. Hubo muchas promesas, hay algunos cambios, aunque insuficientes y de no corregirse el rumbo, tarde o temprano, esa propia sociedad que los encumbró podrá rectificar y buscar otras salidas democráticas, aunque es nuestra tarea pensar, cuestionar, participar, organizarnos y construir plataformas ciudadanas; es decir, no se trata de regresar al pasado, que ya bastante daño nos hizo. Debemos tener memoria histórica.
Son muchas las tareas y los desafíos. Por cuestiones de espacio abonaré, por ahora, ideas que están en el pensamiento de grandes sectores de la población; es un problema muy serio que cuestiona nuestro estatus como sociedad del siglo XXI. Hechos aberrantes que van contra la lógica de un país cuya historia debiera haber dejado atrás hace tiempo.
Me refiero a los feminicidios que año con año muestran una tendencia ominosa hacia arriba. Los datos están en la red, no es mi intención hacer una muestra estadística. Lo que sí es un hecho es que aunque es una problemática nacional hay entidades como Nuevo León o el Estado de México que son paradigmáticos y que nos hacen pensar en el contubernio y corrupción de las autoridades judiciales. No es casual, no es que en esos lugares sean más violentos que en otras partes; es la muestra de cómo se incuban y solapan a los grupos criminales y de cómo están embarrados hasta la médula las autoridades estatales y locales, en este caso; aunque, insisto, es un problema nacional y debiera ser motivo de la revisión de las leyes, su modificación radical y la limpia profunda de un aparato judicial corrupto y criminal.
Los feminicidios, por otra parte, tienen causas múltiples. No digo que sea sencillo solucionarlo, pero deben darse pasos firmes de las autoridades y, por nuestra parte, denunciar, protestar, desenmascarar, organizarse.
Sociedad machista
Los feminicidios son producto de una cultura machista decadente, que observa y trata a las mujeres, con menosprecio. El machismo se incuba, se enseña. Así como el racismo no son connaturales a nosotros. Tienen una larga historia fundada en tradiciones, costumbres y creencias aberrantes que ponderan una presunta superioridad, ya sea racial o de género, como en estos casos, ya sea económica o racial como en otros.
En la familia se reproducen muchos de sus esquemas, de maneras que parecieran normales, dada la larga data que tienen. Lavar los trastes, tender las camas, hacer la comida, cuidar a los hijos, ir al mercado son tareas que regularmente se han asignado y asignan a las mujeres. Los hombres esperamos a que nos sirvan de comer, sacamos la camisa planchada del closet, no barremos, lo más que hacemos es servirnos un café…esas que pudieran ser cuestiones menores, son la plataforma para pensar que las mujeres están al servicio, disposición y usufructo de los hombres. Esas pequeñas costumbres domésticas llegan a crecer y se reproducen en el ámbito escolar o laboral. Crecemos con esa educación y actuamos con ventaja y comodidad.
Pero hay más. El ejemplo anterior muestra, de manera elemental, a una familia ‘funcional’, integrada, no violenta. Los roles se enseñan y se asumen porque así son las cosas. Así vivieron nuestros padres, abuelos y bisabuelos. No hay porque cambiar.
Las cosas se agravan más cuando pensamos en una familia violenta en la que, regularmente, quien manda, grita y golpea es el padre. La violencia intrafamiliar también tiene datos duros acerca del maltrato y violencia sistemática del cónyuge o pareja hacia la mujer con quien convive y forma una familia. Una buena parte de la violencia verbal, sicológica o física no se denuncia por, al menos, dos razones: una, por la sumisión aprendida, que se entiende como aceptar que es algo normal que el esposo golpee a la mujer y, dos, por saber, de antemano, que la aplicación de la justicia poco o nada resuelve en nuestro país. La violencia llega a casos en los que se produce la muerte de la pareja femenina y es cuando, eventualmente se convierte en noticia y provoca la justa indignación de buena parte de la sociedad. No de toda, hay que decirlo, muchos piensan que las mujeres se lo han ganado por libertinas, desobedientes, infieles, malas madres y muchas razones más. Y, ojo, a veces, también, son ciertos sectores femeninos quienes avalan esas conductas y actos criminales de los cónyuges. Así, pues, uno de los grandes cambios deberá venir desde la forma en como educamos a nuestros hijos e hijas.
Reproducción de lo mismo o cambio: entre la indiferencia y la participación decidida de mujeres valientes
Un factor que agrava las cosas es la indiferencia de quienes se colocan al margen del problema y critican a quienes toman partido e iniciativas para exigirle a la autoridad que ponga un alto y que se acabe la impunidad. Las autoridades judiciales son, en buena medida, parte de la enorme cloaca al encubrir o ser cómplices de los tratantes de menores y mujeres, así como de los grupos criminales que operan bajo su protección.
Hay mucho que cambiar en nuestra forma de educar a los niños, niñas y adolescentes. Hay otro tanto por hacer para que los medios de comunicación dejen de reproducir imágenes estereotipadas de poder- sumisión - normalización de la violencia - subordinación - moralinas peligrosas, etc.
Los primeros pasos los han dado mujeres valientes y conscientes, que han denunciado, se han expuesto a la violencia de los aparatos policiacos, han tomado las calles, las tribunas escolares, periodísticas, laborales y de otras índoles y nos han mostrado que la dignidad, la inteligencia y la valentía son una gran plataforma para reeducarnos, sensibilizarnos y pensar en que podemos construir un país menos violento. En donde esta sea la excepción y no la regla. En el que entendamos hombres y mujeres que el problema es de todos: donde los hombres no podemos ver las cosas desde el balcón, de la indiferencia la crítica, la burla fácil y la comodidad.
No se caminará por terrenos más firmes si seguimos pensando que "no es mi problema". Hay que dejar de lado descalificaciones a los grupos que enarbolan una causa profundamente justa y necesaria y también, desterrar las ideas que culpan a las víctimas por no cuidarse o por provocar a los criminales. En la raíz del problema y, por tanto, en la solución del mismo, está la cultura machista incubada desde el hogar, la impunidad de los criminales solapados o en contubernio con autoridades corruptas y la actitud indiferente de muchos de nosotros.
No más feminicidios ni crímenes homofóbicos, racistas o de cualquier índole. Los primeros son los más recurrentes y es tiempo de no solo pensar sino de actuar para que esta terrible situación deje de ser el menú de todos los días.