El profesor César Labastida Esqueda está impartiendo clases en forma híbrida. No lo pudo evitar, porque en la universidad donde labora, sólo se les permitió esa opción como regreso a las actividades. Con esa modalidad, el trabajo se le ha multiplicado. Tiene cinco grupos de tres asignaturas diferentes, y en cada uno de ellos, seis o siete estudiantes, en promedio, asisten de manera presencial, mientras que el resto siguen a distancia.
Además, la universidad continúa capacitando a sus docentes con obligados Cursos en línea. Al fin y al cabo, así ya no se empalman con ningún horario y el profesor lo puede cubrir en sus tiempos muertos. Uno de estos cursillos, que forma parte de una Especialización educativa, trata sobre Formación docente. César no quiere pensar mal, pero sospecha que su contenido sirve para justificar las nuevas condiciones laborales en medio de la pandemia.
El profesor Labastida está por resolver uno de esos cuestionarios del curso en línea, en el que preguntan el origen de la formación docente en México. La lectura asignada refiere a Enrique Rébsamen y la Escuela Normal de Xalapa, Veracruz. Sin embargo, César recuerda que uno de los colegas de la Universidad de Guadalajara ya le había comentado que la primera Escuela Normal se había fundado en Jalisco.
Todavía con la incertidumbre del dato, y ocupando uno de esos “tiempos muertos”, acompañado de pan con mermelada y un jugo de naranja, matutino, el maestro Labastida googlea en su celular para corroborar la información. Encuentra, curiosamente, un sitio de la Universidad de Guadalajara llamado “Patrimonio” y lee:
“La primera escuela normal en México fue la lancasteriana, que, de acuerdo con este sistema de enseñanza mutua, se abrió en la segunda mitad de 1823, después de que el Gobierno de la Ciudad de México se hiciera cargo de examinar a los profesores para darles licencia. La escuela lancasteriana subsistió por poco tiempo debido a la falta de estudiantes. El 1 de junio de 1823 se inauguró, en Guadalajara, la Escuela Normal Lancasteriana. El plantel, que ocupó el antiguo local del Colegio de San Juan Bautista, solamente aceptaba varones. Su primer director fue el señor Ricardo Madox Jones.
César continúa revisando las preguntas del cuestionario y la lectura asignada. Ahora tiene que responder algo sobre Ignacio M. Altamirano, del que sólo recuerda haber leído la novela El Zarco en la secundaria. No sabía que el escritor mexicano, además, había desarrollado el proyecto de una institución formadora de docentes con la intención de que fuera federal, nacional, pública y popular. Y que Las normales surgirán del proyecto de ley impulsado por él en 1882, con un plan de estudios, reglamento, presupuesto, demanda de edificios, escuelas anexas y la necesidad de uniformar y normar el reclamo de maestros profesionales en México.
El profesor Labastida ve la hora y descubre que ya debe salir rumbo a la escuela para impartir su clase híbrida. Camino a la universidad reflexiona sobre el asunto de la formación docente y piensa que, ese camino, ha sido largo y sinuoso, y que Altamirano, así como Rébsamen y Madox, acompañaron inevitablemente el proceso educativo del país. A más demanda de personas educadas se fue extendiendo a lo largo del siglo XX el número de maestros formados en las normales y después en los institutos de capacitación del magisterio, en la universidad pedagógica nacional y en otros organismos públicos y privados o en instituciones al interior de la educación media y superior; no sólo para profesores de educación básica, sino para otros niveles que fue exigiendo la impostergable necesidad de formar maestros.
Llegando a la universidad, el profesor César observa la hora y baja del auto. Acelera el paso porque apenas tendrá tiempo para arribar al salón, conectar cables y abrir la sesión de Zoom.
En el salón sólo están tres alumnos en forma presencial, parapetados con cubrebocas y caretas. El maestro Labastida conecta los cables y enciende la computadora. Tiene la certeza de que su “tiempo muerto” ha terminado y que debe teclear las claves que le pide el Zoom. Sin embargo, César Labastida vuelve a introducirse en sus reflexiones y se pregunta:
−¿Quién me enseñó a dar clase en este sistema, en estas modalidades?
−La pandemia. −Se contesta a sí mismo, viéndose ya en el recuadro del monitor.
Y mientras les está dando acceso a los estudiantes en el sistema digital, llega a su mente lo señalado por Abel Roca, en una conferencia: “Cada maestro de este país, al terminar su formación inicial, tiene la obligación de inventarse su propia pedagogía. Y así lo hace.”
El profesor César, con la mirada retrospectiva en los últimos dos años, recrea todo lo que se inventó en esta nueva pedagogía, obligada por el encierro y la pandemia.
−Habrá que documentarla... –Le dice a la imagen de César Labastida que aparece, ojeroso y demudado, en un rectángulo del monitor.
Y desplegando una mirada estrábica: un ojo hacia la cámara cenital y el otro a los estudiantes presenciales, expresa:
−Buenos días jóvenes, me permito informarles que, según nuestras autoridades, este va a ser el último semestre que impartiremos clases en forma virtual…