La escuela se ha convertido en la religión universal del proletariado moderno, una religión que hace promesas vanas de salvación para los pobres de la era tecnológica. El estado ha adoptado esta religión y hace entrar a todos los ciudadanos en un sistema escolar jerarquizado en el que cada etapa finaliza con un título que recuerda a los rituales de iniciación y las promociones sacerdotales antiguas.