La posibilidad de acceder a tan abundante información en internet está cambiando el uso de la memoria y la mecánica misma del saber. Un experimento llevado a cabo en Estados Unidos midió la capacidad de recordar de unos voluntarios. Solo la mitad de ellos sabían que los datos para retener eran guardados en un ordenador. Quienes pensaron que quedaban grabados, relajaron el esfuerzo por aprenderlos. Los científicos denominan “efecto Google” a este fenómeno de relajación memorística. Tendemos a recordar mejor dónde se alberga un dato que el propio dato.
El filósofo griego Platón vivió la época en la que la escritura empezaba a extenderse en una civilización hasta entonces oral. Era un progreso fascinante, pero Platón temía que los hombres abandonasen el esfuerzo de la propia reflexión. Criticó este gran adelanto cultural (aunque, contradictoriamente, lo hizo por escrito): “Es olvido lo que producirán las letras en quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de los libros, llegarán al recuerdo desde fuera”. Platón sospechaba que, gracias al auxilio de la escritura, se confiaría el saber a los textos y, sin el empeño de comprenderlo a fondo, bastaría con tenerlo al alcance de la mano. Y así ya no será sabiduría nuestra, incorporada a nosotros e indeleble, parte de nuestro bagaje, sino un apéndice ajeno. Estas palabras resuenan con particular fuerza ahora que, gracias a los vertiginosos avances de la técnica, el conocimiento disponible es mayor que nunca pero casi todo se almacena exteriormente, en el exterior de nuestra mente.