Era más hermosa que el sol y yo aún no tenía dieciséis años. Veinticuatro han pasado y sigue a mi lado. A veces la veo caminar sobre las montañas: es el ángel guardián de nuestras plegarias. Es el sueño que regresa con la promesa y el silbido. El silbido que nos llama y que nos pierde. En sus ojos veo los rostros de todos mis amores perdidos.
Ah, Musa, protégeme, le digo, en los días terribles de la aventura incesante. Nunca te separes de mí. Cuida mis pasos y los pasos de mi hijo Lautaro. Déjame sentir la punta de tus dedos otra vez sobre mi espalda, empujándome, cuando todo esté oscuro, cuando todo esté perdido. Déjame oír nuevamente el silbido.
Soy tu fiel amante, aunque a veces el sueño me separe de ti. También tú eres la reina de los sueños. Mi amistad la tienes cada día y algún día tu amistad me recogerá del erial del olvido. Pues, aunque tú vengas cuando yo vaya en el fondo somos amigos inseparables.
Musa, a donde quiera que yo vaya tú vas. Te vi en los hospitales y en la fila de los presos políticos. Te vi en los ojos terribles de Edna Lieberman y en los callejones de los pistoleros. ¡Y siempre me protegiste! En la derrota y en la rayadura.
En las relaciones enfermizas y en la crueldad, siempre estuviste conmigo. Y aunque pasen los años y el Roberto Bolaño de la Alameda y la Librería de Cristal se transforme, se paralice, se haga más tonto y más viejo tú permanecerás igual de hermosa. Más que el sol y que las estrellas.
Musa, a donde quiera que tú vayas yo voy. Sigo tu estela radiante a través de la larga noche. Sin importarme los años o la enfermedad. Sin importarme el dolor o el esfuerzo que he de hacer para seguirte. Porque contigo puedo atravesar los grandes espacios desolados y siempre encontraré la puerta que me devuelva a la Quimera, porque tú estás conmigo, Musa, más hermosa que el sol y más hermosa que las estrellas.