I
El profesor César Labastida está consternado por el regreso presencial a clases. La “nueva normalidad” en las instituciones educativas donde labora, han establecido protocolos irracionales que dilatan y obstruyen el desarrollo del proceso enseñanza-aprendizaje en las aulas. Se han institucionalizado protocolos de ingreso en los que el termómetro marca 34 grados de temperatura, el gel antibacterial está más diluido que una cuba en bar clandestino y el uso de cubrebocas es obligatorio, aunque mantenga aislado sólo el cogote y la barbilla. Toda una parafernalia simulada.
En el salón de clases, los estudiantes acaban sentándose donde les da la gana, comen fritangas a escondidas y con el cubrebocas como obstáculo, profieren palabras incomprensibles que ni entre ellos entienden. Del mismo modo, los profesores explican los contenidos de enseñanza desgarrando la dicción con dobles barbijos KN 95 y caretas de policarbonato.
En una de las clases presenciales de esta “nueva normalidad”, mientras el profesor Labastida intenta exponer las funciones del lenguaje de Jakobson, una estudiante le interrumpe, con su doble cubrebocas colocado.
—Fofefor, je ofina fe lo fe Fukrafia.
—¿Eeeh? No fe escufé. —Aclara el docente.
—¡Qué je fiensa fe fa noficia fe Fukrafia!
El profesor César baja el cubrebocas por un momento y repite.
—No te escuché. ¿Qué me estás preguntando?
La estudiante, a su vez, retira el doble cubrebocas y reitera:
—Que qué opina sobre lo que está pasando en Ucrania, prof.
El maestro César Labastida muestra consternación, pero no se sabe si es por la pregunta directa y descontextualizada del tema que está exponiendo o porque realmente experimenta alguna desazón por los sucesos en el país del Este europeo…
II
La pregunta descontextualizada de la estudiante llevó a César Labastida a reflexionar sobre el asunto de Ucrania. Pensó, por extraña asociación, en la guerra fría durante los setenta y ochenta; cuando él comenzó a coleccionar caricaturas políticas del periódico Excélsior, al que estaban suscritos sus abuelos y del que recortaba las imágenes.
César recordó caricaturas de muy buen trazo y excelente expresión como las de Oswaldo Sagastegui y de De la Torre. Y otras, de menor calidad en el dibujo pero igualmente comunicativas como las de Marino. Labastida encontró, entre sus cuadernos y archivos, algunas de las caricaturas seleccionadas. Eran emblemáticas de la situación internacional que se vivía, y que se parecen al conflicto actual de Ucrania: Una viñeta de De la Torre y otra de Sagástegui publicadas en febrero de 1980 fueron significativas.
Y como un relámpago de remembranzas, otra vez en insólita asociación, apareció en la mente de César Labastida el suplemento dominical del periódico Excélsior, donde conoció por primera vez la tira cómica de Mafalda y que no dejó de disfrutar desde entonces.
César Labastida Esqueda se arrepiente de los proyectos que no concluyó, como el de la colección de caricaturas políticas que tenía. Y la lista de ese tipo de trabajos inconclusos no es corta: cuentos, novelas, poemas, un documental, un cortometraje, estrategias didácticas, reseñas cinematográficas…
Adicto como es, un día también se le metió la idea de hacer un diccionario del léxico de una de las revistas de más larga vida en México: La Familia Burrón (1948-2009) realizada por un equipo de dibujantes e ilustradores que comandaba el hidalguense Gabriel Vargas (Tulancingo, 1915 - Ciudad de México, 2010).
Esta revista contó cientos de anécdotas e historias de una familia de clase media urbana. Los personajes están conformados por el matrimonio de Borola Tacuche y Regino Burrón, y tres hijos: Macuca, Tejocote y Fóforo (este último adoptado). De esta familia nuclear se desprenden decenas de historias de familiares y amigos, que ampliaban y aderezaban el mundo urbano de distintas clases sociales, incluyendo el ámbito rural. Los contenidos eran críticos, burlones, innovadores y descriptores de una sociedad que se pensaba moderna.
Labastida piensa que esta revista fue casi una Sociología del mundo cotidiano-popular mexicano durante más de sesenta años. Busca el archivo incompleto y da con él en una memoria electrónica vieja:
El vocabulario de La Familia Burrón
Andar en el agua: tomar, estar en una borrachera
Cuaco: caballo
Collón: miedoso
Coptín: trago de licor
Echar el guante: atrapar un delincuente
Las de galopar: piernas
Mover el bigote: Comer
Picorete: beso
Recrear la mirada: observar algo placentero
Tacuche: Traje
Tarzaneras : calzones
Tlachicotón: Pulque
Zotaco: bajo de estatura
El profesor Labastida se da cuenta que su recopilación de léxico aún es breve, pero se promete terminarla en las siguientes vacaciones.
III
César también se acuerda de algunas historietas de su etapa estudiantil universitaria: Se educó con Rius, Quino y Fontanarrosa; y particularmente hace memoria de Boogie, el aceitoso, esa tira cómica y trágica que aparecía en la última página de la Revista Proceso, realizada precisamente por Roberto Fontanarrosa.
El personaje era un antihéroe, sicario, machista, siempre violento y armado, excombatiente de Vietnam y eficaz en su oficio. Boogie, el aceitoso no solo era una historieta ácida, dura y crítica del intervencionismo colonialista, postrevolución cubana, sino que anticipaba una cruel violencia en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI en América latina, casi siempre detonada desde las formas de poder.
Recientemente César Labastida se enteró que este personaje cumplirá 50 años en el 2022.
El profesor Labastida busca su cuaderno de recortes y da con una tira.
El profesor César Labastida, de pronto, se pregunta cómo es que las historietas le han ido formando y conformando una visión del mundo, una identidad y esperanzas, que hoy descubre con nostalgia.