Con tristeza por la muerte esta semana, del Dr. Armando Loera Varela, y la Maestra Maria Teresa Esparza de la O, investigadores, amigos y seres humanos cuya huella en la educación queda ahí con su recuerdo, descansen en paz.
El ambiente es denso en la política de Chihuahua, otra muerte la del señor Luis Rene Villarreal Pérez, duele igual de cierto a sus familiares y amigos, como todo fallecimiento, empero su pronta cremación e inhumación deja la preocupación de un halo de corrupción, que se quiera o no alcanza a dos administraciones enlazada por el partido Acción Nacional que gobernó el quinquenio previo y comienza a gobernar este sexenio, en el Estado, se hace necesario un GRAN ARREGLADOR PARA ESTA REALIDAD y SAQUE CADA CUAL SU CONCLUSION.
“Como antes señalé aquí está; “Un cuento para vivir el duelo.
Hace años, durante una visita a mi casa, al rabino Carlajeb, contó este profundo relato.
Hace tiempo, el Rey de la Tristeza quería ver si todo estaba bien en el mundo. Quería, principalmente, ver si todos sus súbditos estaban tristes, porque la persona que está realmente triste es la más feliz ante la presencia de otras tristes almas.
El Rey de la Tristeza visitó su reino completo y descubrió que el mundo entero se sentía miserable. Ni una sola persona estaba contenta o satisfecha. El rey no podría haber estado más feliz. Sin embargo, mientras regresaba a su ciudad capital, el rey vio algo sumamente desconcertante y terrible. A la distancia estaba un hombre sentado en un porche roto y viejo, sobre una silla vieja y desvencijada, con nada más que sobras de comida frente a él, las cuales estaban en un viejo y quebrado plato. Este hombre estaba cantando y tocando la guitarra. ¡Sin duda alguna, este hombre estaba feliz! El rey se quedó anonadado y temeroso, porque sabía demasiado bien que una persona feliz podía destruir completamente su reino. Sabía que tenía que observar a este hombre, pues nadie excepto él mismo era capaz de realizar estas labores. La tristeza debía ser cuidada a todo costo. El rey se disfrazó con harapos y acercó al hombre, diciendo: -No creo que nos hayamos conocido. ¿Quién eres? El hombre contestó: -Todos me conocen. Soy El Gran Arreglador. Yo voy por las calles del mudo gritando: ¡soy El Gran Arreglador! Háganme entrar a sus destruidos hogares, sus destruidas vidas, sus corazones rotos. No te preocupes por el costo. Tan sólo unos centavos son suficientes para comprarme un pequeño festín, porque uno debe festejar a cualquier costo. El rey estaba alterado. Sabía que la gente triste nunca festejaba. La comida ha perdido su sabor para el corazón entristecido. Él sabía que su reino estaría en riesgo si la gente comenzaba a festejar a pesar de estar sentados en sus derruidos porches, sobre sus resquebrajadas sillas, alimentando sus rotos corazones y comiendo sobras. El rey diseño un plan. Al siguiente día, cuando El Gran Arreglador comenzó a caminar por las calles invitando a la gente a darle entrada a sus vidas rotas, alguien gritó desde una ventana:
-¿Qué te sucede? ¿No sabes que el rey decretó que arreglar es ahora ilegal?
La situación se veía difícil para El Gran Arreglador, pero sin duda alguna, una persona no puede estar feliz sin un pequeño festejo. Por lo tanto, El Arreglador se acercó a un hombre que cortaba madera y le preguntó si podía realizar su trabajo por algunos centavos. El hombre estuvo de acuerdo, y aquella noche, después de comprar una pequeña porción de la comida más barata disponible, El Arreglador hizo una fiesta. El rey apareció en la casa del Arreglador y lo vio cantando. Estaba intrigado, y por lo tanto le preguntó: -¿Qué hay de nuevo? El Arreglador contestó que el rey estaba loco, porque había prohibido arreglar. El rey dijo:
-Si eso es así ¿Por qué estás cantando? ¿Por qué tienes un festín?
El arreglador le dijo que había encontrado un trabajo como leñador, y que había hecho tan buena labor, que había sido invitado al siguiente día para ganarse unos cuantos centavos más. Al siguiente día, cuando El Gran Arreglador se acercó al hombre para el cual cortaba leña, lo encontró en estado de desmayo.
-Siento mucho tener que decirte esto, pero recién me enteré de que el rey emitió un nuevo decreto prohibiendo el corte de leña. Tendrás que irte.
La situación se veía mal para El Gran Arreglador, pero se rehusó a darse por vencido, y pensó para sí mismo: “tengo que seguir andando por las calles del mundo buscando algo más para hacer, para poder hacer mi festejo”. El arreglador estaba de camino, cuando vio una rica y hermosa mujer barriendo su porche, vestida con sus mejores ropas. El Arreglador le preguntó por qué estaba haciendo eso, y ella respondió que su sirvienta la había abandonado. El Arreglador ofreció hacer este trabajo a cambio de unos cuantos centavos, y esa noche, el festejo fue definitivo.
El rey, nuevamente disfrazado, apareció una vez más en medio de la comida y le preguntó al Arreglador:
-¿Cómo le haces? Pensé que cortar la leña estaba prohibido.
El Arreglador contestó:
-Tienes razón. El rey está más loco que nunca, por lo que hoy encontré un nuevo trabajo: barro pisos.
Por supuesto que El Arreglador llegó al siguiente día para encontrarse con que barrer había sido prohibido. Esto fue seguido de prohibiciones para hornear, hacer jardinería, pintar y construir. Lo que fuera que encontraba El Arreglador para hacer, inmediatamente lo prohibía el rey y al siguiente día. Muy pronto el reino estaba en ruinas.
Sin embargo, El Arreglador se rehusaba a desesperarse. Había que encontrar la manera de ganarse unos centavos. Decidió que no tenía más remedio que unirse al ejército del rey. Los soldados siempre eran necesarios, y a pesar de que generalmente se les pagaba quincenalmente, El Arreglador fue capaz de convenir un contrato especial con el capitán del rey, que le permitía recibir algunos centavos cada noche. Ser soldado (y matar) era lo más lejano al carácter de El Arreglador, pero decidió que podía marchar todo el día de un lado al otro batiendo su espada, pretendiendo ser leal al rey. Cada día recibía sus centavos, y en la noche se sentaba en su pequeño festejo.
Un día, el rey estaba revisando a sus tropas, y vio a un hombre marchando con una sonrisa en el rostro. Esa noche, una vez más disfrazado, se acercó a El Arreglador durante su festejo y le preguntó:
-¿Cómo le hiciste?
El Arreglador le respondió:
-El rey está más loco que nunca, su reino se está destruyendo, pero un arreglador siempre encuentra la manera. Negocié con el capitán y ahora tengo la seguridad de un festejo cada noche. Puedo batir mi espada como el mejor de ellos.
Por supuesto que el Rey de la Tristeza estaba furioso. Le prohibió al capitán pegarle a El Arreglador cada noche, y una vez más este tuvo que cambiar sus hábitos. Ese día, mientras estaban marchando, El Arreglador pasó por una tienda de empeño y tuvo una idea. Después de las maniobras, fue a la tienda a cambiar su espada. ¡Recibió suficiente dinero para festejar por años!
Sin embargo, los soldados deben tener una espada. El Arreglador encontró un pedazo de madera delgada y la cubrió con papel de plata. La colocó en su lugar y regresó a la diaria rutina de marchar con los dolados. El siguiente día, el rey, vistiendo las ropas de un soldado común, se acercó a El Arreglador. Riendo, El Arreglador le dijo cómo había ganado una vez más la partida al rey: empeñando su espada.
El rey estaba encantado de escuchar esto, ya que la ley del país establecía que cualquier soldado sin espada sería condenado a muerte el rey diseñó un plan. Fue con el capitán para saber quién sería ejecutado ese día, y le dio instrucciones al capitán para que hiciera que El Arreglador fuera quien ejecutara al criminal. El rey estaría presente, y todos verían la caída de El Arreglador.
Una gran multitud se había reunido en el lugar de la ejecución, con el Rey de la Tristeza sentado en lo alto de su trono. El capitán se acercó a El Arreglador y le dio instrucciones de matar al condenado con su espada. Sin embargo, El Arreglador no estaba preocupado. Se volvió para mirar al rey y a las personas y declaró:
-Soy un curador de corazones rotos. Nunca en mi vida he matado a nadie y no mataré el día de hoy.
El Rey de la Tristeza estaba delirante de felicidad y dijo en voz alta:
-Si no matas inmediatamente a este hombre, tú serás ejecutado ahora mismo.
Tranquilamente, El Arreglador respondió para que todos oyeran:
-Amigos míos, todos ustedes me conocen. Soy El Gran Arreglador. Ustedes me dejaron entrar a sus derruidos hogares, sus corazones rotos, sus quebrantaras vidas. Saben que yo construyo, no destruyo. Doy esperanza, no creo desesperación. Y por lo tanto, si mi mensaje es real, este hombre vivirá, y regresará a casa. Si es falso, este hombre morirá.
El Arreglador removió su espada de su lugar y la enterró en el estómago del hombre. Por supuesto que se deshizo, y el hombre quedó libre.
¿Y El Arreglador? Regresó a cantar una nueva canción en su silla rota, en su derruido porche, festejando.
¿Acaso no es la tarea de la vida de cada uno?
Mucho del trabajo importante en la vida se centra en arreglar continuamente lo que se rompe y se descompone una y otra vez. Nos ocupamos en arreglar algo para cantar una canción en ese derruido porche, a pesar de lo que haya ocurrido en nuestra vida.
Dentro de cada uno de nosotros hay un Gran Arreglador y esa parte nuestra que tiene la capacidad de retener la esperanza. A cualquier lado que miremos descubriremos que le mundo se convierte en un lugar más pequeño porque cada acto tiene el potencial de recordarnos la pérdida de nuestro ser amado. El Gran Arreglador viene para enseñarnos que somos capaces de sobreponernos, a pesar de estar sentados en una silla rota, sobre un porche derruido, frente a un plato de sobras. Nos enseñó que hacer una fiesta finalmente es como encontrar nuevas maneras de volvernos a unir a cosas llenas de significado, mientras permanecemos en presencia de nuestra pérdida.
Sin embargo, mientras pasa el tiempo y se multiplican nuestras preguntas acerca de nuestro lugar en el mundo, el Gran Arreglador dentro de nosotros susurra: “Mira fuera de ti mismo”. Quitar la arena de nuestros ojos de manera terrible es, sin embargo, un acto necesario. Estar comprometidos a arreglar es también estar comprometidos con los otros.
Con frecuencia, después de una pérdida, vagamos por el desierto de nuestras vidas. El dolor, la falta de esperanza, el aburrimiento, algunas veces parece demasiado grande, demasiado abrumador. Esos son los momentos en los que necesitamos más que nunca recordar a El Gran Arreglador. Arreglar nunca se completa. Es un proceso, no un evento. Y me hace recordar que, ahora, esta es mi vida.
Tal vez no es la vida que he escogido, ciertamente no es la vida que deseo en mis sueños. Pero es mi vida ahora, mi única vida. Y mi opción es arreglarme a mí mismo de cualquier manera posible para vencer a El Rey de la Tristeza que pretende dominar mi vida” (1)
(1) Del libro: Aprendiendo a decir adiós. De Marcelo Rittner. Transcrito por: Elisa Vanek