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Jueves, Noviembre 07, 2024

Era un viernes de esos en que no quería levantarme por el peso del cansancio que ya había cargado sobre los ojos los cuatro días anteriores. Yo sé que a nadie le gusta levantarse temprano en ese día, y mucho menos a mí, mucho menos ese preciso viernes, nublado, frío, extraño.

 

Después de una lucha épica contra mi cama, logré levantarme y seguir un camino casi imaginario que me llevaría hasta el santuario de la higiene: el baño.

 

Largo tiempo ahí dentro para dejar mi cuerpo limpio sin prisa alguna. Cuando me miré al espejo, vi la misma cara morena, los mismos ojos tristes, la expresión desenfadada y la abundante y desaliñada cabellera medio rizada, qué facha de escritor frustrado me cargaba ese día.

 

Desayuné lo que todos los viernes, lo que todos los días de los últimos años: un plato de cereal y un café, amo el café, me parece la bebida de eterna labor, la cadena condenatoria de una vida sin descanso y a la vez, el sabor amargo es un trago de felicidad, una noche de playa. Esa rutina a veces me parecía un latigazo en el orgullo. Pensar que en mi infancia imaginaba una vida llena de aventuras y viajes insondables por caminos que el hombre jamás hubiera recorrido; ahora estaba atrapado en medio de un proceso eterno que me parecía un baile monótono (mo-nó-to-no). Un suspiro no ayuda en nada, tampoco una mirada indiferente de mi madre que se acaba de levantar.

 

Es hora de emprender el viaje hacia el lugar del que brota el conocimiento, y no es precisamente el Monte Olimpo, es la Facultad de Filosofía y Letras en donde  estudio Historia (¿quién estudia Historia en estos días desmemoriados?), a ese académico recinto lo separa de mi casa una distancia aproximada de cuarenta kilómetros, que podrían sonar fáciles de recorrer, pero que al estar inmersos en esta caótica ciudad de México se convierten en todo un recorrido digno de ser narrado por Homero en la Iliada, espero no merecer lo mismo que mereció Aquiles por sus hazañas.

 

Después de un mediano recorrido hasta la estación más cercana del metro en el auto de mi hermano, quien se ofusca de llevarme hasta allá porque le quita tiempo de su extravagante vida, estoy listo para adentrarme en aquel mundo subterráneo.

 

Ahí abajo, es un reino aparte, un submundo que contiene a una sociedad que solo murmulla, es un hormiguero, nada cabe pero todo entra. El capitalismo latinoamericano en su más grande esplendor, en las estaciones se erigen orgullosos puestos de comida de todo tipo: desde una franquicia de la empresa gringa Domino´s Pizza hasta los más folklóricos antojitos como los tacos de canasta de a tres por cinco. Pero la actividad económica verdadera comienza al abordar el vagón, en el que parado como siempre puedo observar a los cientos de vendedores que animosos cantan a viva voz las hazañas que pueden hacer sus productos: “Mire usted, dama, caballero, le traigo a la venta, es el juguete de moda de novedad, el bonito regalo, el bonito presente para el niño para la niña, es la pelota, pelota que brilla en la obscuridad” y lo mejor es que está a un precio que nadie puede resistir: “Diez pesos le vale, diez pesos de cuesta”.

 

Lo más interesante y hasta misterioso es que no sólo hay pregoneros que se ganan la vida vendiendo, también están aquellos que cuentan desgarradoras historias de vida, de sierra, de abuso, de discriminación social, racial, agraria, indígena, de dolores inenarrables y de víctimas de delitos sin par, cuya credibilidad en mi mente da igual a cero, ellos piden “lo que sea su voluntá” ; otros hacen actos dignos del arte circense como acostarse en vidrios o tragarse una moneda, otros entonan desafinadas melodías del “Buki” y otros tantos, y los más exitosos a mí parecer son aquellos que actúan poesías de los contemporáneos españoles. La impresión más grande fue aquel día en que un muchacho cantó el Ave María en su versión de ópera con una voz angelical y el aplauso explotó como una bomba dentro del apretado vagón.

Una estación y otra estación, mi mente ahora intenta descifrar la manera en que toda esa gente tiene una historia de vida propia, relatos que nadie alcanzaría a poner en un libro, todo tienen nombre, personalidad y todos están tan cerca de mí y no sé ni sabré nada de ellos nunca. Me pregunto quiénes son, qué habrá detrás de aquel “darketo” de aspecto terrorífico, pero que está sonriendo, o detrás de las lágrimas de aquella muchacha que llora en silencio tomada del tubo transversal.

 

A veces reflexiono sobre las lecturas que he llegado a ver que trae la gente, desde el periódico Metro con sus escatológicas portadas sangrientas y sus eróticas contraportadas femeninas, pasando por libros como: Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva o ¿Por qué los hombres aman a las cabronas?  hasta llegar a observar a un albañil (e infiero que era albañil por su vestimenta de construcción, las manchas de cemento en los pantalones y la gorra que todo albañil usa no sé por qué) que de su mochila extrae el enorme tomo de Cien años de soledad del afamado García Márquez.

 

El Metro, una maravilla metafórica, un infierno diario o un escape de la realidad en medio de su mejor retrato.

 

Cuando llega el momento del transborde, bajar es una tarea que bien podría ser considerada una disciplina olímpica, un reto que esta vez logré utilizando una nueva estrategia que no revelaré.

 

Estaba ahora esperando a que pasara el tren, las vías están como a un metro y medio más de profundidad que de donde espera la gente. Era el momento en que veía a las personas que están del otro lado de la vías esperando igual que yo a que pasé su tren, ellos van hacia el lado contrario, siempre me ha gustado observarlos.

 

De pronto encuentro en aquellos rostros uno que me es familiar, es ella lo sé, es la mujer a quien amé, a quien entregué mis primeras palabras de amor. Sí, fue un amor de secundaria, de esos que nunca se olvidan. Un día no volvió a la escuela, nadie tenía sus datos, la busqué durante tanto tiempo, lloré su desaparición repentina, nunca había podido encontrarla y ahora estaba ahí frente a mí, en la misma estación del Metro en la que yo estaba, pero del otro lado, su camino era el opuesto al mío. ¿Qué hacer? Grité su nombre y ella sobresaltada volteó y me miró, me reconoció, me sonrió. Era como un sueño hecho realidad.

 

Pero el tiempo fue mi enemigo más despiadado y el tren que ella esperaba se aproximaba, ella preocupada al verlo, me gritó:

 

−¡Búscame!

−¿Dónde? – Contesté desesperado, al ver que su desaparición era inminente otra vez.

−Aún te amo, siempre te amaré. –Contestó ella y el tren la ocultó de mi vista como a toda la muchedumbre que estaba del otro lado de la vía.

 

Su figura no estaba más frente a mí cuando el gusano naranja había partido. Me quedé impávido, el amor de antaño, la persona a quien prometí querer durante toda la vida y que me fue arrebatada tan abruptamente en mis días de adolescencia, estuvo frente a mí de nuevo y no pude hacer nada para retenerla a mi lado. Ese antiguo idilio nunca se borró de mi mente.

 

Mi tren llegó y la multitud me arrastró dentro, yo estaba como un vagabundo sin sentido de vida. Una lágrima, quizás dos, de nostalgia, de impotencia.

 

El Metro me había arrancado a la mujer que amé más intensamente, con ese amor impetuoso de juventud. No sólo me lleva y me trae, también lleva y trae entre su complicada red a alguien a quien entregué mi amor y tiene el derecho de ocultarla de mí.

 

No supe nada de ella, justo igual que la primera vez que se fue, subo al Metro ahora como subiría al lugar sagrado, esperando volver a verla, entre las horas, entre la gente.

 

Sacapuntas

Roberto Fontanarrosa

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Usos múltiples

Alfredo Gabriel Páramo
Gabriel Humberto García Ayala
Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Mentes Peligrosas

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán

Decisiones

José de Jesús González Almaguer y Norma Olivia Matus Hernández

Deserciones

Alfredo Gabriel Páramo

Mirador del Norte

G. Arturo Limón D
G. Arturo Limón D
G. Arturo Limón D

Tarea

José Luis Mejía
Irene Vallejo
Federico Cendejas Corzo
Guillermo Fadanelli
Roberto Bolaño
Angélica Jiménez Robles
“pálido.deluz”, año 10, número 138, "Número 138. La historieta latinoamericana: ¿Educar a los pueblos o generar contrahegemonía? (Marzo, 2022)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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