Al hablar convertimos nuestro cuerpo en instrumento musical. Nos comunicamos creando sonoridades en la corriente de aire que sale de los pulmones, atraviesa la laringe, vibra en las cuerdas vocales y adquiere su forma definitiva cuando la lengua acaricia el paladar, los dientes o los labios. Todos estos órganos intervienen a su debido tiempo para moldear nuestras frases. Y aunque la lengua no puede por sí sola crear el habla, es su símbolo desde tiempos muy antiguos. Por eso decimos: “tiene la lengua afilada” o “se le ha comido la lengua el gato”. “Lengua” significa ambas cosas: el músculo y el idioma, la carne y la palabra, el órgano animal y la comunicación que nos hace humanos.
La lengua es una parte fascinante de la anatomía. Las mariposas desenroscan su larga lengua para beber en las flores como en cálices y los colibríes usan las suyas para besarlas en pleno vuelo. El camaleón lanza su lengua a una distancia mayor que su propio cuerpo. La de los seres humanos alberga los botones gustativos que permiten saborear innumerables placeres. Cuando nos concentramos, la punta de la lengua asoma por los labios entreabiertos, como queriendo salir al encuentro de la realidad exterior. Y en esa búsqueda de protagonismo, nuestra pequeña lengua, tomando la palabra, modelando el aire, ha logrado actuar en el mundo y, con sus verdades y mentiras, cambiarlo para siempre.