A propósito de valores ¿cuáles son los que queremos privilegiar? ¿Cuáles son los que, en la práctica, privilegiamos? Hago esta pregunta porque me llama mucho la atención que, en nuestra sociedad, la ciencia y quienes la ejercen son cada vez menos valorados, mientras que otro tipo de personajes, particularmente en la política, son idolatrados. Mientras tanto, la ciencia y la cultura (con excepción de la ligada al espectáculo) son completamente incomprendidas y menospreciadas. No extraña por lo tanto que la educación superior sea objeto de ataques y sometida a todo tipo de presiones políticas y presupuestales. Empieza incluso a cundir la especie que los científicos son privilegiados y quienes quieren serlo son “aspiracionistas”, preocupados solo por su bienestar individual. Nada más falso que eso. Desafortunadamente, el imperio de la ignorancia, la superficialidad y la estulticia se sigue ampliando, empujado por el populismo más ramplón. Por lo visto, los valores que la ciencia empuja (el conocimiento, la búsqueda de la verdad, el rigor, el trabajo, la disciplina, la honestidad intelectual, etc.) no son los prioritarios ni para nuestra sociedad ni para nuestros gobiernos.
Hago esta reflexión a propósito de la pérdida que hemos tenido de grandes científicos. Nada más en el Colegio de Bioética, perdimos en los últimos tiempos a tres grandes científicos: Rubén Lisker, Ricardo Tapia y Ruy Pérez Tamayo. Grandes personajes que, desde la hematología, la patología y la fisiología celular apoyaron posiciones en favor de una sociedad más libre, democrática e igualitaria.
Me referiré por ahora únicamente a Pérez Tamayo, como ejemplo de las posiciones comunes de nuestros científicos. En alguna serie que coordiné para TV UNAM (Estado laico: El espíritu de la libertad) lo entrevisté y, entre otras cosas, expresó: “Tenemos políticos preocupados por las próximas elecciones. No tenemos estadistas preocupados por las próximas generaciones”. Abogó por una educación más científica y laica. A propósito de la bioética, dijo: “El comportamiento debe ser determinado, no en función de leyes trascendentales o de mandatos divinos, sino del conocimiento generado por la investigación de la naturaleza”. De allí pasaba a defender, por ejemplo, la despenalización del aborto. Escribió un clásico libro, titulado: Ética médica laica (FCE; UNAM, Colnal), donde tocó con maestría muchos de los temas relacionados con esta perspectiva. Y siempre promovió una ética y una bioética laica: “Todos los individuos tenemos el mismo derecho de vivir de acuerdo con nuestras ideas y nuestras convicciones”. Pero, agregaba, en la actualidad, “si no crees lo que yo creo, te discrimino”. En la entrevista, apuntó a uno de nuestros males presentes: “La democracia no es genética. Es una cosa en la que hay que trabajar y crecer dentro de ella. Pero si algún día la alcanzamos, vamos a poder lograr… que los objetivos de los políticos sean la sociedad como un todo, la sociedad plural, no la sociedad que está de acuerdo con sus propias creencias”.
Me parece que es a estos grandes científicos a los que tendríamos que estar rindiendo homenajes.