En México, cada 15 de mayo se conmemora al maestro(a) con palabras prehechas, eventos producto de meras formalidades de cajón, algún «presente» simbólico o quizá una mera tarjeta con frases de cajón. La educación pública hará entrega de bonos, pero eso no sucederá en las escuelas privadas.
2020 ha sido un año que nos ha sorprendido a todos y no gratamente. El virus denominado como Covid-19 ha creado una situación de confinamiento social sin parangón. Una de las áreas afectadas, entre tantas otras, ha sido la escuela. El paso abrupto y forzado de lo presencial a lo virtual ha sido recibido de distintas maneras según la clase social a la que se pertenece, pues de eso dependerá en gran medida, el acceso a las herramientas y circunstancias que permiten el éxito de la virtualidad.
Pese a este suceso de características extraordinarias producto de una contingencia sanitaria, que solo ha subrayado las diferencias sociales, el problema que padece la figura docente tiene ya un par de décadas. Puntualicemos varios aspectos.
El problema de la educación pública versus educación privada
La educación privada ha sacado mucho partido de la concepción clasista que se tiene de la educación en una parte de los países, sobre todo, en los niveles escolares básicos. La proliferación de kínderes, primarias, secundarias y bachilleratos privados ha aumentado considerablemente en los últimos años, principalmente en las grandes ciudades.
Los ganadores con los problemas derivados de la relación gobierno-educación pública son los dueños de las escuelas privadas. La privatización de la educación es un modelo que no ha necesitado instaurarse desde el ejecutivo federal para ir ganando terreno sobre cada trozo que pierde la educación pública.
A partir de este escenario, a escala pequeña, cada colegio hace de las suyas para obtener dinero a través de lo que debería tener una motivación más allá del rendimiento exclusivamente monetario. Sin embargo, la educación privada concibe la educación como un sinónimo de negocio porque ha logrado que así sea. Esto genera que los dueños y dirigentes de las escuelas privadas consideren al padre de familia como el cliente al que hay que tener satisfecho a través del alumno.
Hay que señalar que la concepción social de las universidades públicas respecto a las privadas tiene características similares, en ella el clasismo se hace presente, dime a qué escuela vas y te diré quién eres. Aunque también hay una parte importante de la sociedad que ve a las universidades públicas aceptables e incluso emblemáticas.
En el caso de las universidades como tal, el problema reside en la idea de la educación que el siglo XXI está generando en la perspectiva de los ciudadanos, donde el concepto de universidad como la fuente de saber exclusivo y proveedora de un futuro prometedor en materia laboral, está en crisis, producto del arribo de las nuevas tecnologías e internet.
La precaria situación laboral del docente
Dentro de la educación privada en los niveles básicos, el profesor es concebido por los dueños de las instituciones como un objeto para incrementar las ganancias, antes que como un verdadero agente que posibilite una educación de calidad y al que se le remunere debidamente por ello.
A nivel universitario las cosas varían según el tipo de universidad en el que se trabaje. Si se labora en instituciones incipientes o de un reputación poco relevante, el docente es visto y tratado como mero obrero. Los propios dirigentes o dueños de las instituciones no hacen por disimular dicho trato, antes bien lo agudizan con el fin de que los maestros compitan entre sí para ganarse la pleitesía, y con ello, algún puesto de medio vuelo que les garantice un mejor salario o por lo menos uno menos volátil.
La grandes universidades públicas están inscritas en una vorágine burocrática así como supeditadas a la muestra de resultados, de cifras, que hagan constar que la inversión del Estado rinde frutos, independientemente de si tales frutos son de verdadera calidad. Por otro lado, la dinámica laboral en estas universidades públicas está llena de juegos de poder entre los propios profesores, fragmentando los intereses en grupos que aspiran a obtener más reflectores y con ellos mayores ganancias. Esto difícilmente abona a una verdadera consolidación del trabajo docente con los principios ideales que esta debería alcanzar y mantener.
En el caso de las universidades privadas de élite, el ambiente laboral en la educación privada suele tener una dinámica de afabilidad e integración, la cual propicia un deseo de permanecer en la institución por parte del docente, quien se esfuerza en su desempeño y continua formación. Esto precisamente porque la reputación de dicha universidad privada le da al profesor un estatus social que emana del propio estatus que la concepción clasista de la educación tiene.
La mayor parte de los docentes apelan a este prestigio institucional para mantener su trabajo, pues seguridad laboral hay poca, ya que a diferencia de las instituciones públicas, donde suelen darse prestaciones y una seguridad laboral mayor aunque con sueldos bajos, en el medio laboral de las universidades privadas hay poca seguridad laboral, pues no sabes si solicitarán tus servicios el siguiente ciclo, todo depende de la inscripción de los alumnos-clientes. Tampoco hay prestaciones suficientes y la obtención de plazas es a largo plazo, mediando para ello un sinfín de requisitos y el buen manejo de las relaciones personales.
En general, tanto en la educación pública como privada, las políticas laborales cada vez están más encaminadas a la precarización laboral. El régimen de empleado del docente hace crecer el trabajo y el llenado de requisitos burocráticos –esto último se da en mayor medida en las instituciones públicas–, obligaciones que escasamente se ven retribuidas con un aumento de sueldo, equiparado al alza en los precios de la vida diaria o con las colegiaturas que suben y suben en las escuelas privadas, sin que eso se refleje en el bolsillo de las y los profesores.
Mónica Monsalve, en su texto Profesores universitarios, asfixiados laboralmente, señala que mientras las matrículas de los estudiantes son cada vez más altas, las condiciones laborales de los docentes se hacen peores. Contratarlos por horas clase agudiza el limbo laboral en que viven los maestros.
“Aunque los profesores consultados para esta nota coinciden en que es una profesión a la que se llega por vocación y se hace por pasión, cuando se les pregunta por sus condiciones laborales la mayoría expone una baraja de problemas que, con el tiempo, los han asfixiado. A los bajos salarios se suma que muchos contratos son a término fijo, que a las universidades les queda más cómodo contratar por hora cátedra, que no es fácil hacer investigación y que esta baja calidad de vida termina por afectar su autonomía”.[i] A esto se agrega que las universidades cada vez amplían menos su planta docente, pues económicamente les es más conveniente contratar por horas clase, sin hacerse responsables laboralmente del profesor.
La caída en picada de la figura del profesor(a)
A todo lo anterior se une otros de los factores que más han golpeado la labor docente: el descrédito y desprestigio de la profesión. Con la llegada de internet, donde el acceso a una cantidad gigantesca de información se hizo posible, la figura del profesor cayó precipitadamente. Se ha minimizado su función dentro de la sociedad.
En la enseñanza básica, este problema se conjuga con la perspectiva que muchos padres de familia tienen de los maestros o maestras, a quienes perciben, sobre todo dentro de las clases media y alta, como empleados que están allí para atender las necesidades de sus hijos, esto pensado en sus propios términos.
Esta imagen del docente no desaparece conforme los estudiantes avanzan en su carrera escolar, sino que permanece e incluso se incrementa entre los alumnos de las universidades privadas de élite. En el caso de las instituciones públicas la realidad es muy compleja, las condiciones de las escuelas públicas son muy diversas según la región donde se impartan clases, pero a grandes rasgos podemos decir que en todas hay una pérdida en la autoridad del docente.
Esta pérdida de autoridad no se refiere tanto al docente como ostentador del poder, sino como figura guía. Muchas veces, y esto se da en cualquier nivel educativo, el estudiante lo único que busca es desafiar dicha autoridad. Y aunque esta es una característica de la juventud, actualmente dicho desafío se basa en la crisis que el mundo digital está ejerciendo sobre los modelos de enseñanza tradicionales, donde el profesor es quien se lleva la peor parte al estar frente a grupo.
En resumen, podemos decir que ser docente en el siglo XXI es una misión ardua, cada vez menos valorada y mal retribuida en la mayor parte de los casos. Así que feliz día maestras y maestros, hay que aprovechar la mención antes de que sea sustituida por el día de Google o Wikipedia.
Notas al pie
[i] Monsaleve, M. “Profesores universitarios, asfixiados laboralmente”.
Bibliografía
Monsaleve, Mónica “Profesores universitarios, asfixiados laboralmente” en El Espectador, 2018. Disponible en digital: https://www.elespectador.com/noticias/educacion/profesores-universitarios-asfixiados-laboralmente-articulo-750828
https://www.vagabunda.mx/la-precarizacion-laboral-y-la-caida-en-picada-de-la-figura-docente-1/